A LIMA,
VIAJE POR TIERRA A LA CAPITAL DE LOS HIJOS DEL SOL.
Por Waldemar Verdugo Fuentes.
Fragmentos Publicados en VOGUE.
Saliendo desde Chile hacia Perú por tierra, la combinación a Machu-Picchu, desde donde pretendemos bajar a Lima, la iniciamos en tren desde Arequipa, el punto de embarque más cercano a territorio chileno en Arica, una zona del planeta que tiene la particularidad de estar en primavera todo el año con sus playas blancas a orillas del océano Pacífico. Por supuesto que llegar a Lima desde aquí está a cien minutos viajando por avión, pero esta es en verdad la crónica de un peregrinaje por América, que en este fragmento sube los caminos andinos a manera de ofrenda inicial ceremonial hasta Machu-Picchu para desde allí bajar la cordillera a la manera antigua hasta Lima tradicional, en un viaje de varios días.
Las líneas férreas más importantes en Perú son el Ferrocarril Central que une Lima con La Oroya y a ésta con Cerro de Pasco y Huancayo, y el Ferrocarril del Sur, que saliendo del puerto de Mollendo, pasa por Arequipa y Juliaca y llega al Cuzco: un día y su noche de viaje. Nuestro itinerario es tomar el ramal en Juliaca hacia el lago Titicaca, en Bolivia, para lo cual se requiere otro día entero, y al menos dos días para vislumbrar algo de Titicaca en una visita fugaz. Luego retornaremos a Juliaca y seguiremos viaje hasta Cuzco, siguiendo siempre las combinaciones del Ferrocarril del Sur, que en el sitio se comprueba que son rutas muy bien coordinadas. Los trenes entre Arequipa y Puno suelen funcionar por la noche (tres veces a la semana). Durante el día hay un tren desde Puno hasta Cuzco, pasando por Juliaca (tres veces por semana). Desde Cuzco hay un tren diario hasta Machu-Picchu que tarda unas 4 horas, y que también llega hasta Quillabamba. No hay conexiones de trenes directa entre Lima y Cuzco. Sin embargo el Ferrocarril del Sur lo hace posible desde Arequipa, y es lo que hacemos. En Cuzco veremos el camino accesible para bajar los Andes hasta Lima, siguiendo otra ruta.
El clima se hace más frío en Arequipa, ubicada a poco más de 400 kilómetros de Arica, subiendo la cordillera hasta los primeros 2360 metros de altura: está situada a los pies del hermoso volcán nevado Misti, de más de 5500 metros sobre el nivel del mar, y en una zona intermedia entre la cordillera y la costa peruana; es la segunda ciudad del país; posee una campiña que es un verdadero oasis; su clima prodigioso, la abundancia de luz y la proximidad de las cumbres nevadas que atemperan el rigor del ánimo, hacen de Arequipa un sitio privilegiado. Aquí la vegetación es de hoja grande y árbol fuerte, donde se levantan sus edificios blancos. Arequipa es conocida como la "Ciudad Blanca" por esta especial claridad que le da uno de sus principales materiales de construcción, una blanca piedra volcánica abundante por esta zona, lavada, con la que fueron levantados sus magníficos templos, como el de La Compañía; conventos, como el de Santa Catalina; y palacios, como el de Huasacache, también conocido como La Mansión del Fundador. Su belleza, su luz especial y sus paisajes cautivan al visitante. Conversamos con Pablo Guzmán Flores, arqueólogo e investigador especializado en Perú, quien nos dice: “Fue Arequipa fundada en 1540, pero sus principales iglesias y mansiones surgieron los siglos XVII y XVIII, a medida que prosperó su agricultura y nacen los beneficios derivados de su ubicación en la ruta de tránsito del comercio de minerales que iban de Potosí a España. Numerosos hispanos de origen vasco se afincaron aquí. En el siglo XIX su fuente de riqueza fue la lana en especial de alpaca, que era enviada a Inglaterra por casas comerciales propiedad de emigrantes ingleses y ricas familias locales; esta larga experiencia le ha permitido convertirse hoy en un centro muy importante de la industria textil de la lana de alpaca, vicuña y llama. La inauguración en 1870 del ferrocarril hacia Puno y Bolivia, Cuzco y la costa (Mollendo) impulsó su desarrollo transformándola en un núcleo vital de las comunicaciones y del comercio del sur del Perú. Cruce de trenes, aviones y caminos, está rodeada de grandes asientos mineros. Arequipa es fundamentalmente una ciudad mestiza, de acusada personalidad, y ha dado al Perú gran número de hombres y mujeres que han alcanzado importantes posiciones en la política, las letras y las artes, como Sor Ana de los Angeles Monteagudo, Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, Mariano Melgar, Alvarez Thomas, Nicolás de Pierola, Francisco Mostajo, José Luis Bustamante y Rivero, Víctor Andrés Belaunde, el Cardenal Juan Landázuri Ricketts, y más recientemente el prominente escritor Mario Vargas Llosa, entre otros. Por lo demás, Arequipa es un antiguo asentamiento humano. El examen por el procedimiento del carbono radiactivo de algunos restos encontrados en diversos yacimientos arqueológicos en estas inmediaciones andinas permite constatar la presencia del hombre hace quince mil años. Diversos grupos étnicos han habitado el actual territorio peruano desde entonces, como lo testimonia la diversidad lingüística existente, algo que podrás ver solamente pasando los diversos ramales del viaje en tren que emprendes: oirás diversas lenguas y podrás observar la diversidad de ropas que utilizamos los peruanos de este lado andino”.
Salimos antes del anochecer desde de la Estación de Ferrocarriles de Arequipa cuya estructura metálica del techo fue diseñada por el francés Gustavo Eiffel, así como el techo del mercado San Camilo donde nos aprovisionamos de algunas cosas, como agua envasada, vino, pan y queso y frutas, en especial naranjas que nos han dicho que son indispensables para enfrentar la llamada Puna, la enfermedad de altura que produce al cuerpo enfrentar a los más de cuatro mil metros que subiremos. Lo primero que llama nuestra atención emprendiendo el viaje es cruzar el Puente de Fierro, como llaman a una bella estructura de 488 metros de largo diseñada también por el legendario Eiffel antes de 1882, para que transite por sus rieles el ferrocarril enfilando hacia la cordillera, que de inmediato comienza revelar que cobija entre sus cumbres valles, mesetas y sierras. Son tierras altas y frías protegidas por alturas de nieves perpetuas que forman una gran herradura abierta al mar. Casas y pueblos se agrupan subiendo la cordillera a orillas de la vía férrea, las personas saludan el paso del tren y si es una estación, se inunda de gentes los carros, con todo tipo de bultos, animales enjaulados o simplemente anudados, conejos, patos, gallinas y hasta perros domésticos, especialmente mujeres con niños y hombres de edad que bajan y suben con toda clase de equipajes, y ni pensar en bajar a caminar los diez minutos porque olvídese uno de encontrar el asiento vacío. Sin embargo, otros trayectos el tren se vuelve fantasma, apenas unos pocos turistas, generalmente extranjeros que se verán todo el trayecto y harán sus amistades. Hay momentos ciertamente duros en el viaje: algunas horas del recorrido, especialmente las horas inmediatas del amanecer del segundo día, se aparece lo único que temen los arrieros cordilleranos, algo así como un espíritu de infinita pequeñez ante la inmensidad del paisaje, una pena del alma, lo que en los exploradores se vuelve pura tristeza, que aquí se acentúa por el aire de nostalgia que envuelve los caseríos abandonados que entonces se cruzan. Las horas de la noche envuelven el viaje en un frío inacabable, con el tren subiendo y bajando a ratos en zig-zag que indican la subida en acantilados que caen a ninguna parte y pueden incentivar para hacerse un resumen de la vida al notar que, en verdad, uno va cruzando uno de los caminos más peligrosos que existen por su geografía: también son los momentos perfectos para vivir un gran amor. Así, al amanecer descubríamos agrupadas en los valles que hemos ido dejando atrás durante la noche, algunas vecindades que tienen una característica común: están al pie de los cursos de agua. Nunca supimos de dónde venía exactamente, pero siempre acompaña al viajero el sonido de la quena, la flauta aborigen peruana. Se ven saludando desde el campo con sus manos en alto a gráciles mujeres, bajitas, con sus trajes de vistosos colores, y los hombres de pómulos salientes y piel tostada por el sol, labrando los campos, pastoreando sus rebaños de animales, llamas, vicuñas y en especial las bellas alpacas de fino pelaje. Entre una y otra estación del trayecto, el tren se llena de hombres mineros, que trabajan en excavaciones marcadas y viajan con sus cascos y a veces con sus palas para penetrar en la tierra y sacar el mineral; hablan todos al mismo tiempo entre ellos, con gran ánimo algunos y otros obviamente narrando algún episodio ingrato o jocoso, aunque se ven más bien serios conversando en quechua o en aymara, apenas en castellano: su indiferencia es total hacia los demás viajeros.
En el camino andino, vemos desde el tren cabezas de cavernas y torres de observación perfectamente talladas en la roca andina, recortando la distancia. “Son edificaciones de la época de los dioses”, nos dice el profesor Alberto Rosas Mayorga, de la Universidad de San Marcos, quien es estudioso de la cultura antigua peruana, y a quien conocemos en el tren y sería uno de nuestros compañeros de viaje; él agrega: “Los primeros establecimientos humanos en esta zona se remontan entre doce y quince mil años. Los remotos habitantes, posiblemente de origen asiático, llegados desde la selva, del otro lado de la cordillera o subiendo desde el mar, se dedicaban a la caza y a la recolección de frutos naturales; los utensilios de piedra tallada, correspondientes a estas primeras poblaciones, han sido hallados principalmente en Ayacucho, hacia la frontera con Chile. Las pinturas rupestres de las cuevas de Toquepala se remontan entre 12000 y 5000 años antes de nosotros. Están ubicadas a una altitud de 2700 metros y a 154 kms. en línea recta a la ciudad de Tacna, fronteriza con Arica en Chile. Las cuevas de Toquepala son producto de la erosión en una formación de roca arenisca. La cueva mayor o "Abrigo" o "Reposo" es un forado profundo en la roca, de mas de diez metros de largo, cinco de ancho, por tres de alto. Las paredes de la cueva son roca viva, pero decorada con pinturas rupestres. Las escenas muestran hombres en su preocupación fundamental: la recolección de alimentos. Presentan, como los demás descubrimientos que se han hecho en cuevas ubicadas en los Andes chilenos, un alto sentido animista, para propiciar la caza y los alimentos. Estas pinturas no solo fueron hechas por distracción ni por necesidad de expresar belleza, sino fundamentalmente porque era auspicioso para la vida pintarlas. En Toquepala hay representaciones de animales heridos, escenas rituales de la caza del huanaco; las principales escenas están hechas de agua y con pincel fino, y figuras aisladas hechas con los dedos y con pigmento de vehículo graso. Los habitantes primitivos pensaban que tales imágenes se constituían en espíritus de animales reales, por lo cual, antes de realizar las faenas de caza, jugaban lanzando vigorosamente sus proyectiles y lanzas sobre aquellas figuras. Este juego ritual era augurio de buena cacería y abundante alimento. El hombre primitivo de esta zona era recolector, cazador y practicaba la pintura rupestre. Esta ruta de Los Andes es apta para vivir por la cantidad de agua pura. Las aguas nacen del deshielo de los nevados y vierte sus afluentes bajando en dirección al Océano Pacífico, torrentosos y estacionales (abundantes en verano, diciembre a marzo, y escasos en esta época de invierno), como en todos los valles de la costa peruana. Las huellas de las aguas parecen estrechas, pero son hondas y para las pocas tierras cultivables son altamente productivas, por ello ha sustentado desde hace mas de 10,000 años complejas y desarrolladas sociedades en Los Andes en épocas anteriores a la era cristiana. En la actualidad es la principal "despensa" de Lima, como notarán, porque hay abundancia de frutas, legumbres y vegetales todo el año”.
Desde el tren se ven escapando de las líneas y trepando libres las montañas cuyes y llamas, los más remotos animales domésticos del Perú. Las llamas desempeñan un importante papel en la economía de estos pueblos andinos. Se utilizan como animales de carga, pero raras veces se montan. Se aprovecha, además, su lana, su carne, su estiércol seco como combustible y sus huesos. Incluso sus pulmones sirven hasta ahora para ser consultados por los augures. Alpacas y vicuñas completaban la animalada de carga incaica. Estrechamente vinculados a estos animales hallamos el hilado y el tejido de algodón, en los que se ocupaban los hombres y mujeres de cada grupo Inca. Esto es apreciable en los múltiples artesanos que ofrecen sus telas que incluyen todo tipo de ropas, compramos gorros y guantes y bufandas de lana cruda, que se hacen en el viaje inapreciables. La artesanía en el tejido alcanzó niveles muy considerables, pues si la vida de los indios estaba reglamentada al máximo, no es menos cierto que en materia de creación de diseños, motivos geométricos, texturas, combinación de colores, tenían un amplio margen de libertad. Era, de hecho, junto a oficios como el del pintor de alfarerías o los talladores de rocas, ámbitos en que el habitante de la comunidad podía desarrollar libremente su individualidad, costumbre que sigue viva, porque raramente un ornamento es igual a otro. Se ven en el camino amplias zonas cultivadas de yerba mate, calabaza, frijoles y lúcumas, cultivos de maíz y papas, cría de cuyes que se arrastran del período agrícola, de antes de Jesucristo. El año 600 antes de nuestra era, en la fase cultista de los pueblos antiguos de Perú, Chile y Bolivia, corresponde a un espectacular desarrollo cultural. Nos dice el profesor Rosas Mayorga: “En esa época sobresalen en Perú las culturas Chavin, Vicús, Paracas y Pucura, cuando brotan notables adelantos en los terrenos agrícola y ganadero, metalúrgico (laboreo de metales preciosos), arquitectónico (plataformas elevadas, plazas y edificios de piedra), pictórico y escultórico (representación de seres humanos, felinos, monstruos fabulosos antropomorfos), las primeras escrituras de Los Andes. Un horizonte intermedio hasta el año 300 de nuestra época es el de las culturas de Cajamarca, Recuay, Nazca, Mochica y Lima, al que pertenece un notable auge cerámico y alfarero (con dibujos zoomórficos), así como textil, arquitectónico-religioso (pirámides escalonadas y truncadas) y especialmente astronómico. Un segundo horizonte muy importante es el conformado por las culturas Tiahuanaco (que también se extenderá por territorios de la actual Bolivia) y Huari, y de no menor relieve es el intermedio (culturas Chimu, Chincha y Chancay). El Imperio Chimu dominaba toda la región, extendiéndose desde los alrededores de la actual Lima hasta la frontera con el Ecuador. Testimonios de la grandeza de ese Imperio son las ruinas de su capital, Chan Chan, cerca de Trujillo, así como las fortificaciones de Paramonga, próximas a Pativilca. Todas estas culturas costeras fueron absorbidas por los incas en el siglo XII. Los hallazgos arqueológicos y las leyendas que se han conservado parecen indicar que las tribus incas fueron originarias de las costas o de las islas del lago Titicaca, y que se instalaron alrededor del siglo X en el amplio valle del Cuzco: desde aquí inició su expansión este pueblo de lengua quechua, los incas, fundadores del Imperio Tahuantinsuyo, y Cuzco fue la capital de su reino”.
El Inca, poco a poco, extendió su dominio más allá de los actuales límites del Perú, sobre un territorio enorme que hacia el norte abarcó hasta Bolivia, Ecuador y Colombia, El estado Inca ofrecía a sus sometidos una relación de seguridad, en una época de Señoríos autónomos en permanente lucha entre ellos. Continúa el profesor Rosas Mayorga: “El Inca tenía relación con los jefes locales, a los cuales remuneraba con permanentes regalos. Estos debían contribuir con trabajo o servicios para sustentar al ejército, la burocracia y la nobleza. El Inca debía, a medida que crecía el Estado, someter a otros grupos para adquirir los bienes con que premiaba a los sometidos. Era un sistema naturalmente expansivo, que se detuvo sólo con la llegada de los conquistadores españoles”.
El patrón de ocupación Inca no fue igual: al Sur, en territorio chileno, en Arica desde las alturas hasta el mar, en una tierra donde existían otros asentamientos de población foránea, además de los autóctonos chilenos, fue una ocupación menos militar y más administrativa; en Atacama tuvieron menos centros que en Arica, pero más enfocados en el control de los caminos por donde pasaba toda la producción minera y agrícola desde el sur; en Copiapó, el primer oasis luego del desierto, tuvieron centros de dominio en el curso superior del río. En territorio Diaguita chileno tampoco tuvieron centros militares ni administrativos, sino que habilitaron las rutas transversales usadas por sus habitantes y crearon una dependencia administrativa, esto porque los Diaguitas se hicieron aliados de los incas, brindándole apoyo militar y estableciendo asentamientos Diaguita-Incas alcanzando al otro lado de la cordillera de Los Andes su influencia hasta Cuyo, San Juan, San Luis y Mendoza, en Argentina, que pertenecieron a la Gobernación de Chile y eran ciudades constituidas en el siglo XVI cuando llegan los españoles. El Imperio incásico logra por Chile seguir al Sur por Copiapó, Aconcagua, Maipo y Cachapoal. Los tres últimos dependían del centro administrativo Inca del valle del río Mapocho, que cruza Santiago. Los incas no pudieron seguir más al sur, igual que ocurrió a los españoles, que el sur de Chile es de Araucanos, en tierras a extranjeros jamás dominio sometidas. Nos ha dicho el arqueólogo Guzmán Flores: “Hasta Santiago de Chile, los caminos incas, llamados Capac ñam, fueron la columna vertebral del Estado antiguo de Perú, por donde se expandieron las ideas y la religión y circularon funcionarios, soldados y bienes. Era una red de senderos estructurados en base a dos ejes longitudinales y paralelos, uno a cada lado de la cordillera, unidos por múltiples rutas transversales. Debían pasar por fuentes de agua y pasto y estaban equipados con tambos para alimentarse y alojar. También existieron los caminos tradicionales, pero no estaban equipados y no se llamaban incas, aparentemente trazados y en uso desde un pasado remoto, que transcurrían por la cordillera en ruta longitudinal entre los 2000 y 4000 metros para bajar a la entrada al valle del Mapocho; los incas los perfeccionaron. Para mantener la autoridad central eran necesarias óptimas vías de comunicación: una magnifica red de caminos, que se ha encontrado y estudiado en 1952-1953 merced a la aerofotografía, vinculaban los diversos sectores del Imperio, y muchísimos puentes de piedra o colgantes que completaban la red. Un largo camino real incaico atravesaba los Andes desde la ciudad de Cuzco como centro: al Norte llegaba a Bolivia y Ecuador y al Sur hasta los 35º de latitud, en territorio chileno en la cordillera frente a Talca: una zona en la que existen desde el pasado remoto de Chile ciclópeos restos arqueológicos, como la meseta de El Enladrillado. Los incas no pudieron seguir más al Sur, dominio Araucano. Aún así, la longitud de su camino principal se calcula en poco menos de 6000 kilómetros; una compleja red secundaria penetraba selvas, bordeaba valles y ascendía, en algunos casos, hasta más de 5000 metros de altura. Como los incas no empleaban vehículos, bastaba enmarcar una superficie que permitiera transitar con seguridad a hombres y animales de carga. Habían establecidas señales cada 4,5 kilómetros, aproximadamente; sus correos especiales, llamados chasquis, aseguraban la rápida trasmisión de las órdenes del inca y de toda información que se considerase útil. Los españoles abandonaron estos caminos, reemplazándolos por unos de menor altura orillando el mar y más apropiados para los caballos”.
La influencia incásica en Chile fue débil, debido a esta alianza política con los pueblos originarios, destinadas a extenderse a los territorios al otro lado de la cordillera. Sin embargo, los incas, al igual que en Bolivia y Ecuador, en el norte de Chile apoyaron el desarrollo de nuevas técnicas agrícolas, y el oficio de fundir el oro, la plata, el platino, el cobre y el laboreo del bronce. Se adaptaron de ellos también diversas formas de objetos cerámicos, siendo el principal la maka o cántaro de grandes dimensiones, también conocidos como “aribalo”. Aunque introdujeron estas nuevas formas como manifestación de su influencia política, en su decoración dejaron libertad a las culturas locales. En Arica siguen la antigua línea estilística; en Atacama las makas son rojas pulidas, sin decoraciones, y en el territorio Diaguita sorprende la riqueza decorativa que se aplicó en estos cántaros, en que reflejó sus conocimientos matemáticos y astronómicos que era tema usual en su vestimenta y ornamentos habitacionales y de sus templos. Religiosamente, los incas en Chile no pudieron reemplazar la fe, pero agregaron el culto al sol y la luna como deidades. Fundaron más de 38 santuarios en las altas cumbres chilenas y en algunos lugares, como el cerro El Plomo, donde realizaron sacrificios humanos al sol, que eran repudiados por la cultura local. La jerarquía social de los jefes incas se manifestaba en los atuendos ricamente tejidos, especialmente en los unku o túnicas de colores en contraste. El traje se complementaba con gorros emplumados y una chusca o bolso. En general la vestimenta masculina chilena luego del Inca siguió las antiguas tradiciones andinas chilenas, lana clara de dos piezas y manta y sandalias que era de cuero duro ricamente curtido. En los colores de las telas que veo aquí, siento notoria la diferencia respecto a la imaginería del tejido araucano, en que las grecas van pintadas siempre en tonos sobrios y estrictamente geométricos. En la vestimenta femenina, los incas introdujeron en la vestimenta femenina, el vestido envolvente que hasta hoy emplea la mujer Aymara. Las mujeres más al sur de Chile siguieron usando la túnica ancestral con tejidos y bordados más sobrios, con excepcionales figuras geométricas que en su diseño se esparcieron hasta la región central desde las zonas araucanas, con su propia expresión en las artes del tejido preservadas hasta hoy día.
Este Imperio Inca fue el que descubrió el español Pascual de Andagoya en 1522. Por su organización jurídica, política y militar, esta cultura es equivalente por su importancia a la Azteca del Norte; y también como los aztecas, la historia más lejana del Imperio Inca está sumida en la brillante oscuridad. Es tradición que el primer inca fue hijo del dios Sol: Manco Cápac, fundador del Cuzco. El maestro boliviano Jesús Lara, uno de los más ilustres investigadores de la literatura del Incario, afirma que las gentes de Los Andes del sur de América eran adelantados en muchos aspectos: “Trabajaron desde muy temprano los metales, y desarrollaron conocimientos astronómicos que les permitía medir con precisión los ciclos del tiempo, y sabían que la Tierra era redonda cientos de años antes que en Europa. Desarrollaron escrituras que nos han quedado grabadas en la piedra, dibujada en sus utensilios de uso diario, en la cerámica, en sus ropas. Siempre cantando a cierto despertar del hombre que se desenvuelve en el ámbito de una nueva creación cosmológica, con la mayor parte de sus inscripciones que no han sido descifradas aún pero cuyos restos arqueológicos nos indican civilizaciones con gran sentido político y cultural, aunque se han preservado algunos escritos propiamente tales como los de Pachacuti Yanki Salkamaywa, los de Sinchi Roca, el segundo de los incas, como la obra “Dioses y hombres de Huarochiri”, en la “Crónica” de Guamán Poma, o de Pachacuti Inca Yupanqui, pero es en forma oral como los amautas, los sabios quechuas, de boca a oreja como han contribuido a recoger, preservar y transmitir su extraordinaria actividad creadora. Los escritos quechuas evocan como lugar de origen de los hombres andinos sudamericanos un sitio llamado Paccarí Tampu, que significa “la posada de la Aurora”. Subieron a la superficie de la apertura en varias cavernas andinas. Una de ellas en Tiahuanaco, Bolivia, y otra en Cuzco, Perú, desde donde brotaron estos ancestros de los Incas, llevando de cabeza a su líder Manco Cápac, cabeza de la dinastía. Poco es lo que se sabe a ciencia cierta de sus sucesores: Cinchi-Roca, Lloque-Yupanqui, Mayta Cápac, Cápac Yupanqui y demás héroes cantados por el poeta Inca Garcilaso. El espíritu de unidad nacional, que cristaliza en tiempos del Inca Roca, fue fomentado por los sabios escritores o amantas, que enseñaban el culto de los héroes y glorias imperiales. El Imperio Inca llega a la cumbre de su grandeza con Huayna Cápac, jefe histórico que llevó sus conquistas hasta Colombia. Antes de morir en 1525, Huayna Cápac dividió el Imperio entre sus dos hijos: a Huáscar le entregó la zona meridional, incluyendo Cuzco, mientras que a Atahualpa, nacido en Quito, le concedió la parte situada al norte de Tumbes: estalla la guerra civil; catástrofe que coincide con la llegada del español Francisco Pizarro y sus exploradores, en 1531, procedentes de Panamá, desde donde desembarca con sus 180 hombres en las costas peruanas. Atahualpa, que acaba de derrotar y ejecutar a su hermano Huáscar, corrió idéntica suerte a manos de los españoles; muerto el caudillo, el Imperio se derrumbó, y en noviembre de 1533, Pizarro y sus tropas entraron triunfalmente en Cuzco, luego de fundar Jauja y reconocer a Manco Cápac II”. La historia anota que dos años después, los conquistadores establecen la capital en la legendaria Ciudad de los Reyes, a orillas del Rímac, de donde procede el nombre de Lima. La ciudad fue testigo de las fuertes disputas entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro, conquistador de Chile, a propósito de sus respectivas jurisdicciones: luego de ser derrotado, Almagro es ejecutado en 1538; no obstante, los almagristas, al mando de Juan de Rada, vengarán tres años después a su jefe, acuchillando a Pizarro en el Palacio del Gobierno de Lima.
A ORILLAS DEL LAGO TITICACA.
Así, con Lima como destino de viaje, desde Arequipa hemos subido cruzando el Volcán Misti, pasamos por Juliaca, desde aquí seguimos una bifurcación hasta Puno, a orillas del Lago Titicaca, el más alto del mundo, donde, por medio de lanchas muy acomodadas que surcan regularmente orillando el lago, lo que toma un día entero, se une al sistema ferroviario de Bolivia. Sólo hemos estado dos días a orillas del Titicaca, que ofrece al visitante cuando amanece y al atardecer un espectáculo verdaderamente extraordinario: es un espejo de agua inolvidable a pesar de verlo apenas unas horas. De noche los relámpagos y truenos sobre el horizonte de las aguas, nos da la impresión de estar a orillas del mismo mar. De día la navegación en balsas por los indios Aymaras y Uros, viviendo en sus casas de totora que son como islas flotantes del lago, proporciona observaciones sugestivas. El lago está bordeado de infinidad de pueblos indios; algunos tienen el atractivo de bellos monumentos virreinales, como Juli y Pomata. Dos mundos en Puno que fue el centro de una de las civilizaciones más importantes del periodo pre-Inca, la cultura Tiwanaku, la suprema expresión del antiguo pueblo Aymara, cuyos vestigios suscitan admiración. Según otra leyenda, el primer Inca, Manco Cápac, y su esposa, Mama Ocllo, emergieron del lago Titicaca. Su padre, el dios Sol les había ordenado la fundación del Imperio, o Tawantisuyo, que fue dividido en cuatro regiones, Puno era una de ellas. Cuando llegaron a Cuzco hacia mediados del siglo XVI, los españoles tuvieron conocimiento de la gran riqueza minera, sobre todo en oro y plata, de la región. Hacia 1660, unas luchas sangrientas por la posesión de una rica mina en Laikakota, cerca de la actual Puno, obligó al virrey Conde de Lemos a ir a la zona para pacificarla; ese fue el origen de la fundación de la actual ciudad, el 4 de noviembre de 1668. Fueron los sacerdotes españoles, en su afán de evangelizar a las poblaciones aborígenes, que hicieron erigir hermosas iglesias, donde con imaginación y destreza, los descendientes incaicos aportaron su propio estilo mestizo. La construcción de su catedral data del siglo XVIII y fue realizada en piedra por el peruano Simón de Asto, cuyo nombre está inscrito en la puerta. De estilo barroco, constituye un ejemplo de esta arquitectura mestiza local. Hoy, el pueblo tiene un interesante Museo de Arte Popular, donde se puede descubrir artesanía textil y cerámicas religiosas.
El lago de Titicaca presenta dos estaciones distintas: húmeda (diciembre a abril) y seca (mayo a septiembre). Los días son templados y las noches heladas (menos de ocho grados). Los lugareños dicen que en realidad hay dos estaciones: ¡la del invierno y la de ferrocarril! Ubicado a 3810 metros sobre el nivel del mar, es el lago navegable más alto del planeta; mide 194 Km. de largo por 65 Km. de ancho; ocupando 8710 km2 (5260 en el Perú, 3450 en Bolivia) y con una profundidad máxima de 281 metros. En Titicaca nuestros días fueron de sol, con un fondo de aire fresco igual que en todo los Andes. Por el contrario, heló en la noche con un cielo fantásticamente estrellado. La recomendación de que la altura significa también que hay que evitar los esfuerzos físicos intensos, las largas caminatas, es una recomendación que uno olvida siempre. Igual, en estas alturas andinas nunca hemos sufrido inconvenientes, nunca supimos lo que era la enfermedad de altura, debe ser porque los chilenos también tenemos una caja torácica modelo, con un suplemento de glóbulos rojos, lo que aquí dicen que explica también las mejillas color violeta de los vecinos. En Titicaca, debido a la pureza del aire, el lago es particularmente transparente (de 65 a 15 metros) y la calidad de la luz es excepcional; las montañas que parecen estar muy cerca están en realidad a 20 o 30 Km. Ofrece una extraordinaria fauna compuesta de patos, peces tales como el suche, el capache y la trucha, así como se ven a sus orillas alpacas y llamas entre otros animales. La flora es excepcionalmente rica, entre otros, por totora, que se usa como alimento, bebida, y material de construcción para las casas, canoas y artesanías.
Como sostienen antiguas leyendas precolombinas, quedó fehacientemente demostrado que en el fondo del lago Titicaca hay evidencias arqueológicas de una civilización que se remonta a tiempos anteriores a Jesucristo; tiempo en que se ha establecido la existencia de esta antigua civilización levantada a lo largo de las costas del lago. Esos restos hoy yacen en el fondo lacustre a unos 50 mts. de profundidad. Entre ellos hay una terraza de cultivos y un probable muro de contención de un camino de piedra de unos 700 metros de largo. Han aparecido, asimismo, lo que podrían ser tramos de un centro ceremonial y valiosos objetos, como, por ejemplo, urnas rituales, piedras talladas y restos óseos quemados de camélidos. La isla del Sol, en territorio boliviano, es la más renombrada de cuantas se yerguen en las aguas del lago sagrado del Imperio incaico. En la región, anteriores a los incas, estos Tiwanakus de quienes descienden los quechuas que fueron sometidos por los conquistadores españoles durante el siglo XVI, fundaron el que se considera primer imperio andino y erigieron la primera ciudad planificada de la región; esta Tiwanaku, con sus palacios y templos, y hoy un importante centro de turismo arqueológico, que ha llevado a varios investigadores a escribir libros completos de la zona. Aquí sólo anotaremos que el sitio es depositario de una de las legendarias esculturas conocidas como Piedra del Sol, que es un tallado circular en un monolito en que se ve un calendario astronómico en que extraños lazos unen la Tierra con el planeta Venus, una copia de las cuales se encontró en las ruinas del Templo Mayor en México. Resguardada en la Zona Arqueológica de Tiwanaku, en territorio Boliviano, al que llegamos atravesando el lago, el sitio es fascinante y custodio de la piedra trabajada con el mayor grado de perfección alcanzada por esta cultura de Los Andes, tanto en su arte como en la simbología atesorada en los petroglifos. Vemos la mítica Puerta del Sol, que custodia a manera de marca el tallado circular trabajado en un solo bloque de piedra andina de unas diez toneladas de peso, que en su conjunto forma parte de otra edificación mayor que se supone ubicada en la cima de la Pirámide Akapana. La Puerta del Sol no da a ningún lado. Está situada atravesando la nada, el aire, en las alturas de este enclave que sin ser demasiado grande es magnífico por estar cuajado de escritura; tiene 2,75 metros de altura, 3,84 de longitud y una anchura de 50 centímetros. En el friso de su dintel, cargado de una simbología aún sin descifrar, destaca una figura humanoide de pequeño cuerpo y gran cabeza. Tiene bajo sus ojos varios orificios en la piedra que parecen lágrimas, razón por la cual es conocido como el "dios llorón". Sustentado sobre una pirámide escalonada, de su cabeza surgen 24 rayos, y cada una de las manos de este personaje sostiene un báculo, por lo que se le hermana en simbología con el Señor de los Báculos, el más antiguo dios adorado en Los Andes sudamericanos. En Bolivia lo identifican con el mismo Wiracocha, el dios instructor de los pueblos andinos. A ambos lados de la imagen encontramos un total de 48 figuras: 24 a la izquierda y 24 a la derecha. Se trata de hombres alados con corona, algunos con la cabeza de ave, y que dan la impresión de estar caminando. Es probable que tan medida distribución no corresponda sino a un calendario que se ha interpretado de diversas maneras. En el sitio se pueden ver además los restos líticos del Templo de Kalasasaya, cuya datación en carbono catorce ubica la mayor antigüedad del lugar hacia el año 1600 a.C. También se pueden ver otros monolitos colosales, el Templete Subterráneo, y la Puerta de la Luna. Según estudios coincidentes de varios especialistas, Tiwanaku quedó abandonado a raíz de un cataclismo que habría destruido esa civilización, cuyos vestigios son hoy con justa razón Patrimonio Cultural de la Humanidad.
El lago Titicaca y Cuzco están íntimamente ligados en la milenaria tradición del lago y la ciudad de los hijos del Sol, custodia de la legendaria Machu-Picchu. El dios creador Wirakocha, según la leyenda teogónica, apareció en el Titicaca y ahí fue donde comenzó a crear todo lo existente. El hombre fue hecho de piedra. Después de poblar las tierras altas, descendió a los valles de Cuzco. Así, el Sol, la Luna, las estrellas, el hombre y todas las cosas nacen también de estas aguas. La veneración al gran lago es constante, y el peregrino a Cuzco debe comenzar aquí su camino con una ablución ritual, dice la tradición, y así hicimos, en la estadía mínima de dos días que hace posible la conexión de los ferrocarriles. De vuelta al ramal de Juliaca, se debe mencionar la labor meritoria de los hombres que hicieron estos caminos que trazan las líneas del tren que nos transporta. La construcción de estas líneas ha presentado dificultades extraordinarias por la altura a la cual los trenes, en un recorrido muy corto, deben subir para cruzar las cumbres de los Andes. En Crucero Alto alcanza el Ferrocarril del Sur los 4500 metros. Seguimos subiendo hasta Ayaviri, La Raya, Aguas Calientes, Sicuani, un pueblito en que se ven de las más bellas artesanías en lana de Alpaca y Vicuña, como abrigos, guantes, bufandas, chalecos, de primera necesidad porque el frío a esta altura es inacabable. Seguimos ascendiendo y cruzamos pequeños poblados como San Pablo, San Pedro, Combapata, Checacupe, Cusipata, Chiquijana, hasta llegar a Urcos, lleno de actividad comercial que anuncia a Cuzco antes de pasar por la zona de los gigantes cerca de Paruro, cruzar Oropeza y San Jerónimo. El viaje se ha hecho inolvidable. La artesanía y el folklore cuzqueños se imponen de inmediato, reflejan los antiguos ritos, como el Inti Raymi o Fiesta del Sol, en este solsticio de Junio, en que hemos llegado aquí por tierra desde Santiago de Chile. El itinerario ha sido fantástico: desde Arequipa subimos en tren ascendiendo por la majestuosa cordillera de Los Andes hasta el valle sagrado de Vilcabamba; ahora creemos que bajaremos a Lima por tierra hasta Juliaca, siguiendo el Camino del Inca; en Juliaca tomaremos el tren hasta Lima.
EN CUZCO: LA CAPITAL DE LOS HIJOS DEL SOL.
Los aviones acortan muy notablemente el tiempo necesario para cubrir las distancias: de Santiago de Chile a Arequipa en Perú se necesitan, por la vía ordinaria terrestre, tres días de viaje, y uno de ferrocarril hasta Cuzco, es decir, cuatro días en total; en avión son suficientes tan sólo cuatro horas. Pero el viaje bien vale el tiempo invertido. Aquí nos quedamos varios días viviendo en Cuzco y viajando los amaneceres a las fabulosas ciudades prehispánicas que anuncia esta ciudad real Inca. La entrada a Cuzco, cuyo clima es medianamente frío durante todo el tiempo, se hace con la respetuosa expectación de saber que estamos en la mítica cuna del Imperio de los incas.
Llegar a Cuzco es una delicia palpable al respirar ese aire tan fresco que reina en sus alturas. Ubicada en el extremo del valle andino del Watanay, como en el fondo de un bolsón, es la capital de los incas, el Imperio de Tawantinsuyu, con su ubicación que le permitía defenderse de invasores. Rodeada por altas montañas y colinas fortificadas de piedra; por Angostura, luego se abre al valle como en estrecho desfiladero; por lo demás, acceder libremente haría necesario franquear accidentes orográficos insuperables. Este marco físico en que se encierra el Cuzco no puede ser más pintoresco. Hacia oriente y poniente cumbres nevadas como el Ausangati y el Salcantay son hitos gigantescos. La baja planicie es una sola pradera. El Cuzco alto, las punas, tan próximas, forman la meseta de Sajsawaman, que anuncian la legendaria Machu-Picchu, cuya visita sólo es posible realizar desde aquí.
Cuzco era la ciudad modelo de los incas. Sus edificios, arquetipos civiles, eclesiásticos, militares, se reproducían en el resto del Imperio, a medida que eran extendidos sus dominios por naciones de la sierra y del litoral. El Cuzco, varias veces destruido, primero en una época muy remota, después como consecuencia de la ocupación española, conserva monumentos correspondientes a distintos períodos que la arqueología distingue y clasifica. Su historia arqueológica comprende dos grandes épocas: la llamada pre-colombina, o etapa anterior al descubrimiento de América por Cristóbal Colón (año 1492) y la post-colombina o colonial, que se remonta a la dominación del Perú por España, hasta la Independencia (año 1821). La historia de Cuzco antes de la dominación española es la que ofrece mayor interés y se divide en dos grandes épocas: la pre-incaica y la incaica, correspondientes a la época anterior a la cultura que se desarrolló bajo el Imperio de los incas y a la del período de la dominación de estos. La entrada al valle del Cuzco estaba defendida por los restos de un alto murallón; le da acceso una bella portada de piedra muy pulida, de sillares regulares. Por encima de esta portada, en época posterior, pasaba un acueducto que dotaba del líquido elemento a un vasto pueblo denominado Pikillajta, hoy estos acueductos están en proceso de rescate. Era probablemente un puesto militar para la defensa de la ciudad. Los restos de sus construcciones así lo revelan: son en su mayoría largos recintos de dos pisos para alojar miles de soldados. En recientes excavaciones fueron halladas en estas ruinas preciosas pequeñas esculturas de turquesa, pero su mineral emblemático es la piedra: en la vecindad están las renombradas canteras de Rumikolika que proporcionaron gran parte del material con que el Cuzco fue edificado y reconstruido varias veces. Desde estas alturas se contempla el más bello panorama del lago de Lucre o Muyuna y de los nevados de Urubamba.
Sobre la colina septentrional de Cuzco, cual una Acrópolis, se alza magna y formidable, ya anotamos, la ciudadela de Sajsawaman, obra arquitectónica asombrosa que, por sí sola es bastante para atraer el turismo del mundo. Ahora recorrimos Sajsawaman, a manera tradicional antes de conocer Cuzco y de subir a Machu-Picchu, por ser el sitio también panteón y vivienda de los mayores cuyas almas custodian la ciudadela sagrada, a cuya memoria se debe rendir ofrenda antes de visitar. Construida con arreglo a una técnica militar muy avanzada servía de plaza fuerte a la capital y de refugio a la corte, y al sacerdocio con sus dioses y reliquias. Está formada por tres series de defensas que rodean la colina, cobrando mayores dimensiones los muros que limitan a la entrada al valle del Cuzco con una explanada. Enormes bloques de piedra de muchas toneladas de peso colocados con matemática precisión unos sobre otros y alineados los macizos más largos, todos estrechamente unidos sin cemento alguno. La sensación de grandeza se produce al contemplar esta obra titánica de los cuzqueños, que desafía los siglos y que constituye lección perenne de fuerza y señorío. Se ven desde una meseta numerosas construcciones que se extienden por la planicie. Conjuntos rocallosos fueron transformados en ciudad ceremonial, con tumbas y adoratorios. Fuentes, jardines, acueductos, vías subterráneas, tronos en piedra, laberintos de rocas talladas y el rodadero o tobogán de los incas, constituyen múltiples atractivos en este conjunto. Unos cuantos kilómetros más al Norte de Sajsawaman se puede admirar el precioso balneario de Tambomachay, con su piscina, sus galerías y terrazas y el bello y apacible paisaje. Cerca de esta casa de recreo de los incas, se ve la Pukara en miniatura, fortaleza de proporciones reducidas, como si se tratara de un modelo, de una gran maqueta. Frente a la fortaleza de Sajsawaman, dominándola, está el llamado "Trono del Inca". Es una doble escalinata que en la parte central deja un espacio bien pulimentado como un gran asiento. Esta disposición escaleriforme tendría que ver con el símbolo "tierra" y, en consecuencia, podría estimarse como altar a Mama Pacha, pero está catalogado sólo como un trono real.
En el Cuzco mismo, uno debe ubicarse por los barrios que componen la ciudad, cada uno con sus edificaciones exclusivas. Así, el Kollkampata o Palacio de Manco Cápac, en una primera época era el gran depósito de alimentos o "kollka" de la imperial ciudad, de donde se abastecía el Inca de los productos de la tierra y de la industria, y el ejército de bagajes y vituallas. En la segunda fundación que hizo el Inka Pachakutec, se destinó este edificio a la parentela del primer monarca Manco Cápac. Desde entonces tomó este palacio el nombre de éste, como hoy se le conoce. Conserva una fachada con once nichos y hacia el interior un lienzo de arquitectura posterior, muy hermosa, con una gran alacena (hoy convertida en puerta) y una ventana. En la actualidad esta es una estancia particular.
El barrio de Chokechaka y los fronterizos de Tokokachi (la cueva de sal, hoy San Blas) y Kantutpata están formados de bellísimos huertos y jardines en terrazas; zona abundante en aguas y defendida de los vientos, debió ser preferida para las residencias de los nobles y personas principales del Imperio. Se puede admirar aún muchos trozos de aparejo, algunas portadas y otros restos de gran valor arqueológico en proceso de rescate. Otros barrios son Munaysenka, la hermosa "cresta", un sector de huertas; Rimajpampa, el llano de las asambleas, el ágora, donde se reunía el pueblo a ocuparse de los negocios públicos; el barrio Pumajchupan, "la cola del león", en el delta formado por la unión de las aguas que pasan por el Cuzco, que cuenta con tres arroyos, siendo el principal uno que pasa por el centro de la ciudad, o Huatanay, llamado en antiguos papeles Purihuaylla ("caminante de la pradera"). Los tres estaban canalizados en toda su extensión, según se puede apreciar todavía. Estaban atravesados de puentes de piedra muy notables; una muestra es el de Santa Teresa, restaurado en el centro de la ciudad, formada también por Kayaukachi, que corresponde a las barriadas de Santiago y Belén; así como Chakilchaka-Picchu, "el pico de montaña", de las tierras de cultivo en terrazas, donde se conservan aún árboles centenarios, los Chachacomos. El barrio de Killi o Killkipata es zona predominantemente agrícola. En el Karmenka, "la paletilla", por la forma que tiene, está hoy asentada la parroquia de Santa Ana. El Wakapunku o "la puerta del santuario", corresponde al barrio de Sapi. Por lo general las calles incásicas eran estrechas; buenos ejemplos tenemos en las de Awajpinta (en el Templo del Sol) y Loreto, que desemboca en la plaza mayor de notable extensión: Aukaypata.
Como es semejante con las viejas ciudades precolombinas, esta que visitamos ha sido construida y reconstruida muchas veces: de ello hay aquí testimonio arqueológico a la vista. Unas estructuras han cubierto a otras, apareciendo superpuestos diferentes estilos. Así puede claramente observarse en algunos monumentos como Jatunrumiyoj y el mismo Sajsawaman. En Cuzco la historia común habla de tres fundaciones que son la de Manco Cápac, la de Pachakutec y la de Pizarro. En algunas calles derrumbadas de las afueras de la ciudad, que dan a precipicios inexplorados de Los Andes, a la vista se puede descubrir muchos muros, restos de edificios de épocas remotas, cubiertos ya para siempre, si no aparece un programa de rescate que ponga a la vista las construcciones anteriores ocultas. Y en algunos casos, francamente utilizadas en sus bases y vueltas a reconstruir, especialmente en los barrios del centro, donde estaban las residencias reales. A diferencia de los conjuntos semi-rurales, que hoy son las parroquias, los barrios urbanos eran todos construidos de piedra de cantera bien labrada y aún pulimentada. De ellos quedan muchos, admirables testimonios. Los principales son:
1) Pukamarka: La manzana formada por las calles de Santa Catalina, San Agustín, Maruri y Kapchi. Era el palacio de Tupaj Inka Yupanki, donde había una capilla dedicada al trueno. A la muerte del rey, lo ocupó el Jatun Ayllu o sea el grupo numeroso de sus mujeres e hijos.
2) Jatuskancha: Entre las calles de Santa Catalina, Triunfo y Herraje. Residió Inka Yupanki y su prole.
3) Amarukancha: La Universidad, Muttuchaca y el Castillo de Huayna Cápac y el ayllu Tumipampa.
4) Kasana: Plaza de Armas, Plateros, Tejsecocha, Procuradores. Fue palacio de Pachakutec y de su ayllu Iñaka Panaka.
5) Kiswarkancha: donde hoy se levanta la Basílica. Residencia de Wirakocha y del ayllu Sujsupanaka.
6) Kora Kora: Plaza de Armas. Procuradores. Ayllu Raurau. Inka Sinchi Roka.
7) Kollkampata: Convertido el primitivo granero en palacio conmemorativo de Manco Cápac y residencia de la parentela de Chima Panaka.
8) Kusipata: En el local del Cabildo. Plaza de este nombre o del Regocijo. 9) El Templo del Sol de Cuzco, el Intiwasi, arquitectónicamente es una de las obras más perfectas de los incas y, por fortuna, una de las pocas que no fue totalmente arruinada por los conquistadores. Erigieron sobre sus admirables muros el Convento de Santo Domingo, pero aún se conservan recintos completos que permiten una reconstitución del gran santuario, que servía de modelo para los templos solares que se edificaban en todos los pueblos que sojuzgaba el poder cuzqueño. Intiwasi estaba construido sobre un promontorio o montículo limitado hacia oriente y poniente por dos de los ríos que atraviesan la ciudad. Una serie de terrazas le dio forma regular y en la amplia plataforma superior fueron ubicadas las capillas del culto al Sol; estas eran la del astro mayor que se levantó hacia el Norte sobre una última terraza no muy alta; a uno y otro costado, en plano inferior, aparecían las de la luna y Venus, al Oeste, y las del rayo, el arco iris y la constelación de Las Pléyadas, al Este. El lado Sur del observatorio solar no presenta edificaciones superpuestas. Este conjunto de las cinco capillas estaba rodeado de un muro corrido en forma curvilínea en el extremo occidental, sirviendo de base al reloj de sol, o "Intiwatana", que tenía una torre de 132 escalones, como asevera el historiador Morúa. En una extensión de nivel inferior, hacia el Sur, se levantaban las habitaciones de los sacerdotes. Coronan esta altitud numerosas terrazas que se pierden en las cumbres y cruzando las distancias, verdaderas macetas donde se cultivaba el maíz. Y cercano, el Ajllawasi, literalmente, en keswa, significa la Casa de las Escogidas: era un vasto edificio que albergaba a centenares de mujeres seleccionadas en todas las provincias del Imperio que ofrecían este tributo extraordinario al Sol y al Rey del Cuzco. Las más bellas eran aquí educadas desde niñas en todas las labores femeninas: tejido, preparación de comidas y bebidas, culto, atención doméstica. Entre ellas existían categorías, desde las Vírgenes del Sol, consagradas exclusivamente a su culto y a quienes ni el Inca osaba mirar, hasta las que eran encargadas del servicio de la corte, como ayudantes de la emperatriz o como asistentes de su real esposo. En Ajllawasi había numerosos compartimentos, jardines, huertos, fuentes. Se criaban toda suerte de animales domésticos, inclusive cachorros de fieras. Todavía se conserva casi íntegro el muro occidental de este edificio y algunos otros lienzos exteriores e interiores. El Korikancha o Barrio sacerdotal era todo un conjunto de edificios dedicados al culto divino y estaba limitado dentro de la ciudad imperial, por eso su nombre que significa el "cercado de oro" porque existe el testimonio histórico de que el ornamento de estos grandes edificios consistía en planchas del precioso metal. Los españoles alcanzaron a recoger algo de este considerable tesoro que, según la tradición, alcanzó a ser escondido en gran parte y hoy forma parte del llamado “tesoro oculto de los incas”.
En su obra "De Descripción de las Indias Occidentales", el cronista español Antonio de Herrera escribe -en 1730- la impresión que del sitio se tenía entonces: "La gran ciudad de Cuzco, asiento real del Inca, y cabeza de su Imperio, y ahora de los reinos del Perú por título que de ello tiene de los reyes de Castilla y de León está en 13 grados y medio de altura, 78 de longitud, 125 leguas de la Ciudad de los Reyes, al sudeste, de mas de mil vecinos castellanos; la fundó el marqués D. Francisco Pizarro; tiene ocho parroquias y cuatro monasterios de las cuatro órdenes, de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, La Merced y La Compañía, y uno de monjas; aquí reside la Catedral, dependiente del Arzobispado de los Reyes... Salen, desde el tiempo de los incas, de la plaza de esta ciudad, cuatro caminos reales para las cuatro partes del mundo, que llaman Chinchasuyo, al norte para los llanos y provincia de el Quito; otro que llaman Condesuyo, al Poniente, para la mar; otro que llaman Finalsuyo, al Sur y Chile en el confín de la Tierra; y el cuarto al Oriente, que dicen Andesuyo, que va a los Andes y faldas de la sierra. Está Cuzco en comarca de buen temple, fresco moderadamente y sano, libre de todas sabandijas venenosas y fértil de todas cosas, con mil maneras de frutas de Castilla y hierbas y flores olorosas en todos tiempos, que son de gran deleite; están en jurisdicción el valle Toyma y otros de mucha granjería de coca, y muestras de minas de oro, plata y azogue, y habrá en su jurisdicción cien mil indios tributarios; en todas partes de estas Indias tienen los naturales gran gusto en traer en la boca, de ordinario, raíces, ramos o hierbas, y lo que mas usan en Perú es la coca, porque según dicen sienten poco la hambre y se hallan con gran vigor mascándola siempre, aunque mas parece costumbre o vicio heredado; esta coca se planta y da pequeños árboles que se cultivan, y regalan, y dan la hoja como arrayán, y seca en cestos se lleva a vender..."
Esta era la situación en la ciudad a principios del siglo XVIII, y las cosas poco han cambiado. Anuncia tres sitios sagrados de la América antigua: a tres kilómetros se halla Sacsahuaman, obra maestra de las fortificaciones incas, y a treinta kilómetros, Pisac, las ruinas de la ciudad Inca más próspera, y hacia el sol, a 112 kilómetros y a 2300 metros de altura, la ciudadela de Machu-Picchu; trenes y auto-vagones de turismo hacen servicio todos los días, así como trenes regulares de pasajeros y carga que van hasta el terminal de Chaullay. Cuzco está construido en un terreno desigual, en medio de una llanura extensa y fértil, regada por el río de Guatanay que casi siempre está seco, excepto en tres meses del año. Su mayor fuente de agua proviene del cielo mismo, pues llueve en cualquier momento. Según algunos escritos, la ciudad fue fundada en el año 1043 por Manco Cápac, el primero de los incas, y dividida por él en ciudad alta y baja. Su nombre significa centro, y agregan las antiguas crónicas que era el único lugar de 105 dominios incásicos que tenía aspecto de ciudad.
Ahora, al caminar por sus calles, uno se sorprende al ver a un mismo tiempo la grandeza y magnificencia de sus edificios y el vergonzoso abandono en que algunos yacen: parece que hasta sus imponentes vestigios están destinados a hundirse en el tiempo. La Fortaleza y el Templo del sol, este capitolio y coliseo de la Roma peruana, causaron la admiración de los españoles cuando -en 1534- Pizarro se apropia de la ciudad. Solo algunas murallas de la inexpugnable fortaleza, situadas en una alta colina un poco hacia el norte del sitio, se ven hoy en un buen estado de conservación. Están construidas de piedras enormes, poliangulares, de diferentes dimensiones pero no inferiores a dos metros de diámetro, colocadas una sobre otra sin cimiento, tan perfectamente unidas que no podría introducirse por entre dos de ellas una aguja. En Cuzco, como en Machu-Picchu, se ignora con que operaciones mecánicas pudieron transportar y levantar estas masas, para lo que parece necesario la fuerza de los cíclopes por su tan precioso ajuste.
La Plaza de Armas de este Cuzco cargado de piedras milenarias, fue otrora Huaccapyta, centro litúrgico del Imperio Inca, en el que se celebraban todas las ceremonias y fiestas importantes; concebida por Manco Cápac, estuvo rodeada por los que fueron algunos de los más famosos edificios del Imperio, como el Quishuarcancha (el palacio de Viracocha), en los terrenos que hoy ocupa la catedral. Edificada sobre un antiguo palacio Inca, el Amarucancha, se encuentra la Iglesia de la Compañía de Jesús, cuya fachada es uno de los más bellos exponentes del barroco en América. El convento de Santo Domingo se edificó sobre los muros del Templo del Sol, el Coricancha, donde estaba según la tradición el gran disco de oro radiante de luz dorada. El altar mayor lo construyeron en el lugar mismo donde estaba la imagen redonda de oro sólido del destronado dios tutelar; los frailes ocupaban -incluso en la actualidad- las celdas que habitaban las vírgenes: que eran las mas hermosas doncellas traídas desde todos los confines en que gobierna el Imperio de los Incas. Los regios jardines y cercados, que según la tradición estaban enriquecidos con estatuas y flores gigantescas de oro y plata, han sido reemplazados por campos de alfalfa y trigo. Unidos a los restos de muchas casas antiguas respetadas por los años a causa de su solidez, de su masa y su buen trabajo. Se divisan las ruinas de lo que fue la gran carretera construida por los incas y que llevaba hasta Lima; desde la parte alta se ven los vestigios de antiguos caminos que desembocan en extrañas pasadas subterráneas, antiquísimas. Desconcierta ver tantos caminos cortados, por donde antes transitaban los hijos del sol.
Me cuenta Fray Jorge Armando, en el Convento de la Merced, que un día los peruanos intentaron incendiar las toscas fortificaciones que los españoles habían construido sobre sus templos sagrados, pero que, en el mismo instante en que las llamas comenzaban a propagarse, la Virgen María bajó en una nube, apagó el fuego y concedió la victoria a los propagadores de su fe. El sitio donde ocurrió el hecho ahora se ve coronado con una capilla dedicada a nuestra Señora del Triunfo. De los edificios construidos desde el siglo XVI, es preciso hacer mención de los conventos de San Agustín y éste de la Merced, que son magníficos. La custodia de La Merced tiene una altura de 1.30 metros. Y pesa 22 kilos 200 gramos de oro; nos cuenta que fue construida en dos épocas, la primera, en 1720, es de estilo barroco y fue realizada por el orfebre español José de Olmos; el pedestal es neoclásico francés y fue tallado en 1804 por el orfebre cuzqueño Juan de la Piedra; contiene 1.518 diamantes y brillantes más 6.115 perlas, incrustaciones de rubíes, topacios y esmeraldas; en el centro tiene dos perlas que dan forma a una sirena: la primera su cola y la segunda el busto con la cabeza de oro; en la base se ve el Cordero Pascual, el libro de los Siete Sellos y el Pelícano (símbolo eucarístico), además vemos el escudo de la Orden de la Merced con diamantes negros y perlas. En el Santísimo, vemos una imagen de la virgen de las mercedes en oro esmaltado y rubíes que pesa 18 kilos. Con Fray Jorge Armando vemos pergaminos de música gregoriana del siglo XVII fabricados en piel de chivo, y hacemos sonar la campana que despidió a Pedro de Valdivia cuando desde Cuzco salió a la conquista de Chile.
Cuzco tenia la reputación de ser la segunda ciudad de Perú, y según las crónicas tenía en 1825 más de 40.000 habitantes, cuyos descendientes preservaron las fiestas prohibidas por los españoles, cuyo culto -aún hoy- es semejante al que históricamente realizaban los mismos Incas. Aunque vetadas por la cultura oficial, estas fiestas se practican todavía con toda su magia ancestral, y tienen un denominador común: largas procesiones a la hora del crepúsculo de la mañana y del lucero de la tarde, vestidos exóticos, rostros enmascarados, la frente guarnecida por tocados de plumas de avestruz y, contrastando con el carácter triste de su música y bailes, sus instrumentos suelen ser los de más alegre sonido: flautas, tamboriles, tambores, cornetas, matracas... es el Inti Raymi.
La adoración al sol tiene su origen en el pasado prehispánico de Sudamérica. Siempre que el tiempo lo permite, la fiesta al astro se celebra este primer día del calendario solar inca, y es un acontecimiento esperado por todos los descendientes de esta formidable civilización. A través de los siglos, unas 50.000 personas se reúnen anualmente aquí, vienen de todas las provincias peruanas, y muchos arriban vistiendo la ropa tradicional de su lugar de origen. Se bebe mucha cerveza, pero la bebida tradicional es la chicha de jora, fermentada del maíz, que emplean desde antaño en sus sacrificios al sol; también la chicha morada que se prepara con maíz morado, trozos pequeños de fruta fresca y se sirve helada. El pisco sour aquí tiene su fórmula coctelera: dos partes de pisco, una de jarabe, el jugo de medio limón, una clara de huevo y hielo picado, bien batida se sirve con gotas de angostura. Toda la comida es típica: el cebiche (pescado fresco macerado en limón), el chupe de camarones (que lleva papas originarias de la zona, leche, camarones de río, huevo, queso y ajo), los tamales (una pasta de choclo amarillo y blanco que se muele con maní tostado y manteca de cerdo, al que se agregan trozos de pollo o cerdo, aceitunas, huevos y ajo, envueltos en hojas de plátano). Los postres son deliciosos: como la mazamorra morada (harina de camote, maíz morado y trozos de fruta fresca), y los picarones (harina, huevos, manteca y miel de caña), que se acompañan con jugos de frutas de sabor inigualable.
Durante la culminación de una semana de festividades en la que hay música, bailes y encuentros sagrados, se realiza una ofrenda al dios Inti (el sol). El Inca llega a la explanada de la antigua fortaleza de Sacsayhuaman en una litera ceremonial (la tiana), que sostienen en su hombro los bravos rukkanas (guerreros). La cara del Inca está cubierta por la mascaipacha (máscara de oro), símbolo de poder y estirpe real. En su mano lleva el thupaoyauri, símbolo de supremacía sobre las cuatro regiones del imperio. Escoltado por los caballeros, los generales, el sumo sacerdote, los príncipes invitados y los portadores de las ofrendas al Inti, el Inca va a la cabeza de la comitiva.
Cuando el cortejo imperial llega al centro exacto de la explanada, comienza la ceremonia con el sacrificio de una llama, a la que el sacerdote mata y extrae el corazón y los pulmones. Si el corazón sale todavía latiendo es buena señal, de lo contrario significa que no habrá buenas cosechas y de luchas contra el Imperio. Cuando estuve allí por primera vez, en 1978, durante ese viaje memorable el corazón salió vivo, por eso, el sacerdote luego nos ofreció a todos chicha (la bebida original fermentada de uva), que previamente había sido ofrendada al sol y pasado alrededor de la comitiva real. Ahora ha sucedido igual. Luego, con una misa al aire libre termina la celebración popular, para los profanos, pues aunque pagano en sus orígenes, aparentemente se ha combinado con ciertas ceremonias cristianas. Como sucede en toda Latinoamérica, hoy día la iglesia, los políticos y el ejército suelen estar presentes en este tipo de eventos prehispánicos, que en sí siempre tienen una extensión en la que se vive otra experiencia, y en un sitio distinto: las mismas ruinas de Machu-Picchu.
De la magnífica ciudad de Cuzco hemos subido caminando a Ollantaytambo, que se extiende a la vista por la enorme hoya Amazónica, perdiéndose en la selva. Caminos, acueductos, gigantescas terrazas y torres labradas en los bordes de los precipicios andinos, canalización de millares de terrazas, bastiones, verdaderas fortalezas, miradores o sitios de observación, crecido número de pequeños pueblos y ciudades sepultadas por la maraña del bosque, son testimonios convincentes de que la región de Cuzco fue capital de una densa civilización.
El cañón natural de Ollantaytambo es colosal: visto desde lo alto a la distancia unos 30 kilómetros río abajo, comienza a estrecharse el valle hasta formar un imponente callejón de elevadas murallas, verdaderos acantilados que cierran el horizonte y lo contornean con sus agudas alturas. Abajo, las aguas del Wilkamayu, en estrecho y profundo cauce, rebota en sus graníticas orillas y se deshace en espuma llenando de estruendos el espacio. La vegetación vecina del trópico cubre de verdes ropajes la montaña; el bosque trepa hasta las cimas, no importa lo abrupto, lo escarpado del macizo andino. El río serpentea y las cordilleras también, en un proceso de ajustamiento y equilibrio cósmico. En este paisaje ultra terreno, encaramada en una de sus altas murallas, tallada en la roca cordillerana es que aparece Machu-Picchu: razón había de que la ignoraran los conquistadores y sus cronistas, porque está ubicada estratégicamente.
VIAJE POR TIERRA A LA CAPITAL DE LOS HIJOS DEL SOL.
Por Waldemar Verdugo Fuentes.
Fragmentos Publicados en VOGUE.
Saliendo desde Chile hacia Perú por tierra, la combinación a Machu-Picchu, desde donde pretendemos bajar a Lima, la iniciamos en tren desde Arequipa, el punto de embarque más cercano a territorio chileno en Arica, una zona del planeta que tiene la particularidad de estar en primavera todo el año con sus playas blancas a orillas del océano Pacífico. Por supuesto que llegar a Lima desde aquí está a cien minutos viajando por avión, pero esta es en verdad la crónica de un peregrinaje por América, que en este fragmento sube los caminos andinos a manera de ofrenda inicial ceremonial hasta Machu-Picchu para desde allí bajar la cordillera a la manera antigua hasta Lima tradicional, en un viaje de varios días.
Las líneas férreas más importantes en Perú son el Ferrocarril Central que une Lima con La Oroya y a ésta con Cerro de Pasco y Huancayo, y el Ferrocarril del Sur, que saliendo del puerto de Mollendo, pasa por Arequipa y Juliaca y llega al Cuzco: un día y su noche de viaje. Nuestro itinerario es tomar el ramal en Juliaca hacia el lago Titicaca, en Bolivia, para lo cual se requiere otro día entero, y al menos dos días para vislumbrar algo de Titicaca en una visita fugaz. Luego retornaremos a Juliaca y seguiremos viaje hasta Cuzco, siguiendo siempre las combinaciones del Ferrocarril del Sur, que en el sitio se comprueba que son rutas muy bien coordinadas. Los trenes entre Arequipa y Puno suelen funcionar por la noche (tres veces a la semana). Durante el día hay un tren desde Puno hasta Cuzco, pasando por Juliaca (tres veces por semana). Desde Cuzco hay un tren diario hasta Machu-Picchu que tarda unas 4 horas, y que también llega hasta Quillabamba. No hay conexiones de trenes directa entre Lima y Cuzco. Sin embargo el Ferrocarril del Sur lo hace posible desde Arequipa, y es lo que hacemos. En Cuzco veremos el camino accesible para bajar los Andes hasta Lima, siguiendo otra ruta.
El clima se hace más frío en Arequipa, ubicada a poco más de 400 kilómetros de Arica, subiendo la cordillera hasta los primeros 2360 metros de altura: está situada a los pies del hermoso volcán nevado Misti, de más de 5500 metros sobre el nivel del mar, y en una zona intermedia entre la cordillera y la costa peruana; es la segunda ciudad del país; posee una campiña que es un verdadero oasis; su clima prodigioso, la abundancia de luz y la proximidad de las cumbres nevadas que atemperan el rigor del ánimo, hacen de Arequipa un sitio privilegiado. Aquí la vegetación es de hoja grande y árbol fuerte, donde se levantan sus edificios blancos. Arequipa es conocida como la "Ciudad Blanca" por esta especial claridad que le da uno de sus principales materiales de construcción, una blanca piedra volcánica abundante por esta zona, lavada, con la que fueron levantados sus magníficos templos, como el de La Compañía; conventos, como el de Santa Catalina; y palacios, como el de Huasacache, también conocido como La Mansión del Fundador. Su belleza, su luz especial y sus paisajes cautivan al visitante. Conversamos con Pablo Guzmán Flores, arqueólogo e investigador especializado en Perú, quien nos dice: “Fue Arequipa fundada en 1540, pero sus principales iglesias y mansiones surgieron los siglos XVII y XVIII, a medida que prosperó su agricultura y nacen los beneficios derivados de su ubicación en la ruta de tránsito del comercio de minerales que iban de Potosí a España. Numerosos hispanos de origen vasco se afincaron aquí. En el siglo XIX su fuente de riqueza fue la lana en especial de alpaca, que era enviada a Inglaterra por casas comerciales propiedad de emigrantes ingleses y ricas familias locales; esta larga experiencia le ha permitido convertirse hoy en un centro muy importante de la industria textil de la lana de alpaca, vicuña y llama. La inauguración en 1870 del ferrocarril hacia Puno y Bolivia, Cuzco y la costa (Mollendo) impulsó su desarrollo transformándola en un núcleo vital de las comunicaciones y del comercio del sur del Perú. Cruce de trenes, aviones y caminos, está rodeada de grandes asientos mineros. Arequipa es fundamentalmente una ciudad mestiza, de acusada personalidad, y ha dado al Perú gran número de hombres y mujeres que han alcanzado importantes posiciones en la política, las letras y las artes, como Sor Ana de los Angeles Monteagudo, Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, Mariano Melgar, Alvarez Thomas, Nicolás de Pierola, Francisco Mostajo, José Luis Bustamante y Rivero, Víctor Andrés Belaunde, el Cardenal Juan Landázuri Ricketts, y más recientemente el prominente escritor Mario Vargas Llosa, entre otros. Por lo demás, Arequipa es un antiguo asentamiento humano. El examen por el procedimiento del carbono radiactivo de algunos restos encontrados en diversos yacimientos arqueológicos en estas inmediaciones andinas permite constatar la presencia del hombre hace quince mil años. Diversos grupos étnicos han habitado el actual territorio peruano desde entonces, como lo testimonia la diversidad lingüística existente, algo que podrás ver solamente pasando los diversos ramales del viaje en tren que emprendes: oirás diversas lenguas y podrás observar la diversidad de ropas que utilizamos los peruanos de este lado andino”.
Salimos antes del anochecer desde de la Estación de Ferrocarriles de Arequipa cuya estructura metálica del techo fue diseñada por el francés Gustavo Eiffel, así como el techo del mercado San Camilo donde nos aprovisionamos de algunas cosas, como agua envasada, vino, pan y queso y frutas, en especial naranjas que nos han dicho que son indispensables para enfrentar la llamada Puna, la enfermedad de altura que produce al cuerpo enfrentar a los más de cuatro mil metros que subiremos. Lo primero que llama nuestra atención emprendiendo el viaje es cruzar el Puente de Fierro, como llaman a una bella estructura de 488 metros de largo diseñada también por el legendario Eiffel antes de 1882, para que transite por sus rieles el ferrocarril enfilando hacia la cordillera, que de inmediato comienza revelar que cobija entre sus cumbres valles, mesetas y sierras. Son tierras altas y frías protegidas por alturas de nieves perpetuas que forman una gran herradura abierta al mar. Casas y pueblos se agrupan subiendo la cordillera a orillas de la vía férrea, las personas saludan el paso del tren y si es una estación, se inunda de gentes los carros, con todo tipo de bultos, animales enjaulados o simplemente anudados, conejos, patos, gallinas y hasta perros domésticos, especialmente mujeres con niños y hombres de edad que bajan y suben con toda clase de equipajes, y ni pensar en bajar a caminar los diez minutos porque olvídese uno de encontrar el asiento vacío. Sin embargo, otros trayectos el tren se vuelve fantasma, apenas unos pocos turistas, generalmente extranjeros que se verán todo el trayecto y harán sus amistades. Hay momentos ciertamente duros en el viaje: algunas horas del recorrido, especialmente las horas inmediatas del amanecer del segundo día, se aparece lo único que temen los arrieros cordilleranos, algo así como un espíritu de infinita pequeñez ante la inmensidad del paisaje, una pena del alma, lo que en los exploradores se vuelve pura tristeza, que aquí se acentúa por el aire de nostalgia que envuelve los caseríos abandonados que entonces se cruzan. Las horas de la noche envuelven el viaje en un frío inacabable, con el tren subiendo y bajando a ratos en zig-zag que indican la subida en acantilados que caen a ninguna parte y pueden incentivar para hacerse un resumen de la vida al notar que, en verdad, uno va cruzando uno de los caminos más peligrosos que existen por su geografía: también son los momentos perfectos para vivir un gran amor. Así, al amanecer descubríamos agrupadas en los valles que hemos ido dejando atrás durante la noche, algunas vecindades que tienen una característica común: están al pie de los cursos de agua. Nunca supimos de dónde venía exactamente, pero siempre acompaña al viajero el sonido de la quena, la flauta aborigen peruana. Se ven saludando desde el campo con sus manos en alto a gráciles mujeres, bajitas, con sus trajes de vistosos colores, y los hombres de pómulos salientes y piel tostada por el sol, labrando los campos, pastoreando sus rebaños de animales, llamas, vicuñas y en especial las bellas alpacas de fino pelaje. Entre una y otra estación del trayecto, el tren se llena de hombres mineros, que trabajan en excavaciones marcadas y viajan con sus cascos y a veces con sus palas para penetrar en la tierra y sacar el mineral; hablan todos al mismo tiempo entre ellos, con gran ánimo algunos y otros obviamente narrando algún episodio ingrato o jocoso, aunque se ven más bien serios conversando en quechua o en aymara, apenas en castellano: su indiferencia es total hacia los demás viajeros.
En el camino andino, vemos desde el tren cabezas de cavernas y torres de observación perfectamente talladas en la roca andina, recortando la distancia. “Son edificaciones de la época de los dioses”, nos dice el profesor Alberto Rosas Mayorga, de la Universidad de San Marcos, quien es estudioso de la cultura antigua peruana, y a quien conocemos en el tren y sería uno de nuestros compañeros de viaje; él agrega: “Los primeros establecimientos humanos en esta zona se remontan entre doce y quince mil años. Los remotos habitantes, posiblemente de origen asiático, llegados desde la selva, del otro lado de la cordillera o subiendo desde el mar, se dedicaban a la caza y a la recolección de frutos naturales; los utensilios de piedra tallada, correspondientes a estas primeras poblaciones, han sido hallados principalmente en Ayacucho, hacia la frontera con Chile. Las pinturas rupestres de las cuevas de Toquepala se remontan entre 12000 y 5000 años antes de nosotros. Están ubicadas a una altitud de 2700 metros y a 154 kms. en línea recta a la ciudad de Tacna, fronteriza con Arica en Chile. Las cuevas de Toquepala son producto de la erosión en una formación de roca arenisca. La cueva mayor o "Abrigo" o "Reposo" es un forado profundo en la roca, de mas de diez metros de largo, cinco de ancho, por tres de alto. Las paredes de la cueva son roca viva, pero decorada con pinturas rupestres. Las escenas muestran hombres en su preocupación fundamental: la recolección de alimentos. Presentan, como los demás descubrimientos que se han hecho en cuevas ubicadas en los Andes chilenos, un alto sentido animista, para propiciar la caza y los alimentos. Estas pinturas no solo fueron hechas por distracción ni por necesidad de expresar belleza, sino fundamentalmente porque era auspicioso para la vida pintarlas. En Toquepala hay representaciones de animales heridos, escenas rituales de la caza del huanaco; las principales escenas están hechas de agua y con pincel fino, y figuras aisladas hechas con los dedos y con pigmento de vehículo graso. Los habitantes primitivos pensaban que tales imágenes se constituían en espíritus de animales reales, por lo cual, antes de realizar las faenas de caza, jugaban lanzando vigorosamente sus proyectiles y lanzas sobre aquellas figuras. Este juego ritual era augurio de buena cacería y abundante alimento. El hombre primitivo de esta zona era recolector, cazador y practicaba la pintura rupestre. Esta ruta de Los Andes es apta para vivir por la cantidad de agua pura. Las aguas nacen del deshielo de los nevados y vierte sus afluentes bajando en dirección al Océano Pacífico, torrentosos y estacionales (abundantes en verano, diciembre a marzo, y escasos en esta época de invierno), como en todos los valles de la costa peruana. Las huellas de las aguas parecen estrechas, pero son hondas y para las pocas tierras cultivables son altamente productivas, por ello ha sustentado desde hace mas de 10,000 años complejas y desarrolladas sociedades en Los Andes en épocas anteriores a la era cristiana. En la actualidad es la principal "despensa" de Lima, como notarán, porque hay abundancia de frutas, legumbres y vegetales todo el año”.
Desde el tren se ven escapando de las líneas y trepando libres las montañas cuyes y llamas, los más remotos animales domésticos del Perú. Las llamas desempeñan un importante papel en la economía de estos pueblos andinos. Se utilizan como animales de carga, pero raras veces se montan. Se aprovecha, además, su lana, su carne, su estiércol seco como combustible y sus huesos. Incluso sus pulmones sirven hasta ahora para ser consultados por los augures. Alpacas y vicuñas completaban la animalada de carga incaica. Estrechamente vinculados a estos animales hallamos el hilado y el tejido de algodón, en los que se ocupaban los hombres y mujeres de cada grupo Inca. Esto es apreciable en los múltiples artesanos que ofrecen sus telas que incluyen todo tipo de ropas, compramos gorros y guantes y bufandas de lana cruda, que se hacen en el viaje inapreciables. La artesanía en el tejido alcanzó niveles muy considerables, pues si la vida de los indios estaba reglamentada al máximo, no es menos cierto que en materia de creación de diseños, motivos geométricos, texturas, combinación de colores, tenían un amplio margen de libertad. Era, de hecho, junto a oficios como el del pintor de alfarerías o los talladores de rocas, ámbitos en que el habitante de la comunidad podía desarrollar libremente su individualidad, costumbre que sigue viva, porque raramente un ornamento es igual a otro. Se ven en el camino amplias zonas cultivadas de yerba mate, calabaza, frijoles y lúcumas, cultivos de maíz y papas, cría de cuyes que se arrastran del período agrícola, de antes de Jesucristo. El año 600 antes de nuestra era, en la fase cultista de los pueblos antiguos de Perú, Chile y Bolivia, corresponde a un espectacular desarrollo cultural. Nos dice el profesor Rosas Mayorga: “En esa época sobresalen en Perú las culturas Chavin, Vicús, Paracas y Pucura, cuando brotan notables adelantos en los terrenos agrícola y ganadero, metalúrgico (laboreo de metales preciosos), arquitectónico (plataformas elevadas, plazas y edificios de piedra), pictórico y escultórico (representación de seres humanos, felinos, monstruos fabulosos antropomorfos), las primeras escrituras de Los Andes. Un horizonte intermedio hasta el año 300 de nuestra época es el de las culturas de Cajamarca, Recuay, Nazca, Mochica y Lima, al que pertenece un notable auge cerámico y alfarero (con dibujos zoomórficos), así como textil, arquitectónico-religioso (pirámides escalonadas y truncadas) y especialmente astronómico. Un segundo horizonte muy importante es el conformado por las culturas Tiahuanaco (que también se extenderá por territorios de la actual Bolivia) y Huari, y de no menor relieve es el intermedio (culturas Chimu, Chincha y Chancay). El Imperio Chimu dominaba toda la región, extendiéndose desde los alrededores de la actual Lima hasta la frontera con el Ecuador. Testimonios de la grandeza de ese Imperio son las ruinas de su capital, Chan Chan, cerca de Trujillo, así como las fortificaciones de Paramonga, próximas a Pativilca. Todas estas culturas costeras fueron absorbidas por los incas en el siglo XII. Los hallazgos arqueológicos y las leyendas que se han conservado parecen indicar que las tribus incas fueron originarias de las costas o de las islas del lago Titicaca, y que se instalaron alrededor del siglo X en el amplio valle del Cuzco: desde aquí inició su expansión este pueblo de lengua quechua, los incas, fundadores del Imperio Tahuantinsuyo, y Cuzco fue la capital de su reino”.
El Inca, poco a poco, extendió su dominio más allá de los actuales límites del Perú, sobre un territorio enorme que hacia el norte abarcó hasta Bolivia, Ecuador y Colombia, El estado Inca ofrecía a sus sometidos una relación de seguridad, en una época de Señoríos autónomos en permanente lucha entre ellos. Continúa el profesor Rosas Mayorga: “El Inca tenía relación con los jefes locales, a los cuales remuneraba con permanentes regalos. Estos debían contribuir con trabajo o servicios para sustentar al ejército, la burocracia y la nobleza. El Inca debía, a medida que crecía el Estado, someter a otros grupos para adquirir los bienes con que premiaba a los sometidos. Era un sistema naturalmente expansivo, que se detuvo sólo con la llegada de los conquistadores españoles”.
El patrón de ocupación Inca no fue igual: al Sur, en territorio chileno, en Arica desde las alturas hasta el mar, en una tierra donde existían otros asentamientos de población foránea, además de los autóctonos chilenos, fue una ocupación menos militar y más administrativa; en Atacama tuvieron menos centros que en Arica, pero más enfocados en el control de los caminos por donde pasaba toda la producción minera y agrícola desde el sur; en Copiapó, el primer oasis luego del desierto, tuvieron centros de dominio en el curso superior del río. En territorio Diaguita chileno tampoco tuvieron centros militares ni administrativos, sino que habilitaron las rutas transversales usadas por sus habitantes y crearon una dependencia administrativa, esto porque los Diaguitas se hicieron aliados de los incas, brindándole apoyo militar y estableciendo asentamientos Diaguita-Incas alcanzando al otro lado de la cordillera de Los Andes su influencia hasta Cuyo, San Juan, San Luis y Mendoza, en Argentina, que pertenecieron a la Gobernación de Chile y eran ciudades constituidas en el siglo XVI cuando llegan los españoles. El Imperio incásico logra por Chile seguir al Sur por Copiapó, Aconcagua, Maipo y Cachapoal. Los tres últimos dependían del centro administrativo Inca del valle del río Mapocho, que cruza Santiago. Los incas no pudieron seguir más al sur, igual que ocurrió a los españoles, que el sur de Chile es de Araucanos, en tierras a extranjeros jamás dominio sometidas. Nos ha dicho el arqueólogo Guzmán Flores: “Hasta Santiago de Chile, los caminos incas, llamados Capac ñam, fueron la columna vertebral del Estado antiguo de Perú, por donde se expandieron las ideas y la religión y circularon funcionarios, soldados y bienes. Era una red de senderos estructurados en base a dos ejes longitudinales y paralelos, uno a cada lado de la cordillera, unidos por múltiples rutas transversales. Debían pasar por fuentes de agua y pasto y estaban equipados con tambos para alimentarse y alojar. También existieron los caminos tradicionales, pero no estaban equipados y no se llamaban incas, aparentemente trazados y en uso desde un pasado remoto, que transcurrían por la cordillera en ruta longitudinal entre los 2000 y 4000 metros para bajar a la entrada al valle del Mapocho; los incas los perfeccionaron. Para mantener la autoridad central eran necesarias óptimas vías de comunicación: una magnifica red de caminos, que se ha encontrado y estudiado en 1952-1953 merced a la aerofotografía, vinculaban los diversos sectores del Imperio, y muchísimos puentes de piedra o colgantes que completaban la red. Un largo camino real incaico atravesaba los Andes desde la ciudad de Cuzco como centro: al Norte llegaba a Bolivia y Ecuador y al Sur hasta los 35º de latitud, en territorio chileno en la cordillera frente a Talca: una zona en la que existen desde el pasado remoto de Chile ciclópeos restos arqueológicos, como la meseta de El Enladrillado. Los incas no pudieron seguir más al Sur, dominio Araucano. Aún así, la longitud de su camino principal se calcula en poco menos de 6000 kilómetros; una compleja red secundaria penetraba selvas, bordeaba valles y ascendía, en algunos casos, hasta más de 5000 metros de altura. Como los incas no empleaban vehículos, bastaba enmarcar una superficie que permitiera transitar con seguridad a hombres y animales de carga. Habían establecidas señales cada 4,5 kilómetros, aproximadamente; sus correos especiales, llamados chasquis, aseguraban la rápida trasmisión de las órdenes del inca y de toda información que se considerase útil. Los españoles abandonaron estos caminos, reemplazándolos por unos de menor altura orillando el mar y más apropiados para los caballos”.
La influencia incásica en Chile fue débil, debido a esta alianza política con los pueblos originarios, destinadas a extenderse a los territorios al otro lado de la cordillera. Sin embargo, los incas, al igual que en Bolivia y Ecuador, en el norte de Chile apoyaron el desarrollo de nuevas técnicas agrícolas, y el oficio de fundir el oro, la plata, el platino, el cobre y el laboreo del bronce. Se adaptaron de ellos también diversas formas de objetos cerámicos, siendo el principal la maka o cántaro de grandes dimensiones, también conocidos como “aribalo”. Aunque introdujeron estas nuevas formas como manifestación de su influencia política, en su decoración dejaron libertad a las culturas locales. En Arica siguen la antigua línea estilística; en Atacama las makas son rojas pulidas, sin decoraciones, y en el territorio Diaguita sorprende la riqueza decorativa que se aplicó en estos cántaros, en que reflejó sus conocimientos matemáticos y astronómicos que era tema usual en su vestimenta y ornamentos habitacionales y de sus templos. Religiosamente, los incas en Chile no pudieron reemplazar la fe, pero agregaron el culto al sol y la luna como deidades. Fundaron más de 38 santuarios en las altas cumbres chilenas y en algunos lugares, como el cerro El Plomo, donde realizaron sacrificios humanos al sol, que eran repudiados por la cultura local. La jerarquía social de los jefes incas se manifestaba en los atuendos ricamente tejidos, especialmente en los unku o túnicas de colores en contraste. El traje se complementaba con gorros emplumados y una chusca o bolso. En general la vestimenta masculina chilena luego del Inca siguió las antiguas tradiciones andinas chilenas, lana clara de dos piezas y manta y sandalias que era de cuero duro ricamente curtido. En los colores de las telas que veo aquí, siento notoria la diferencia respecto a la imaginería del tejido araucano, en que las grecas van pintadas siempre en tonos sobrios y estrictamente geométricos. En la vestimenta femenina, los incas introdujeron en la vestimenta femenina, el vestido envolvente que hasta hoy emplea la mujer Aymara. Las mujeres más al sur de Chile siguieron usando la túnica ancestral con tejidos y bordados más sobrios, con excepcionales figuras geométricas que en su diseño se esparcieron hasta la región central desde las zonas araucanas, con su propia expresión en las artes del tejido preservadas hasta hoy día.
Este Imperio Inca fue el que descubrió el español Pascual de Andagoya en 1522. Por su organización jurídica, política y militar, esta cultura es equivalente por su importancia a la Azteca del Norte; y también como los aztecas, la historia más lejana del Imperio Inca está sumida en la brillante oscuridad. Es tradición que el primer inca fue hijo del dios Sol: Manco Cápac, fundador del Cuzco. El maestro boliviano Jesús Lara, uno de los más ilustres investigadores de la literatura del Incario, afirma que las gentes de Los Andes del sur de América eran adelantados en muchos aspectos: “Trabajaron desde muy temprano los metales, y desarrollaron conocimientos astronómicos que les permitía medir con precisión los ciclos del tiempo, y sabían que la Tierra era redonda cientos de años antes que en Europa. Desarrollaron escrituras que nos han quedado grabadas en la piedra, dibujada en sus utensilios de uso diario, en la cerámica, en sus ropas. Siempre cantando a cierto despertar del hombre que se desenvuelve en el ámbito de una nueva creación cosmológica, con la mayor parte de sus inscripciones que no han sido descifradas aún pero cuyos restos arqueológicos nos indican civilizaciones con gran sentido político y cultural, aunque se han preservado algunos escritos propiamente tales como los de Pachacuti Yanki Salkamaywa, los de Sinchi Roca, el segundo de los incas, como la obra “Dioses y hombres de Huarochiri”, en la “Crónica” de Guamán Poma, o de Pachacuti Inca Yupanqui, pero es en forma oral como los amautas, los sabios quechuas, de boca a oreja como han contribuido a recoger, preservar y transmitir su extraordinaria actividad creadora. Los escritos quechuas evocan como lugar de origen de los hombres andinos sudamericanos un sitio llamado Paccarí Tampu, que significa “la posada de la Aurora”. Subieron a la superficie de la apertura en varias cavernas andinas. Una de ellas en Tiahuanaco, Bolivia, y otra en Cuzco, Perú, desde donde brotaron estos ancestros de los Incas, llevando de cabeza a su líder Manco Cápac, cabeza de la dinastía. Poco es lo que se sabe a ciencia cierta de sus sucesores: Cinchi-Roca, Lloque-Yupanqui, Mayta Cápac, Cápac Yupanqui y demás héroes cantados por el poeta Inca Garcilaso. El espíritu de unidad nacional, que cristaliza en tiempos del Inca Roca, fue fomentado por los sabios escritores o amantas, que enseñaban el culto de los héroes y glorias imperiales. El Imperio Inca llega a la cumbre de su grandeza con Huayna Cápac, jefe histórico que llevó sus conquistas hasta Colombia. Antes de morir en 1525, Huayna Cápac dividió el Imperio entre sus dos hijos: a Huáscar le entregó la zona meridional, incluyendo Cuzco, mientras que a Atahualpa, nacido en Quito, le concedió la parte situada al norte de Tumbes: estalla la guerra civil; catástrofe que coincide con la llegada del español Francisco Pizarro y sus exploradores, en 1531, procedentes de Panamá, desde donde desembarca con sus 180 hombres en las costas peruanas. Atahualpa, que acaba de derrotar y ejecutar a su hermano Huáscar, corrió idéntica suerte a manos de los españoles; muerto el caudillo, el Imperio se derrumbó, y en noviembre de 1533, Pizarro y sus tropas entraron triunfalmente en Cuzco, luego de fundar Jauja y reconocer a Manco Cápac II”. La historia anota que dos años después, los conquistadores establecen la capital en la legendaria Ciudad de los Reyes, a orillas del Rímac, de donde procede el nombre de Lima. La ciudad fue testigo de las fuertes disputas entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro, conquistador de Chile, a propósito de sus respectivas jurisdicciones: luego de ser derrotado, Almagro es ejecutado en 1538; no obstante, los almagristas, al mando de Juan de Rada, vengarán tres años después a su jefe, acuchillando a Pizarro en el Palacio del Gobierno de Lima.
A ORILLAS DEL LAGO TITICACA.
Así, con Lima como destino de viaje, desde Arequipa hemos subido cruzando el Volcán Misti, pasamos por Juliaca, desde aquí seguimos una bifurcación hasta Puno, a orillas del Lago Titicaca, el más alto del mundo, donde, por medio de lanchas muy acomodadas que surcan regularmente orillando el lago, lo que toma un día entero, se une al sistema ferroviario de Bolivia. Sólo hemos estado dos días a orillas del Titicaca, que ofrece al visitante cuando amanece y al atardecer un espectáculo verdaderamente extraordinario: es un espejo de agua inolvidable a pesar de verlo apenas unas horas. De noche los relámpagos y truenos sobre el horizonte de las aguas, nos da la impresión de estar a orillas del mismo mar. De día la navegación en balsas por los indios Aymaras y Uros, viviendo en sus casas de totora que son como islas flotantes del lago, proporciona observaciones sugestivas. El lago está bordeado de infinidad de pueblos indios; algunos tienen el atractivo de bellos monumentos virreinales, como Juli y Pomata. Dos mundos en Puno que fue el centro de una de las civilizaciones más importantes del periodo pre-Inca, la cultura Tiwanaku, la suprema expresión del antiguo pueblo Aymara, cuyos vestigios suscitan admiración. Según otra leyenda, el primer Inca, Manco Cápac, y su esposa, Mama Ocllo, emergieron del lago Titicaca. Su padre, el dios Sol les había ordenado la fundación del Imperio, o Tawantisuyo, que fue dividido en cuatro regiones, Puno era una de ellas. Cuando llegaron a Cuzco hacia mediados del siglo XVI, los españoles tuvieron conocimiento de la gran riqueza minera, sobre todo en oro y plata, de la región. Hacia 1660, unas luchas sangrientas por la posesión de una rica mina en Laikakota, cerca de la actual Puno, obligó al virrey Conde de Lemos a ir a la zona para pacificarla; ese fue el origen de la fundación de la actual ciudad, el 4 de noviembre de 1668. Fueron los sacerdotes españoles, en su afán de evangelizar a las poblaciones aborígenes, que hicieron erigir hermosas iglesias, donde con imaginación y destreza, los descendientes incaicos aportaron su propio estilo mestizo. La construcción de su catedral data del siglo XVIII y fue realizada en piedra por el peruano Simón de Asto, cuyo nombre está inscrito en la puerta. De estilo barroco, constituye un ejemplo de esta arquitectura mestiza local. Hoy, el pueblo tiene un interesante Museo de Arte Popular, donde se puede descubrir artesanía textil y cerámicas religiosas.
El lago de Titicaca presenta dos estaciones distintas: húmeda (diciembre a abril) y seca (mayo a septiembre). Los días son templados y las noches heladas (menos de ocho grados). Los lugareños dicen que en realidad hay dos estaciones: ¡la del invierno y la de ferrocarril! Ubicado a 3810 metros sobre el nivel del mar, es el lago navegable más alto del planeta; mide 194 Km. de largo por 65 Km. de ancho; ocupando 8710 km2 (5260 en el Perú, 3450 en Bolivia) y con una profundidad máxima de 281 metros. En Titicaca nuestros días fueron de sol, con un fondo de aire fresco igual que en todo los Andes. Por el contrario, heló en la noche con un cielo fantásticamente estrellado. La recomendación de que la altura significa también que hay que evitar los esfuerzos físicos intensos, las largas caminatas, es una recomendación que uno olvida siempre. Igual, en estas alturas andinas nunca hemos sufrido inconvenientes, nunca supimos lo que era la enfermedad de altura, debe ser porque los chilenos también tenemos una caja torácica modelo, con un suplemento de glóbulos rojos, lo que aquí dicen que explica también las mejillas color violeta de los vecinos. En Titicaca, debido a la pureza del aire, el lago es particularmente transparente (de 65 a 15 metros) y la calidad de la luz es excepcional; las montañas que parecen estar muy cerca están en realidad a 20 o 30 Km. Ofrece una extraordinaria fauna compuesta de patos, peces tales como el suche, el capache y la trucha, así como se ven a sus orillas alpacas y llamas entre otros animales. La flora es excepcionalmente rica, entre otros, por totora, que se usa como alimento, bebida, y material de construcción para las casas, canoas y artesanías.
Como sostienen antiguas leyendas precolombinas, quedó fehacientemente demostrado que en el fondo del lago Titicaca hay evidencias arqueológicas de una civilización que se remonta a tiempos anteriores a Jesucristo; tiempo en que se ha establecido la existencia de esta antigua civilización levantada a lo largo de las costas del lago. Esos restos hoy yacen en el fondo lacustre a unos 50 mts. de profundidad. Entre ellos hay una terraza de cultivos y un probable muro de contención de un camino de piedra de unos 700 metros de largo. Han aparecido, asimismo, lo que podrían ser tramos de un centro ceremonial y valiosos objetos, como, por ejemplo, urnas rituales, piedras talladas y restos óseos quemados de camélidos. La isla del Sol, en territorio boliviano, es la más renombrada de cuantas se yerguen en las aguas del lago sagrado del Imperio incaico. En la región, anteriores a los incas, estos Tiwanakus de quienes descienden los quechuas que fueron sometidos por los conquistadores españoles durante el siglo XVI, fundaron el que se considera primer imperio andino y erigieron la primera ciudad planificada de la región; esta Tiwanaku, con sus palacios y templos, y hoy un importante centro de turismo arqueológico, que ha llevado a varios investigadores a escribir libros completos de la zona. Aquí sólo anotaremos que el sitio es depositario de una de las legendarias esculturas conocidas como Piedra del Sol, que es un tallado circular en un monolito en que se ve un calendario astronómico en que extraños lazos unen la Tierra con el planeta Venus, una copia de las cuales se encontró en las ruinas del Templo Mayor en México. Resguardada en la Zona Arqueológica de Tiwanaku, en territorio Boliviano, al que llegamos atravesando el lago, el sitio es fascinante y custodio de la piedra trabajada con el mayor grado de perfección alcanzada por esta cultura de Los Andes, tanto en su arte como en la simbología atesorada en los petroglifos. Vemos la mítica Puerta del Sol, que custodia a manera de marca el tallado circular trabajado en un solo bloque de piedra andina de unas diez toneladas de peso, que en su conjunto forma parte de otra edificación mayor que se supone ubicada en la cima de la Pirámide Akapana. La Puerta del Sol no da a ningún lado. Está situada atravesando la nada, el aire, en las alturas de este enclave que sin ser demasiado grande es magnífico por estar cuajado de escritura; tiene 2,75 metros de altura, 3,84 de longitud y una anchura de 50 centímetros. En el friso de su dintel, cargado de una simbología aún sin descifrar, destaca una figura humanoide de pequeño cuerpo y gran cabeza. Tiene bajo sus ojos varios orificios en la piedra que parecen lágrimas, razón por la cual es conocido como el "dios llorón". Sustentado sobre una pirámide escalonada, de su cabeza surgen 24 rayos, y cada una de las manos de este personaje sostiene un báculo, por lo que se le hermana en simbología con el Señor de los Báculos, el más antiguo dios adorado en Los Andes sudamericanos. En Bolivia lo identifican con el mismo Wiracocha, el dios instructor de los pueblos andinos. A ambos lados de la imagen encontramos un total de 48 figuras: 24 a la izquierda y 24 a la derecha. Se trata de hombres alados con corona, algunos con la cabeza de ave, y que dan la impresión de estar caminando. Es probable que tan medida distribución no corresponda sino a un calendario que se ha interpretado de diversas maneras. En el sitio se pueden ver además los restos líticos del Templo de Kalasasaya, cuya datación en carbono catorce ubica la mayor antigüedad del lugar hacia el año 1600 a.C. También se pueden ver otros monolitos colosales, el Templete Subterráneo, y la Puerta de la Luna. Según estudios coincidentes de varios especialistas, Tiwanaku quedó abandonado a raíz de un cataclismo que habría destruido esa civilización, cuyos vestigios son hoy con justa razón Patrimonio Cultural de la Humanidad.
El lago Titicaca y Cuzco están íntimamente ligados en la milenaria tradición del lago y la ciudad de los hijos del Sol, custodia de la legendaria Machu-Picchu. El dios creador Wirakocha, según la leyenda teogónica, apareció en el Titicaca y ahí fue donde comenzó a crear todo lo existente. El hombre fue hecho de piedra. Después de poblar las tierras altas, descendió a los valles de Cuzco. Así, el Sol, la Luna, las estrellas, el hombre y todas las cosas nacen también de estas aguas. La veneración al gran lago es constante, y el peregrino a Cuzco debe comenzar aquí su camino con una ablución ritual, dice la tradición, y así hicimos, en la estadía mínima de dos días que hace posible la conexión de los ferrocarriles. De vuelta al ramal de Juliaca, se debe mencionar la labor meritoria de los hombres que hicieron estos caminos que trazan las líneas del tren que nos transporta. La construcción de estas líneas ha presentado dificultades extraordinarias por la altura a la cual los trenes, en un recorrido muy corto, deben subir para cruzar las cumbres de los Andes. En Crucero Alto alcanza el Ferrocarril del Sur los 4500 metros. Seguimos subiendo hasta Ayaviri, La Raya, Aguas Calientes, Sicuani, un pueblito en que se ven de las más bellas artesanías en lana de Alpaca y Vicuña, como abrigos, guantes, bufandas, chalecos, de primera necesidad porque el frío a esta altura es inacabable. Seguimos ascendiendo y cruzamos pequeños poblados como San Pablo, San Pedro, Combapata, Checacupe, Cusipata, Chiquijana, hasta llegar a Urcos, lleno de actividad comercial que anuncia a Cuzco antes de pasar por la zona de los gigantes cerca de Paruro, cruzar Oropeza y San Jerónimo. El viaje se ha hecho inolvidable. La artesanía y el folklore cuzqueños se imponen de inmediato, reflejan los antiguos ritos, como el Inti Raymi o Fiesta del Sol, en este solsticio de Junio, en que hemos llegado aquí por tierra desde Santiago de Chile. El itinerario ha sido fantástico: desde Arequipa subimos en tren ascendiendo por la majestuosa cordillera de Los Andes hasta el valle sagrado de Vilcabamba; ahora creemos que bajaremos a Lima por tierra hasta Juliaca, siguiendo el Camino del Inca; en Juliaca tomaremos el tren hasta Lima.
EN CUZCO: LA CAPITAL DE LOS HIJOS DEL SOL.
Los aviones acortan muy notablemente el tiempo necesario para cubrir las distancias: de Santiago de Chile a Arequipa en Perú se necesitan, por la vía ordinaria terrestre, tres días de viaje, y uno de ferrocarril hasta Cuzco, es decir, cuatro días en total; en avión son suficientes tan sólo cuatro horas. Pero el viaje bien vale el tiempo invertido. Aquí nos quedamos varios días viviendo en Cuzco y viajando los amaneceres a las fabulosas ciudades prehispánicas que anuncia esta ciudad real Inca. La entrada a Cuzco, cuyo clima es medianamente frío durante todo el tiempo, se hace con la respetuosa expectación de saber que estamos en la mítica cuna del Imperio de los incas.
Llegar a Cuzco es una delicia palpable al respirar ese aire tan fresco que reina en sus alturas. Ubicada en el extremo del valle andino del Watanay, como en el fondo de un bolsón, es la capital de los incas, el Imperio de Tawantinsuyu, con su ubicación que le permitía defenderse de invasores. Rodeada por altas montañas y colinas fortificadas de piedra; por Angostura, luego se abre al valle como en estrecho desfiladero; por lo demás, acceder libremente haría necesario franquear accidentes orográficos insuperables. Este marco físico en que se encierra el Cuzco no puede ser más pintoresco. Hacia oriente y poniente cumbres nevadas como el Ausangati y el Salcantay son hitos gigantescos. La baja planicie es una sola pradera. El Cuzco alto, las punas, tan próximas, forman la meseta de Sajsawaman, que anuncian la legendaria Machu-Picchu, cuya visita sólo es posible realizar desde aquí.
Cuzco era la ciudad modelo de los incas. Sus edificios, arquetipos civiles, eclesiásticos, militares, se reproducían en el resto del Imperio, a medida que eran extendidos sus dominios por naciones de la sierra y del litoral. El Cuzco, varias veces destruido, primero en una época muy remota, después como consecuencia de la ocupación española, conserva monumentos correspondientes a distintos períodos que la arqueología distingue y clasifica. Su historia arqueológica comprende dos grandes épocas: la llamada pre-colombina, o etapa anterior al descubrimiento de América por Cristóbal Colón (año 1492) y la post-colombina o colonial, que se remonta a la dominación del Perú por España, hasta la Independencia (año 1821). La historia de Cuzco antes de la dominación española es la que ofrece mayor interés y se divide en dos grandes épocas: la pre-incaica y la incaica, correspondientes a la época anterior a la cultura que se desarrolló bajo el Imperio de los incas y a la del período de la dominación de estos. La entrada al valle del Cuzco estaba defendida por los restos de un alto murallón; le da acceso una bella portada de piedra muy pulida, de sillares regulares. Por encima de esta portada, en época posterior, pasaba un acueducto que dotaba del líquido elemento a un vasto pueblo denominado Pikillajta, hoy estos acueductos están en proceso de rescate. Era probablemente un puesto militar para la defensa de la ciudad. Los restos de sus construcciones así lo revelan: son en su mayoría largos recintos de dos pisos para alojar miles de soldados. En recientes excavaciones fueron halladas en estas ruinas preciosas pequeñas esculturas de turquesa, pero su mineral emblemático es la piedra: en la vecindad están las renombradas canteras de Rumikolika que proporcionaron gran parte del material con que el Cuzco fue edificado y reconstruido varias veces. Desde estas alturas se contempla el más bello panorama del lago de Lucre o Muyuna y de los nevados de Urubamba.
Sobre la colina septentrional de Cuzco, cual una Acrópolis, se alza magna y formidable, ya anotamos, la ciudadela de Sajsawaman, obra arquitectónica asombrosa que, por sí sola es bastante para atraer el turismo del mundo. Ahora recorrimos Sajsawaman, a manera tradicional antes de conocer Cuzco y de subir a Machu-Picchu, por ser el sitio también panteón y vivienda de los mayores cuyas almas custodian la ciudadela sagrada, a cuya memoria se debe rendir ofrenda antes de visitar. Construida con arreglo a una técnica militar muy avanzada servía de plaza fuerte a la capital y de refugio a la corte, y al sacerdocio con sus dioses y reliquias. Está formada por tres series de defensas que rodean la colina, cobrando mayores dimensiones los muros que limitan a la entrada al valle del Cuzco con una explanada. Enormes bloques de piedra de muchas toneladas de peso colocados con matemática precisión unos sobre otros y alineados los macizos más largos, todos estrechamente unidos sin cemento alguno. La sensación de grandeza se produce al contemplar esta obra titánica de los cuzqueños, que desafía los siglos y que constituye lección perenne de fuerza y señorío. Se ven desde una meseta numerosas construcciones que se extienden por la planicie. Conjuntos rocallosos fueron transformados en ciudad ceremonial, con tumbas y adoratorios. Fuentes, jardines, acueductos, vías subterráneas, tronos en piedra, laberintos de rocas talladas y el rodadero o tobogán de los incas, constituyen múltiples atractivos en este conjunto. Unos cuantos kilómetros más al Norte de Sajsawaman se puede admirar el precioso balneario de Tambomachay, con su piscina, sus galerías y terrazas y el bello y apacible paisaje. Cerca de esta casa de recreo de los incas, se ve la Pukara en miniatura, fortaleza de proporciones reducidas, como si se tratara de un modelo, de una gran maqueta. Frente a la fortaleza de Sajsawaman, dominándola, está el llamado "Trono del Inca". Es una doble escalinata que en la parte central deja un espacio bien pulimentado como un gran asiento. Esta disposición escaleriforme tendría que ver con el símbolo "tierra" y, en consecuencia, podría estimarse como altar a Mama Pacha, pero está catalogado sólo como un trono real.
En el Cuzco mismo, uno debe ubicarse por los barrios que componen la ciudad, cada uno con sus edificaciones exclusivas. Así, el Kollkampata o Palacio de Manco Cápac, en una primera época era el gran depósito de alimentos o "kollka" de la imperial ciudad, de donde se abastecía el Inca de los productos de la tierra y de la industria, y el ejército de bagajes y vituallas. En la segunda fundación que hizo el Inka Pachakutec, se destinó este edificio a la parentela del primer monarca Manco Cápac. Desde entonces tomó este palacio el nombre de éste, como hoy se le conoce. Conserva una fachada con once nichos y hacia el interior un lienzo de arquitectura posterior, muy hermosa, con una gran alacena (hoy convertida en puerta) y una ventana. En la actualidad esta es una estancia particular.
El barrio de Chokechaka y los fronterizos de Tokokachi (la cueva de sal, hoy San Blas) y Kantutpata están formados de bellísimos huertos y jardines en terrazas; zona abundante en aguas y defendida de los vientos, debió ser preferida para las residencias de los nobles y personas principales del Imperio. Se puede admirar aún muchos trozos de aparejo, algunas portadas y otros restos de gran valor arqueológico en proceso de rescate. Otros barrios son Munaysenka, la hermosa "cresta", un sector de huertas; Rimajpampa, el llano de las asambleas, el ágora, donde se reunía el pueblo a ocuparse de los negocios públicos; el barrio Pumajchupan, "la cola del león", en el delta formado por la unión de las aguas que pasan por el Cuzco, que cuenta con tres arroyos, siendo el principal uno que pasa por el centro de la ciudad, o Huatanay, llamado en antiguos papeles Purihuaylla ("caminante de la pradera"). Los tres estaban canalizados en toda su extensión, según se puede apreciar todavía. Estaban atravesados de puentes de piedra muy notables; una muestra es el de Santa Teresa, restaurado en el centro de la ciudad, formada también por Kayaukachi, que corresponde a las barriadas de Santiago y Belén; así como Chakilchaka-Picchu, "el pico de montaña", de las tierras de cultivo en terrazas, donde se conservan aún árboles centenarios, los Chachacomos. El barrio de Killi o Killkipata es zona predominantemente agrícola. En el Karmenka, "la paletilla", por la forma que tiene, está hoy asentada la parroquia de Santa Ana. El Wakapunku o "la puerta del santuario", corresponde al barrio de Sapi. Por lo general las calles incásicas eran estrechas; buenos ejemplos tenemos en las de Awajpinta (en el Templo del Sol) y Loreto, que desemboca en la plaza mayor de notable extensión: Aukaypata.
Como es semejante con las viejas ciudades precolombinas, esta que visitamos ha sido construida y reconstruida muchas veces: de ello hay aquí testimonio arqueológico a la vista. Unas estructuras han cubierto a otras, apareciendo superpuestos diferentes estilos. Así puede claramente observarse en algunos monumentos como Jatunrumiyoj y el mismo Sajsawaman. En Cuzco la historia común habla de tres fundaciones que son la de Manco Cápac, la de Pachakutec y la de Pizarro. En algunas calles derrumbadas de las afueras de la ciudad, que dan a precipicios inexplorados de Los Andes, a la vista se puede descubrir muchos muros, restos de edificios de épocas remotas, cubiertos ya para siempre, si no aparece un programa de rescate que ponga a la vista las construcciones anteriores ocultas. Y en algunos casos, francamente utilizadas en sus bases y vueltas a reconstruir, especialmente en los barrios del centro, donde estaban las residencias reales. A diferencia de los conjuntos semi-rurales, que hoy son las parroquias, los barrios urbanos eran todos construidos de piedra de cantera bien labrada y aún pulimentada. De ellos quedan muchos, admirables testimonios. Los principales son:
1) Pukamarka: La manzana formada por las calles de Santa Catalina, San Agustín, Maruri y Kapchi. Era el palacio de Tupaj Inka Yupanki, donde había una capilla dedicada al trueno. A la muerte del rey, lo ocupó el Jatun Ayllu o sea el grupo numeroso de sus mujeres e hijos.
2) Jatuskancha: Entre las calles de Santa Catalina, Triunfo y Herraje. Residió Inka Yupanki y su prole.
3) Amarukancha: La Universidad, Muttuchaca y el Castillo de Huayna Cápac y el ayllu Tumipampa.
4) Kasana: Plaza de Armas, Plateros, Tejsecocha, Procuradores. Fue palacio de Pachakutec y de su ayllu Iñaka Panaka.
5) Kiswarkancha: donde hoy se levanta la Basílica. Residencia de Wirakocha y del ayllu Sujsupanaka.
6) Kora Kora: Plaza de Armas. Procuradores. Ayllu Raurau. Inka Sinchi Roka.
7) Kollkampata: Convertido el primitivo granero en palacio conmemorativo de Manco Cápac y residencia de la parentela de Chima Panaka.
8) Kusipata: En el local del Cabildo. Plaza de este nombre o del Regocijo. 9) El Templo del Sol de Cuzco, el Intiwasi, arquitectónicamente es una de las obras más perfectas de los incas y, por fortuna, una de las pocas que no fue totalmente arruinada por los conquistadores. Erigieron sobre sus admirables muros el Convento de Santo Domingo, pero aún se conservan recintos completos que permiten una reconstitución del gran santuario, que servía de modelo para los templos solares que se edificaban en todos los pueblos que sojuzgaba el poder cuzqueño. Intiwasi estaba construido sobre un promontorio o montículo limitado hacia oriente y poniente por dos de los ríos que atraviesan la ciudad. Una serie de terrazas le dio forma regular y en la amplia plataforma superior fueron ubicadas las capillas del culto al Sol; estas eran la del astro mayor que se levantó hacia el Norte sobre una última terraza no muy alta; a uno y otro costado, en plano inferior, aparecían las de la luna y Venus, al Oeste, y las del rayo, el arco iris y la constelación de Las Pléyadas, al Este. El lado Sur del observatorio solar no presenta edificaciones superpuestas. Este conjunto de las cinco capillas estaba rodeado de un muro corrido en forma curvilínea en el extremo occidental, sirviendo de base al reloj de sol, o "Intiwatana", que tenía una torre de 132 escalones, como asevera el historiador Morúa. En una extensión de nivel inferior, hacia el Sur, se levantaban las habitaciones de los sacerdotes. Coronan esta altitud numerosas terrazas que se pierden en las cumbres y cruzando las distancias, verdaderas macetas donde se cultivaba el maíz. Y cercano, el Ajllawasi, literalmente, en keswa, significa la Casa de las Escogidas: era un vasto edificio que albergaba a centenares de mujeres seleccionadas en todas las provincias del Imperio que ofrecían este tributo extraordinario al Sol y al Rey del Cuzco. Las más bellas eran aquí educadas desde niñas en todas las labores femeninas: tejido, preparación de comidas y bebidas, culto, atención doméstica. Entre ellas existían categorías, desde las Vírgenes del Sol, consagradas exclusivamente a su culto y a quienes ni el Inca osaba mirar, hasta las que eran encargadas del servicio de la corte, como ayudantes de la emperatriz o como asistentes de su real esposo. En Ajllawasi había numerosos compartimentos, jardines, huertos, fuentes. Se criaban toda suerte de animales domésticos, inclusive cachorros de fieras. Todavía se conserva casi íntegro el muro occidental de este edificio y algunos otros lienzos exteriores e interiores. El Korikancha o Barrio sacerdotal era todo un conjunto de edificios dedicados al culto divino y estaba limitado dentro de la ciudad imperial, por eso su nombre que significa el "cercado de oro" porque existe el testimonio histórico de que el ornamento de estos grandes edificios consistía en planchas del precioso metal. Los españoles alcanzaron a recoger algo de este considerable tesoro que, según la tradición, alcanzó a ser escondido en gran parte y hoy forma parte del llamado “tesoro oculto de los incas”.
En su obra "De Descripción de las Indias Occidentales", el cronista español Antonio de Herrera escribe -en 1730- la impresión que del sitio se tenía entonces: "La gran ciudad de Cuzco, asiento real del Inca, y cabeza de su Imperio, y ahora de los reinos del Perú por título que de ello tiene de los reyes de Castilla y de León está en 13 grados y medio de altura, 78 de longitud, 125 leguas de la Ciudad de los Reyes, al sudeste, de mas de mil vecinos castellanos; la fundó el marqués D. Francisco Pizarro; tiene ocho parroquias y cuatro monasterios de las cuatro órdenes, de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, La Merced y La Compañía, y uno de monjas; aquí reside la Catedral, dependiente del Arzobispado de los Reyes... Salen, desde el tiempo de los incas, de la plaza de esta ciudad, cuatro caminos reales para las cuatro partes del mundo, que llaman Chinchasuyo, al norte para los llanos y provincia de el Quito; otro que llaman Condesuyo, al Poniente, para la mar; otro que llaman Finalsuyo, al Sur y Chile en el confín de la Tierra; y el cuarto al Oriente, que dicen Andesuyo, que va a los Andes y faldas de la sierra. Está Cuzco en comarca de buen temple, fresco moderadamente y sano, libre de todas sabandijas venenosas y fértil de todas cosas, con mil maneras de frutas de Castilla y hierbas y flores olorosas en todos tiempos, que son de gran deleite; están en jurisdicción el valle Toyma y otros de mucha granjería de coca, y muestras de minas de oro, plata y azogue, y habrá en su jurisdicción cien mil indios tributarios; en todas partes de estas Indias tienen los naturales gran gusto en traer en la boca, de ordinario, raíces, ramos o hierbas, y lo que mas usan en Perú es la coca, porque según dicen sienten poco la hambre y se hallan con gran vigor mascándola siempre, aunque mas parece costumbre o vicio heredado; esta coca se planta y da pequeños árboles que se cultivan, y regalan, y dan la hoja como arrayán, y seca en cestos se lleva a vender..."
Esta era la situación en la ciudad a principios del siglo XVIII, y las cosas poco han cambiado. Anuncia tres sitios sagrados de la América antigua: a tres kilómetros se halla Sacsahuaman, obra maestra de las fortificaciones incas, y a treinta kilómetros, Pisac, las ruinas de la ciudad Inca más próspera, y hacia el sol, a 112 kilómetros y a 2300 metros de altura, la ciudadela de Machu-Picchu; trenes y auto-vagones de turismo hacen servicio todos los días, así como trenes regulares de pasajeros y carga que van hasta el terminal de Chaullay. Cuzco está construido en un terreno desigual, en medio de una llanura extensa y fértil, regada por el río de Guatanay que casi siempre está seco, excepto en tres meses del año. Su mayor fuente de agua proviene del cielo mismo, pues llueve en cualquier momento. Según algunos escritos, la ciudad fue fundada en el año 1043 por Manco Cápac, el primero de los incas, y dividida por él en ciudad alta y baja. Su nombre significa centro, y agregan las antiguas crónicas que era el único lugar de 105 dominios incásicos que tenía aspecto de ciudad.
Ahora, al caminar por sus calles, uno se sorprende al ver a un mismo tiempo la grandeza y magnificencia de sus edificios y el vergonzoso abandono en que algunos yacen: parece que hasta sus imponentes vestigios están destinados a hundirse en el tiempo. La Fortaleza y el Templo del sol, este capitolio y coliseo de la Roma peruana, causaron la admiración de los españoles cuando -en 1534- Pizarro se apropia de la ciudad. Solo algunas murallas de la inexpugnable fortaleza, situadas en una alta colina un poco hacia el norte del sitio, se ven hoy en un buen estado de conservación. Están construidas de piedras enormes, poliangulares, de diferentes dimensiones pero no inferiores a dos metros de diámetro, colocadas una sobre otra sin cimiento, tan perfectamente unidas que no podría introducirse por entre dos de ellas una aguja. En Cuzco, como en Machu-Picchu, se ignora con que operaciones mecánicas pudieron transportar y levantar estas masas, para lo que parece necesario la fuerza de los cíclopes por su tan precioso ajuste.
La Plaza de Armas de este Cuzco cargado de piedras milenarias, fue otrora Huaccapyta, centro litúrgico del Imperio Inca, en el que se celebraban todas las ceremonias y fiestas importantes; concebida por Manco Cápac, estuvo rodeada por los que fueron algunos de los más famosos edificios del Imperio, como el Quishuarcancha (el palacio de Viracocha), en los terrenos que hoy ocupa la catedral. Edificada sobre un antiguo palacio Inca, el Amarucancha, se encuentra la Iglesia de la Compañía de Jesús, cuya fachada es uno de los más bellos exponentes del barroco en América. El convento de Santo Domingo se edificó sobre los muros del Templo del Sol, el Coricancha, donde estaba según la tradición el gran disco de oro radiante de luz dorada. El altar mayor lo construyeron en el lugar mismo donde estaba la imagen redonda de oro sólido del destronado dios tutelar; los frailes ocupaban -incluso en la actualidad- las celdas que habitaban las vírgenes: que eran las mas hermosas doncellas traídas desde todos los confines en que gobierna el Imperio de los Incas. Los regios jardines y cercados, que según la tradición estaban enriquecidos con estatuas y flores gigantescas de oro y plata, han sido reemplazados por campos de alfalfa y trigo. Unidos a los restos de muchas casas antiguas respetadas por los años a causa de su solidez, de su masa y su buen trabajo. Se divisan las ruinas de lo que fue la gran carretera construida por los incas y que llevaba hasta Lima; desde la parte alta se ven los vestigios de antiguos caminos que desembocan en extrañas pasadas subterráneas, antiquísimas. Desconcierta ver tantos caminos cortados, por donde antes transitaban los hijos del sol.
Me cuenta Fray Jorge Armando, en el Convento de la Merced, que un día los peruanos intentaron incendiar las toscas fortificaciones que los españoles habían construido sobre sus templos sagrados, pero que, en el mismo instante en que las llamas comenzaban a propagarse, la Virgen María bajó en una nube, apagó el fuego y concedió la victoria a los propagadores de su fe. El sitio donde ocurrió el hecho ahora se ve coronado con una capilla dedicada a nuestra Señora del Triunfo. De los edificios construidos desde el siglo XVI, es preciso hacer mención de los conventos de San Agustín y éste de la Merced, que son magníficos. La custodia de La Merced tiene una altura de 1.30 metros. Y pesa 22 kilos 200 gramos de oro; nos cuenta que fue construida en dos épocas, la primera, en 1720, es de estilo barroco y fue realizada por el orfebre español José de Olmos; el pedestal es neoclásico francés y fue tallado en 1804 por el orfebre cuzqueño Juan de la Piedra; contiene 1.518 diamantes y brillantes más 6.115 perlas, incrustaciones de rubíes, topacios y esmeraldas; en el centro tiene dos perlas que dan forma a una sirena: la primera su cola y la segunda el busto con la cabeza de oro; en la base se ve el Cordero Pascual, el libro de los Siete Sellos y el Pelícano (símbolo eucarístico), además vemos el escudo de la Orden de la Merced con diamantes negros y perlas. En el Santísimo, vemos una imagen de la virgen de las mercedes en oro esmaltado y rubíes que pesa 18 kilos. Con Fray Jorge Armando vemos pergaminos de música gregoriana del siglo XVII fabricados en piel de chivo, y hacemos sonar la campana que despidió a Pedro de Valdivia cuando desde Cuzco salió a la conquista de Chile.
Cuzco tenia la reputación de ser la segunda ciudad de Perú, y según las crónicas tenía en 1825 más de 40.000 habitantes, cuyos descendientes preservaron las fiestas prohibidas por los españoles, cuyo culto -aún hoy- es semejante al que históricamente realizaban los mismos Incas. Aunque vetadas por la cultura oficial, estas fiestas se practican todavía con toda su magia ancestral, y tienen un denominador común: largas procesiones a la hora del crepúsculo de la mañana y del lucero de la tarde, vestidos exóticos, rostros enmascarados, la frente guarnecida por tocados de plumas de avestruz y, contrastando con el carácter triste de su música y bailes, sus instrumentos suelen ser los de más alegre sonido: flautas, tamboriles, tambores, cornetas, matracas... es el Inti Raymi.
La adoración al sol tiene su origen en el pasado prehispánico de Sudamérica. Siempre que el tiempo lo permite, la fiesta al astro se celebra este primer día del calendario solar inca, y es un acontecimiento esperado por todos los descendientes de esta formidable civilización. A través de los siglos, unas 50.000 personas se reúnen anualmente aquí, vienen de todas las provincias peruanas, y muchos arriban vistiendo la ropa tradicional de su lugar de origen. Se bebe mucha cerveza, pero la bebida tradicional es la chicha de jora, fermentada del maíz, que emplean desde antaño en sus sacrificios al sol; también la chicha morada que se prepara con maíz morado, trozos pequeños de fruta fresca y se sirve helada. El pisco sour aquí tiene su fórmula coctelera: dos partes de pisco, una de jarabe, el jugo de medio limón, una clara de huevo y hielo picado, bien batida se sirve con gotas de angostura. Toda la comida es típica: el cebiche (pescado fresco macerado en limón), el chupe de camarones (que lleva papas originarias de la zona, leche, camarones de río, huevo, queso y ajo), los tamales (una pasta de choclo amarillo y blanco que se muele con maní tostado y manteca de cerdo, al que se agregan trozos de pollo o cerdo, aceitunas, huevos y ajo, envueltos en hojas de plátano). Los postres son deliciosos: como la mazamorra morada (harina de camote, maíz morado y trozos de fruta fresca), y los picarones (harina, huevos, manteca y miel de caña), que se acompañan con jugos de frutas de sabor inigualable.
Durante la culminación de una semana de festividades en la que hay música, bailes y encuentros sagrados, se realiza una ofrenda al dios Inti (el sol). El Inca llega a la explanada de la antigua fortaleza de Sacsayhuaman en una litera ceremonial (la tiana), que sostienen en su hombro los bravos rukkanas (guerreros). La cara del Inca está cubierta por la mascaipacha (máscara de oro), símbolo de poder y estirpe real. En su mano lleva el thupaoyauri, símbolo de supremacía sobre las cuatro regiones del imperio. Escoltado por los caballeros, los generales, el sumo sacerdote, los príncipes invitados y los portadores de las ofrendas al Inti, el Inca va a la cabeza de la comitiva.
Cuando el cortejo imperial llega al centro exacto de la explanada, comienza la ceremonia con el sacrificio de una llama, a la que el sacerdote mata y extrae el corazón y los pulmones. Si el corazón sale todavía latiendo es buena señal, de lo contrario significa que no habrá buenas cosechas y de luchas contra el Imperio. Cuando estuve allí por primera vez, en 1978, durante ese viaje memorable el corazón salió vivo, por eso, el sacerdote luego nos ofreció a todos chicha (la bebida original fermentada de uva), que previamente había sido ofrendada al sol y pasado alrededor de la comitiva real. Ahora ha sucedido igual. Luego, con una misa al aire libre termina la celebración popular, para los profanos, pues aunque pagano en sus orígenes, aparentemente se ha combinado con ciertas ceremonias cristianas. Como sucede en toda Latinoamérica, hoy día la iglesia, los políticos y el ejército suelen estar presentes en este tipo de eventos prehispánicos, que en sí siempre tienen una extensión en la que se vive otra experiencia, y en un sitio distinto: las mismas ruinas de Machu-Picchu.
De la magnífica ciudad de Cuzco hemos subido caminando a Ollantaytambo, que se extiende a la vista por la enorme hoya Amazónica, perdiéndose en la selva. Caminos, acueductos, gigantescas terrazas y torres labradas en los bordes de los precipicios andinos, canalización de millares de terrazas, bastiones, verdaderas fortalezas, miradores o sitios de observación, crecido número de pequeños pueblos y ciudades sepultadas por la maraña del bosque, son testimonios convincentes de que la región de Cuzco fue capital de una densa civilización.
El cañón natural de Ollantaytambo es colosal: visto desde lo alto a la distancia unos 30 kilómetros río abajo, comienza a estrecharse el valle hasta formar un imponente callejón de elevadas murallas, verdaderos acantilados que cierran el horizonte y lo contornean con sus agudas alturas. Abajo, las aguas del Wilkamayu, en estrecho y profundo cauce, rebota en sus graníticas orillas y se deshace en espuma llenando de estruendos el espacio. La vegetación vecina del trópico cubre de verdes ropajes la montaña; el bosque trepa hasta las cimas, no importa lo abrupto, lo escarpado del macizo andino. El río serpentea y las cordilleras también, en un proceso de ajustamiento y equilibrio cósmico. En este paisaje ultra terreno, encaramada en una de sus altas murallas, tallada en la roca cordillerana es que aparece Machu-Picchu: razón había de que la ignoraran los conquistadores y sus cronistas, porque está ubicada estratégicamente.
Derecha: Waldemar Verdugo, Cuzco, Perú.
© Waldemar Verdugo Fuentes.
Publicado en VOGUE-México.