Monday, October 10, 2005

A LIMA, POR TIERRA A LA CAPITAL DE LOS HIJOS DEL SOL.

A LIMA,
VIAJE POR TIERRA A LA CAPITAL DE LOS HIJOS DEL SOL.
Por Waldemar Verdugo Fuentes.
Fragmentos Publicados en VOGUE.

Saliendo desde Chile hacia Perú por tierra, la combinación a Machu-Picchu, desde donde pretendemos bajar a Lima, la iniciamos en tren desde Arequipa, el punto de embarque más cercano a territorio chileno en Arica, una zona del planeta que tiene la particularidad de estar en primavera todo el año con sus playas blancas a orillas del océano Pacífico. Por supuesto que llegar a Lima desde aquí está a cien minutos viajando por avión, pero esta es en verdad la crónica de un peregrinaje por América, que en este fragmento sube los caminos andinos a manera de ofrenda inicial ceremonial hasta Machu-Picchu para desde allí bajar la cordillera a la manera antigua hasta Lima tradicional, en un viaje de varios días.
Las líneas férreas más importantes en Perú son el Ferrocarril Central que une Lima con La Oroya y a ésta con Cerro de Pasco y Huancayo, y el Ferrocarril del Sur, que saliendo del puerto de Mollendo, pasa por Arequipa y Juliaca y llega al Cuzco: un día y su noche de viaje. Nuestro itinerario es tomar el ramal en Juliaca hacia el lago Titicaca, en Bolivia, para lo cual se requiere otro día entero, y al menos dos días para vislumbrar algo de Titicaca en una visita fugaz. Luego retornaremos a Juliaca y seguiremos viaje hasta Cuzco, siguiendo siempre las combinaciones del Ferrocarril del Sur, que en el sitio se comprueba que son rutas muy bien coordinadas. Los trenes entre Arequipa y Puno suelen funcionar por la noche (tres veces a la semana). Durante el día hay un tren desde Puno hasta Cuzco, pasando por Juliaca (tres veces por semana). Desde Cuzco hay un tren diario hasta Machu-Picchu que tarda unas 4 horas, y que también llega hasta Quillabamba. No hay conexiones de trenes directa entre Lima y Cuzco. Sin embargo el Ferrocarril del Sur lo hace posible desde Arequipa, y es lo que hacemos. En Cuzco veremos el camino accesible para bajar los Andes hasta Lima, siguiendo otra ruta.
El clima se hace más frío en Arequipa, ubicada a poco más de 400 kilómetros de Arica, subiendo la cordillera hasta los primeros 2360 metros de altura: está situada a los pies del hermoso volcán nevado Misti, de más de 5500 metros sobre el nivel del mar, y en una zona intermedia entre la cordillera y la costa peruana; es la segunda ciudad del país; posee una campiña que es un verdadero oasis; su clima prodigioso, la abundancia de luz y la proximidad de las cumbres nevadas que atemperan el rigor del ánimo, hacen de Arequipa un sitio privilegiado. Aquí la vegetación es de hoja grande y árbol fuerte, donde se levantan sus edificios blancos. Arequipa es conocida como la "Ciudad Blanca" por esta especial claridad que le da uno de sus principales materiales de construcción, una blanca piedra volcánica abundante por esta zona, lavada, con la que fueron levantados sus magníficos templos, como el de La Compañía; conventos, como el de Santa Catalina; y palacios, como el de Huasacache, también conocido como La Mansión del Fundador. Su belleza, su luz especial y sus paisajes cautivan al visitante. Conversamos con Pablo Guzmán Flores, arqueólogo e investigador especializado en Perú, quien nos dice: “Fue Arequipa fundada en 1540, pero sus principales iglesias y mansiones surgieron los siglos XVII y XVIII, a medida que prosperó su agricultura y nacen los beneficios derivados de su ubicación en la ruta de tránsito del comercio de minerales que iban de Potosí a España. Numerosos hispanos de origen vasco se afincaron aquí. En el siglo XIX su fuente de riqueza fue la lana en especial de alpaca, que era enviada a Inglaterra por casas comerciales propiedad de emigrantes ingleses y ricas familias locales; esta larga experiencia le ha permitido convertirse hoy en un centro muy importante de la industria textil de la lana de alpaca, vicuña y llama. La inauguración en 1870 del ferrocarril hacia Puno y Bolivia, Cuzco y la costa (Mollendo) impulsó su desarrollo transformándola en un núcleo vital de las comunicaciones y del comercio del sur del Perú. Cruce de trenes, aviones y caminos, está rodeada de grandes asientos mineros. Arequipa es fundamentalmente una ciudad mestiza, de acusada personalidad, y ha dado al Perú gran número de hombres y mujeres que han alcanzado importantes posiciones en la política, las letras y las artes, como Sor Ana de los Angeles Monteagudo, Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, Mariano Melgar, Alvarez Thomas, Nicolás de Pierola, Francisco Mostajo, José Luis Bustamante y Rivero, Víctor Andrés Belaunde, el Cardenal Juan Landázuri Ricketts, y más recientemente el prominente escritor Mario Vargas Llosa, entre otros. Por lo demás, Arequipa es un antiguo asentamiento humano. El examen por el procedimiento del carbono radiactivo de algunos restos encontrados en diversos yacimientos arqueológicos en estas inmediaciones andinas permite constatar la presencia del hombre hace quince mil años. Diversos grupos étnicos han habitado el actual territorio peruano desde entonces, como lo testimonia la diversidad lingüística existente, algo que podrás ver solamente pasando los diversos ramales del viaje en tren que emprendes: oirás diversas lenguas y podrás observar la diversidad de ropas que utilizamos los peruanos de este lado andino”.
Salimos antes del anochecer desde de la Estación de Ferrocarriles de Arequipa cuya estructura metálica del techo fue diseñada por el francés Gustavo Eiffel, así como el techo del mercado San Camilo donde nos aprovisionamos de algunas cosas, como agua envasada, vino, pan y queso y frutas, en especial naranjas que nos han dicho que son indispensables para enfrentar la llamada Puna, la enfermedad de altura que produce al cuerpo enfrentar a los más de cuatro mil metros que subiremos. Lo primero que llama nuestra atención emprendiendo el viaje es cruzar el Puente de Fierro, como llaman a una bella estructura de 488 metros de largo diseñada también por el legendario Eiffel antes de 1882, para que transite por sus rieles el ferrocarril enfilando hacia la cordillera, que de inmediato comienza revelar que cobija entre sus cumbres valles, mesetas y sierras. Son tierras altas y frías protegidas por alturas de nieves perpetuas que forman una gran herradura abierta al mar. Casas y pueblos se agrupan subiendo la cordillera a orillas de la vía férrea, las personas saludan el paso del tren y si es una estación, se inunda de gentes los carros, con todo tipo de bultos, animales enjaulados o simplemente anudados, conejos, patos, gallinas y hasta perros domésticos, especialmente mujeres con niños y hombres de edad que bajan y suben con toda clase de equipajes, y ni pensar en bajar a caminar los diez minutos porque olvídese uno de encontrar el asiento vacío. Sin embargo, otros trayectos el tren se vuelve fantasma, apenas unos pocos turistas, generalmente extranjeros que se verán todo el trayecto y harán sus amistades. Hay momentos ciertamente duros en el viaje: algunas horas del recorrido, especialmente las horas inmediatas del amanecer del segundo día, se aparece lo único que temen los arrieros cordilleranos, algo así como un espíritu de infinita pequeñez ante la inmensidad del paisaje, una pena del alma, lo que en los exploradores se vuelve pura tristeza, que aquí se acentúa por el aire de nostalgia que envuelve los caseríos abandonados que entonces se cruzan. Las horas de la noche envuelven el viaje en un frío inacabable, con el tren subiendo y bajando a ratos en zig-zag que indican la subida en acantilados que caen a ninguna parte y pueden incentivar para hacerse un resumen de la vida al notar que, en verdad, uno va cruzando uno de los caminos más peligrosos que existen por su geografía: también son los momentos perfectos para vivir un gran amor. Así, al amanecer descubríamos agrupadas en los valles que hemos ido dejando atrás durante la noche, algunas vecindades que tienen una característica común: están al pie de los cursos de agua. Nunca supimos de dónde venía exactamente, pero siempre acompaña al viajero el sonido de la quena, la flauta aborigen peruana. Se ven saludando desde el campo con sus manos en alto a gráciles mujeres, bajitas, con sus trajes de vistosos colores, y los hombres de pómulos salientes y piel tostada por el sol, labrando los campos, pastoreando sus rebaños de animales, llamas, vicuñas y en especial las bellas alpacas de fino pelaje. Entre una y otra estación del trayecto, el tren se llena de hombres mineros, que trabajan en excavaciones marcadas y viajan con sus cascos y a veces con sus palas para penetrar en la tierra y sacar el mineral; hablan todos al mismo tiempo entre ellos, con gran ánimo algunos y otros obviamente narrando algún episodio ingrato o jocoso, aunque se ven más bien serios conversando en quechua o en aymara, apenas en castellano: su indiferencia es total hacia los demás viajeros.
En el camino andino, vemos desde el tren cabezas de cavernas y torres de observación perfectamente talladas en la roca andina, recortando la distancia. “Son edificaciones de la época de los dioses”, nos dice el profesor Alberto Rosas Mayorga, de la Universidad de San Marcos, quien es estudioso de la cultura antigua peruana, y a quien conocemos en el tren y sería uno de nuestros compañeros de viaje; él agrega: “Los primeros establecimientos humanos en esta zona se remontan entre doce y quince mil años. Los remotos habitantes, posiblemente de origen asiático, llegados desde la selva, del otro lado de la cordillera o subiendo desde el mar, se dedicaban a la caza y a la recolección de frutos naturales; los utensilios de piedra tallada, correspondientes a estas primeras poblaciones, han sido hallados principalmente en Ayacucho, hacia la frontera con Chile. Las pinturas rupestres de las cuevas de Toquepala se remontan entre 12000 y 5000 años antes de nosotros. Están ubicadas a una altitud de 2700 metros y a 154 kms. en línea recta a la ciudad de Tacna, fronteriza con Arica en Chile. Las cuevas de Toquepala son producto de la erosión en una formación de roca arenisca. La cueva mayor o "Abrigo" o "Reposo" es un forado profundo en la roca, de mas de diez metros de largo, cinco de ancho, por tres de alto. Las paredes de la cueva son roca viva, pero decorada con pinturas rupestres. Las escenas muestran hombres en su preocupación fundamental: la recolección de alimentos. Presentan, como los demás descubrimientos que se han hecho en cuevas ubicadas en los Andes chilenos, un alto sentido animista, para propiciar la caza y los alimentos. Estas pinturas no solo fueron hechas por distracción ni por necesidad de expresar belleza, sino fundamentalmente porque era auspicioso para la vida pintarlas. En Toquepala hay representaciones de animales heridos, escenas rituales de la caza del huanaco; las principales escenas están hechas de agua y con pincel fino, y figuras aisladas hechas con los dedos y con pigmento de vehículo graso. Los habitantes primitivos pensaban que tales imágenes se constituían en espíritus de animales reales, por lo cual, antes de realizar las faenas de caza, jugaban lanzando vigorosamente sus proyectiles y lanzas sobre aquellas figuras. Este juego ritual era augurio de buena cacería y abundante alimento. El hombre primitivo de esta zona era recolector, cazador y practicaba la pintura rupestre. Esta ruta de Los Andes es apta para vivir por la cantidad de agua pura. Las aguas nacen del deshielo de los nevados y vierte sus afluentes bajando en dirección al Océano Pacífico, torrentosos y estacionales (abundantes en verano, diciembre a marzo, y escasos en esta época de invierno), como en todos los valles de la costa peruana. Las huellas de las aguas parecen estrechas, pero son hondas y para las pocas tierras cultivables son altamente productivas, por ello ha sustentado desde hace mas de 10,000 años complejas y desarrolladas sociedades en Los Andes en épocas anteriores a la era cristiana. En la actualidad es la principal "despensa" de Lima, como notarán, porque hay abundancia de frutas, legumbres y vegetales todo el año”.
Desde el tren se ven escapando de las líneas y trepando libres las montañas cuyes y llamas, los más remotos animales domésticos del Perú. Las llamas desempeñan un importante papel en la economía de estos pueblos andinos. Se utilizan como animales de carga, pero raras veces se montan. Se aprovecha, además, su lana, su carne, su estiércol seco como combustible y sus huesos. Incluso sus pulmones sirven hasta ahora para ser consultados por los augures. Alpacas y vicuñas completaban la animalada de carga incaica. Estrechamente vinculados a estos animales hallamos el hilado y el tejido de algodón, en los que se ocupaban los hombres y mujeres de cada grupo Inca. Esto es apreciable en los múltiples artesanos que ofrecen sus telas que incluyen todo tipo de ropas, compramos gorros y guantes y bufandas de lana cruda, que se hacen en el viaje inapreciables. La artesanía en el tejido alcanzó niveles muy considerables, pues si la vida de los indios estaba reglamentada al máximo, no es menos cierto que en materia de creación de diseños, motivos geométricos, texturas, combinación de colores, tenían un amplio margen de libertad. Era, de hecho, junto a oficios como el del pintor de alfarerías o los talladores de rocas, ámbitos en que el habitante de la comunidad podía desarrollar libremente su individualidad, costumbre que sigue viva, porque raramente un ornamento es igual a otro. Se ven en el camino amplias zonas cultivadas de yerba mate, calabaza, frijoles y lúcumas, cultivos de maíz y papas, cría de cuyes que se arrastran del período agrícola, de antes de Jesucristo. El año 600 antes de nuestra era, en la fase cultista de los pueblos antiguos de Perú, Chile y Bolivia, corresponde a un espectacular desarrollo cultural. Nos dice el profesor Rosas Mayorga: “En esa época sobresalen en Perú las culturas Chavin, Vicús, Paracas y Pucura, cuando brotan notables adelantos en los terrenos agrícola y ganadero, metalúrgico (laboreo de metales preciosos), arquitectónico (plataformas elevadas, plazas y edificios de piedra), pictórico y escultórico (representación de seres humanos, felinos, monstruos fabulosos antropomorfos), las primeras escrituras de Los Andes. Un horizonte intermedio hasta el año 300 de nuestra época es el de las culturas de Cajamarca, Recuay, Nazca, Mochica y Lima, al que pertenece un notable auge cerámico y alfarero (con dibujos zoomórficos), así como textil, arquitectónico-religioso (pirámides escalonadas y truncadas) y especialmente astronómico. Un segundo horizonte muy importante es el conformado por las culturas Tiahuanaco (que también se extenderá por territorios de la actual Bolivia) y Huari, y de no menor relieve es el intermedio (culturas Chimu, Chincha y Chancay). El Imperio Chimu dominaba toda la región, extendiéndose desde los alrededores de la actual Lima hasta la frontera con el Ecuador. Testimonios de la grandeza de ese Imperio son las ruinas de su capital, Chan Chan, cerca de Trujillo, así como las fortificaciones de Paramonga, próximas a Pativilca. Todas estas culturas costeras fueron absorbidas por los incas en el siglo XII. Los hallazgos arqueológicos y las leyendas que se han conservado parecen indicar que las tribus incas fueron originarias de las costas o de las islas del lago Titicaca, y que se instalaron alrededor del siglo X en el amplio valle del Cuzco: desde aquí inició su expansión este pueblo de lengua quechua, los incas, fundadores del Imperio Tahuantinsuyo, y Cuzco fue la capital de su reino”.
El Inca, poco a poco, extendió su dominio más allá de los actuales límites del Perú, sobre un territorio enorme que hacia el norte abarcó hasta Bolivia, Ecuador y Colombia, El estado Inca ofrecía a sus sometidos una relación de seguridad, en una época de Señoríos autónomos en permanente lucha entre ellos. Continúa el profesor Rosas Mayorga: “El Inca tenía relación con los jefes locales, a los cuales remuneraba con permanentes regalos. Estos debían contribuir con trabajo o servicios para sustentar al ejército, la burocracia y la nobleza. El Inca debía, a medida que crecía el Estado, someter a otros grupos para adquirir los bienes con que premiaba a los sometidos. Era un sistema naturalmente expansivo, que se detuvo sólo con la llegada de los conquistadores españoles”.
El patrón de ocupación Inca no fue igual: al Sur, en territorio chileno, en Arica desde las alturas hasta el mar, en una tierra donde existían otros asentamientos de población foránea, además de los autóctonos chilenos, fue una ocupación menos militar y más administrativa; en Atacama tuvieron menos centros que en Arica, pero más enfocados en el control de los caminos por donde pasaba toda la producción minera y agrícola desde el sur; en Copiapó, el primer oasis luego del desierto, tuvieron centros de dominio en el curso superior del río. En territorio Diaguita chileno tampoco tuvieron centros militares ni administrativos, sino que habilitaron las rutas transversales usadas por sus habitantes y crearon una dependencia administrativa, esto porque los Diaguitas se hicieron aliados de los incas, brindándole apoyo militar y estableciendo asentamientos Diaguita-Incas alcanzando al otro lado de la cordillera de Los Andes su influencia hasta Cuyo, San Juan, San Luis y Mendoza, en Argentina, que pertenecieron a la Gobernación de Chile y eran ciudades constituidas en el siglo XVI cuando llegan los españoles. El Imperio incásico logra por Chile seguir al Sur por Copiapó, Aconcagua, Maipo y Cachapoal. Los tres últimos dependían del centro administrativo Inca del valle del río Mapocho, que cruza Santiago. Los incas no pudieron seguir más al sur, igual que ocurrió a los españoles, que el sur de Chile es de Araucanos, en tierras a extranjeros jamás dominio sometidas. Nos ha dicho el arqueólogo Guzmán Flores: “Hasta Santiago de Chile, los caminos incas, llamados Capac ñam, fueron la columna vertebral del Estado antiguo de Perú, por donde se expandieron las ideas y la religión y circularon funcionarios, soldados y bienes. Era una red de senderos estructurados en base a dos ejes longitudinales y paralelos, uno a cada lado de la cordillera, unidos por múltiples rutas transversales. Debían pasar por fuentes de agua y pasto y estaban equipados con tambos para alimentarse y alojar. También existieron los caminos tradicionales, pero no estaban equipados y no se llamaban incas, aparentemente trazados y en uso desde un pasado remoto, que transcurrían por la cordillera en ruta longitudinal entre los 2000 y 4000 metros para bajar a la entrada al valle del Mapocho; los incas los perfeccionaron. Para mantener la autoridad central eran necesarias óptimas vías de comunicación: una magnifica red de caminos, que se ha encontrado y estudiado en 1952-1953 merced a la aerofotografía, vinculaban los diversos sectores del Imperio, y muchísimos puentes de piedra o colgantes que completaban la red. Un largo camino real incaico atravesaba los Andes desde la ciudad de Cuzco como centro: al Norte llegaba a Bolivia y Ecuador y al Sur hasta los 35º de latitud, en territorio chileno en la cordillera frente a Talca: una zona en la que existen desde el pasado remoto de Chile ciclópeos restos arqueológicos, como la meseta de El Enladrillado. Los incas no pudieron seguir más al Sur, dominio Araucano. Aún así, la longitud de su camino principal se calcula en poco menos de 6000 kilómetros; una compleja red secundaria penetraba selvas, bordeaba valles y ascendía, en algunos casos, hasta más de 5000 metros de altura. Como los incas no empleaban vehículos, bastaba enmarcar una superficie que permitiera transitar con seguridad a hombres y animales de carga. Habían establecidas señales cada 4,5 kilómetros, aproximadamente; sus correos especiales, llamados chasquis, aseguraban la rápida trasmisión de las órdenes del inca y de toda información que se considerase útil. Los españoles abandonaron estos caminos, reemplazándolos por unos de menor altura orillando el mar y más apropiados para los caballos”.
La influencia incásica en Chile fue débil, debido a esta alianza política con los pueblos originarios, destinadas a extenderse a los territorios al otro lado de la cordillera. Sin embargo, los incas, al igual que en Bolivia y Ecuador, en el norte de Chile apoyaron el desarrollo de nuevas técnicas agrícolas, y el oficio de fundir el oro, la plata, el platino, el cobre y el laboreo del bronce. Se adaptaron de ellos también diversas formas de objetos cerámicos, siendo el principal la maka o cántaro de grandes dimensiones, también conocidos como “aribalo”. Aunque introdujeron estas nuevas formas como manifestación de su influencia política, en su decoración dejaron libertad a las culturas locales. En Arica siguen la antigua línea estilística; en Atacama las makas son rojas pulidas, sin decoraciones, y en el territorio Diaguita sorprende la riqueza decorativa que se aplicó en estos cántaros, en que reflejó sus conocimientos matemáticos y astronómicos que era tema usual en su vestimenta y ornamentos habitacionales y de sus templos. Religiosamente, los incas en Chile no pudieron reemplazar la fe, pero agregaron el culto al sol y la luna como deidades. Fundaron más de 38 santuarios en las altas cumbres chilenas y en algunos lugares, como el cerro El Plomo, donde realizaron sacrificios humanos al sol, que eran repudiados por la cultura local. La jerarquía social de los jefes incas se manifestaba en los atuendos ricamente tejidos, especialmente en los unku o túnicas de colores en contraste. El traje se complementaba con gorros emplumados y una chusca o bolso. En general la vestimenta masculina chilena luego del Inca siguió las antiguas tradiciones andinas chilenas, lana clara de dos piezas y manta y sandalias que era de cuero duro ricamente curtido. En los colores de las telas que veo aquí, siento notoria la diferencia respecto a la imaginería del tejido araucano, en que las grecas van pintadas siempre en tonos sobrios y estrictamente geométricos. En la vestimenta femenina, los incas introdujeron en la vestimenta femenina, el vestido envolvente que hasta hoy emplea la mujer Aymara. Las mujeres más al sur de Chile siguieron usando la túnica ancestral con tejidos y bordados más sobrios, con excepcionales figuras geométricas que en su diseño se esparcieron hasta la región central desde las zonas araucanas, con su propia expresión en las artes del tejido preservadas hasta hoy día.
Este Imperio Inca fue el que descubrió el español Pascual de Andagoya en 1522. Por su organización jurídica, política y militar, esta cultura es equivalente por su importancia a la Azteca del Norte; y también como los aztecas, la historia más lejana del Imperio Inca está sumida en la brillante oscuridad. Es tradición que el primer inca fue hijo del dios Sol: Manco Cápac, fundador del Cuzco. El maestro boliviano Jesús Lara, uno de los más ilustres investigadores de la literatura del Incario, afirma que las gentes de Los Andes del sur de América eran adelantados en muchos aspectos: “Trabajaron desde muy temprano los metales, y desarrollaron conocimientos astronómicos que les permitía medir con precisión los ciclos del tiempo, y sabían que la Tierra era redonda cientos de años antes que en Europa. Desarrollaron escrituras que nos han quedado grabadas en la piedra, dibujada en sus utensilios de uso diario, en la cerámica, en sus ropas. Siempre cantando a cierto despertar del hombre que se desenvuelve en el ámbito de una nueva creación cosmológica, con la mayor parte de sus inscripciones que no han sido descifradas aún pero cuyos restos arqueológicos nos indican civilizaciones con gran sentido político y cultural, aunque se han preservado algunos escritos propiamente tales como los de Pachacuti Yanki Salkamaywa, los de Sinchi Roca, el segundo de los incas, como la obra “Dioses y hombres de Huarochiri”, en la “Crónica” de Guamán Poma, o de Pachacuti Inca Yupanqui, pero es en forma oral como los amautas, los sabios quechuas, de boca a oreja como han contribuido a recoger, preservar y transmitir su extraordinaria actividad creadora. Los escritos quechuas evocan como lugar de origen de los hombres andinos sudamericanos un sitio llamado Paccarí Tampu, que significa “la posada de la Aurora”. Subieron a la superficie de la apertura en varias cavernas andinas. Una de ellas en Tiahuanaco, Bolivia, y otra en Cuzco, Perú, desde donde brotaron estos ancestros de los Incas, llevando de cabeza a su líder Manco Cápac, cabeza de la dinastía. Poco es lo que se sabe a ciencia cierta de sus sucesores: Cinchi-Roca, Lloque-Yupanqui, Mayta Cápac, Cápac Yupanqui y demás héroes cantados por el poeta Inca Garcilaso. El espíritu de unidad nacional, que cristaliza en tiempos del Inca Roca, fue fomentado por los sabios escritores o amantas, que enseñaban el culto de los héroes y glorias imperiales. El Imperio Inca llega a la cumbre de su grandeza con Huayna Cápac, jefe histórico que llevó sus conquistas hasta Colombia. Antes de morir en 1525, Huayna Cápac dividió el Imperio entre sus dos hijos: a Huáscar le entregó la zona meridional, incluyendo Cuzco, mientras que a Atahualpa, nacido en Quito, le concedió la parte situada al norte de Tumbes: estalla la guerra civil; catástrofe que coincide con la llegada del español Francisco Pizarro y sus exploradores, en 1531, procedentes de Panamá, desde donde desembarca con sus 180 hombres en las costas peruanas. Atahualpa, que acaba de derrotar y ejecutar a su hermano Huáscar, corrió idéntica suerte a manos de los españoles; muerto el caudillo, el Imperio se derrumbó, y en noviembre de 1533, Pizarro y sus tropas entraron triunfalmente en Cuzco, luego de fundar Jauja y reconocer a Manco Cápac II”. La historia anota que dos años después, los conquistadores establecen la capital en la legendaria Ciudad de los Reyes, a orillas del Rímac, de donde procede el nombre de Lima. La ciudad fue testigo de las fuertes disputas entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro, conquistador de Chile, a propósito de sus respectivas jurisdicciones: luego de ser derrotado, Almagro es ejecutado en 1538; no obstante, los almagristas, al mando de Juan de Rada, vengarán tres años después a su jefe, acuchillando a Pizarro en el Palacio del Gobierno de Lima.
A ORILLAS DEL LAGO TITICACA.
Así, con Lima como destino de viaje, desde Arequipa hemos subido cruzando el Volcán Misti, pasamos por Juliaca, desde aquí seguimos una bifurcación hasta Puno, a orillas del Lago Titicaca, el más alto del mundo, donde, por medio de lanchas muy acomodadas que surcan regularmente orillando el lago, lo que toma un día entero, se une al sistema ferroviario de Bolivia. Sólo hemos estado dos días a orillas del Titicaca, que ofrece al visitante cuando amanece y al atardecer un espectáculo verdaderamente extraordinario: es un espejo de agua inolvidable a pesar de verlo apenas unas horas. De noche los relámpagos y truenos sobre el horizonte de las aguas, nos da la impresión de estar a orillas del mismo mar. De día la navegación en balsas por los indios Aymaras y Uros, viviendo en sus casas de totora que son como islas flotantes del lago, proporciona observaciones sugestivas. El lago está bordeado de infinidad de pueblos indios; algunos tienen el atractivo de bellos monumentos virreinales, como Juli y Pomata. Dos mundos en Puno que fue el centro de una de las civilizaciones más importantes del periodo pre-Inca, la cultura Tiwanaku, la suprema expresión del antiguo pueblo Aymara, cuyos vestigios suscitan admiración. Según otra leyenda, el primer Inca, Manco Cápac, y su esposa, Mama Ocllo, emergieron del lago Titicaca. Su padre, el dios Sol les había ordenado la fundación del Imperio, o Tawantisuyo, que fue dividido en cuatro regiones, Puno era una de ellas. Cuando llegaron a Cuzco hacia mediados del siglo XVI, los españoles tuvieron conocimiento de la gran riqueza minera, sobre todo en oro y plata, de la región. Hacia 1660, unas luchas sangrientas por la posesión de una rica mina en Laikakota, cerca de la actual Puno, obligó al virrey Conde de Lemos a ir a la zona para pacificarla; ese fue el origen de la fundación de la actual ciudad, el 4 de noviembre de 1668. Fueron los sacerdotes españoles, en su afán de evangelizar a las poblaciones aborígenes, que hicieron erigir hermosas iglesias, donde con imaginación y destreza, los descendientes incaicos aportaron su propio estilo mestizo. La construcción de su catedral data del siglo XVIII y fue realizada en piedra por el peruano Simón de Asto, cuyo nombre está inscrito en la puerta. De estilo barroco, constituye un ejemplo de esta arquitectura mestiza local. Hoy, el pueblo tiene un interesante Museo de Arte Popular, donde se puede descubrir artesanía textil y cerámicas religiosas.
El lago de Titicaca presenta dos estaciones distintas: húmeda (diciembre a abril) y seca (mayo a septiembre). Los días son templados y las noches heladas (menos de ocho grados). Los lugareños dicen que en realidad hay dos estaciones: ¡la del invierno y la de ferrocarril! Ubicado a 3810 metros sobre el nivel del mar, es el lago navegable más alto del planeta; mide 194 Km. de largo por 65 Km. de ancho; ocupando 8710 km2 (5260 en el Perú, 3450 en Bolivia) y con una profundidad máxima de 281 metros. En Titicaca nuestros días fueron de sol, con un fondo de aire fresco igual que en todo los Andes. Por el contrario, heló en la noche con un cielo fantásticamente estrellado. La recomendación de que la altura significa también que hay que evitar los esfuerzos físicos intensos, las largas caminatas, es una recomendación que uno olvida siempre. Igual, en estas alturas andinas nunca hemos sufrido inconvenientes, nunca supimos lo que era la enfermedad de altura, debe ser porque los chilenos también tenemos una caja torácica modelo, con un suplemento de glóbulos rojos, lo que aquí dicen que explica también las mejillas color violeta de los vecinos. En Titicaca, debido a la pureza del aire, el lago es particularmente transparente (de 65 a 15 metros) y la calidad de la luz es excepcional; las montañas que parecen estar muy cerca están en realidad a 20 o 30 Km. Ofrece una extraordinaria fauna compuesta de patos, peces tales como el suche, el capache y la trucha, así como se ven a sus orillas alpacas y llamas entre otros animales. La flora es excepcionalmente rica, entre otros, por totora, que se usa como alimento, bebida, y material de construcción para las casas, canoas y artesanías.
Como sostienen antiguas leyendas precolombinas, quedó fehacientemente demostrado que en el fondo del lago Titicaca hay evidencias arqueológicas de una civilización que se remonta a tiempos anteriores a Jesucristo; tiempo en que se ha establecido la existencia de esta antigua civilización levantada a lo largo de las costas del lago. Esos restos hoy yacen en el fondo lacustre a unos 50 mts. de profundidad. Entre ellos hay una terraza de cultivos y un probable muro de contención de un camino de piedra de unos 700 metros de largo. Han aparecido, asimismo, lo que podrían ser tramos de un centro ceremonial y valiosos objetos, como, por ejemplo, urnas rituales, piedras talladas y restos óseos quemados de camélidos. La isla del Sol, en territorio boliviano, es la más renombrada de cuantas se yerguen en las aguas del lago sagrado del Imperio incaico. En la región, anteriores a los incas, estos Tiwanakus de quienes descienden los quechuas que fueron sometidos por los conquistadores españoles durante el siglo XVI, fundaron el que se considera primer imperio andino y erigieron la primera ciudad planificada de la región; esta Tiwanaku, con sus palacios y templos, y hoy un importante centro de turismo arqueológico, que ha llevado a varios investigadores a escribir libros completos de la zona. Aquí sólo anotaremos que el sitio es depositario de una de las legendarias esculturas conocidas como Piedra del Sol, que es un tallado circular en un monolito en que se ve un calendario astronómico en que extraños lazos unen la Tierra con el planeta Venus, una copia de las cuales se encontró en las ruinas del Templo Mayor en México. Resguardada en la Zona Arqueológica de Tiwanaku, en territorio Boliviano, al que llegamos atravesando el lago, el sitio es fascinante y custodio de la piedra trabajada con el mayor grado de perfección alcanzada por esta cultura de Los Andes, tanto en su arte como en la simbología atesorada en los petroglifos. Vemos la mítica Puerta del Sol, que custodia a manera de marca el tallado circular trabajado en un solo bloque de piedra andina de unas diez toneladas de peso, que en su conjunto forma parte de otra edificación mayor que se supone ubicada en la cima de la Pirámide Akapana. La Puerta del Sol no da a ningún lado. Está situada atravesando la nada, el aire, en las alturas de este enclave que sin ser demasiado grande es magnífico por estar cuajado de escritura; tiene 2,75 metros de altura, 3,84 de longitud y una anchura de 50 centímetros. En el friso de su dintel, cargado de una simbología aún sin descifrar, destaca una figura humanoide de pequeño cuerpo y gran cabeza. Tiene bajo sus ojos varios orificios en la piedra que parecen lágrimas, razón por la cual es conocido como el "dios llorón". Sustentado sobre una pirámide escalonada, de su cabeza surgen 24 rayos, y cada una de las manos de este personaje sostiene un báculo, por lo que se le hermana en simbología con el Señor de los Báculos, el más antiguo dios adorado en Los Andes sudamericanos. En Bolivia lo identifican con el mismo Wiracocha, el dios instructor de los pueblos andinos. A ambos lados de la imagen encontramos un total de 48 figuras: 24 a la izquierda y 24 a la derecha. Se trata de hombres alados con corona, algunos con la cabeza de ave, y que dan la impresión de estar caminando. Es probable que tan medida distribución no corresponda sino a un calendario que se ha interpretado de diversas maneras. En el sitio se pueden ver además los restos líticos del Templo de Kalasasaya, cuya datación en carbono catorce ubica la mayor antigüedad del lugar hacia el año 1600 a.C. También se pueden ver otros monolitos colosales, el Templete Subterráneo, y la Puerta de la Luna. Según estudios coincidentes de varios especialistas, Tiwanaku quedó abandonado a raíz de un cataclismo que habría destruido esa civilización, cuyos vestigios son hoy con justa razón Patrimonio Cultural de la Humanidad.
El lago Titicaca y Cuzco están íntimamente ligados en la milenaria tradición del lago y la ciudad de los hijos del Sol, custodia de la legendaria Machu-Picchu. El dios creador Wirakocha, según la leyenda teogónica, apareció en el Titicaca y ahí fue donde comenzó a crear todo lo existente. El hombre fue hecho de piedra. Después de poblar las tierras altas, descendió a los valles de Cuzco. Así, el Sol, la Luna, las estrellas, el hombre y todas las cosas nacen también de estas aguas. La veneración al gran lago es constante, y el peregrino a Cuzco debe comenzar aquí su camino con una ablución ritual, dice la tradición, y así hicimos, en la estadía mínima de dos días que hace posible la conexión de los ferrocarriles. De vuelta al ramal de Juliaca, se debe mencionar la labor meritoria de los hombres que hicieron estos caminos que trazan las líneas del tren que nos transporta. La construcción de estas líneas ha presentado dificultades extraordinarias por la altura a la cual los trenes, en un recorrido muy corto, deben subir para cruzar las cumbres de los Andes. En Crucero Alto alcanza el Ferrocarril del Sur los 4500 metros. Seguimos subiendo hasta Ayaviri, La Raya, Aguas Calientes, Sicuani, un pueblito en que se ven de las más bellas artesanías en lana de Alpaca y Vicuña, como abrigos, guantes, bufandas, chalecos, de primera necesidad porque el frío a esta altura es inacabable. Seguimos ascendiendo y cruzamos pequeños poblados como San Pablo, San Pedro, Combapata, Checacupe, Cusipata, Chiquijana, hasta llegar a Urcos, lleno de actividad comercial que anuncia a Cuzco antes de pasar por la zona de los gigantes cerca de Paruro, cruzar Oropeza y San Jerónimo. El viaje se ha hecho inolvidable. La artesanía y el folklore cuzqueños se imponen de inmediato, reflejan los antiguos ritos, como el Inti Raymi o Fiesta del Sol, en este solsticio de Junio, en que hemos llegado aquí por tierra desde Santiago de Chile. El itinerario ha sido fantástico: desde Arequipa subimos en tren ascendiendo por la majestuosa cordillera de Los Andes hasta el valle sagrado de Vilcabamba; ahora creemos que bajaremos a Lima por tierra hasta Juliaca, siguiendo el Camino del Inca; en Juliaca tomaremos el tren hasta Lima.

EN CUZCO: LA CAPITAL DE LOS HIJOS DEL SOL.

Los aviones acortan muy notablemente el tiempo necesario para cubrir las distancias: de Santiago de Chile a Arequipa en Perú se necesitan, por la vía ordinaria terrestre, tres días de viaje, y uno de ferrocarril hasta Cuzco, es decir, cuatro días en total; en avión son suficientes tan sólo cuatro horas. Pero el viaje bien vale el tiempo invertido. Aquí nos quedamos varios días viviendo en Cuzco y viajando los amaneceres a las fabulosas ciudades prehispánicas que anuncia esta ciudad real Inca. La entrada a Cuzco, cuyo clima es medianamente frío durante todo el tiempo, se hace con la respetuosa expectación de saber que estamos en la mítica cuna del Imperio de los incas.
Llegar a Cuzco es una delicia palpable al respirar ese aire tan fresco que reina en sus alturas. Ubicada en el extremo del valle andino del Watanay, como en el fondo de un bolsón, es la capital de los incas, el Imperio de Tawantinsuyu, con su ubicación que le permitía defenderse de invasores. Rodeada por altas montañas y colinas fortificadas de piedra; por Angostura, luego se abre al valle como en estrecho desfiladero; por lo demás, acceder libremente haría necesario franquear accidentes orográficos insuperables. Este marco físico en que se encierra el Cuzco no puede ser más pintoresco. Hacia oriente y poniente cumbres nevadas como el Ausangati y el Salcantay son hitos gigantescos. La baja planicie es una sola pradera. El Cuzco alto, las punas, tan próximas, forman la meseta de Sajsawaman, que anuncian la legendaria Machu-Picchu, cuya visita sólo es posible realizar desde aquí.
Cuzco era la ciudad modelo de los incas. Sus edificios, arquetipos civiles, eclesiásticos, militares, se reproducían en el resto del Imperio, a medida que eran extendidos sus dominios por naciones de la sierra y del litoral. El Cuzco, varias veces destruido, primero en una época muy remota, después como consecuencia de la ocupación española, conserva monumentos correspondientes a distintos períodos que la arqueología distingue y clasifica. Su historia arqueológica comprende dos grandes épocas: la llamada pre-colombina, o etapa anterior al descubrimiento de América por Cristóbal Colón (año 1492) y la post-colombina o colonial, que se remonta a la dominación del Perú por España, hasta la Independencia (año 1821). La historia de Cuzco antes de la dominación española es la que ofrece mayor interés y se divide en dos grandes épocas: la pre-incaica y la incaica, correspondientes a la época anterior a la cultura que se desarrolló bajo el Imperio de los incas y a la del período de la dominación de estos. La entrada al valle del Cuzco estaba defendida por los restos de un alto murallón; le da acceso una bella portada de piedra muy pulida, de sillares regulares. Por encima de esta portada, en época posterior, pasaba un acueducto que dotaba del líquido elemento a un vasto pueblo denominado Pikillajta, hoy estos acueductos están en proceso de rescate. Era probablemente un puesto militar para la defensa de la ciudad. Los restos de sus construcciones así lo revelan: son en su mayoría largos recintos de dos pisos para alojar miles de soldados. En recientes excavaciones fueron halladas en estas ruinas preciosas pequeñas esculturas de turquesa, pero su mineral emblemático es la piedra: en la vecindad están las renombradas canteras de Rumikolika que proporcionaron gran parte del material con que el Cuzco fue edificado y reconstruido varias veces. Desde estas alturas se contempla el más bello panorama del lago de Lucre o Muyuna y de los nevados de Urubamba.
Sobre la colina septentrional de Cuzco, cual una Acrópolis, se alza magna y formidable, ya anotamos, la ciudadela de Sajsawaman, obra arquitectónica asombrosa que, por sí sola es bastante para atraer el turismo del mundo. Ahora recorrimos Sajsawaman, a manera tradicional antes de conocer Cuzco y de subir a Machu-Picchu, por ser el sitio también panteón y vivienda de los mayores cuyas almas custodian la ciudadela sagrada, a cuya memoria se debe rendir ofrenda antes de visitar. Construida con arreglo a una técnica militar muy avanzada servía de plaza fuerte a la capital y de refugio a la corte, y al sacerdocio con sus dioses y reliquias. Está formada por tres series de defensas que rodean la colina, cobrando mayores dimensiones los muros que limitan a la entrada al valle del Cuzco con una explanada. Enormes bloques de piedra de muchas toneladas de peso colocados con matemática precisión unos sobre otros y alineados los macizos más largos, todos estrechamente unidos sin cemento alguno. La sensación de grandeza se produce al contemplar esta obra titánica de los cuzqueños, que desafía los siglos y que constituye lección perenne de fuerza y señorío. Se ven desde una meseta numerosas construcciones que se extienden por la planicie. Conjuntos rocallosos fueron transformados en ciudad ceremonial, con tumbas y adoratorios. Fuentes, jardines, acueductos, vías subterráneas, tronos en piedra, laberintos de rocas talladas y el rodadero o tobogán de los incas, constituyen múltiples atractivos en este conjunto. Unos cuantos kilómetros más al Norte de Sajsawaman se puede admirar el precioso balneario de Tambomachay, con su piscina, sus galerías y terrazas y el bello y apacible paisaje. Cerca de esta casa de recreo de los incas, se ve la Pukara en miniatura, fortaleza de proporciones reducidas, como si se tratara de un modelo, de una gran maqueta. Frente a la fortaleza de Sajsawaman, dominándola, está el llamado "Trono del Inca". Es una doble escalinata que en la parte central deja un espacio bien pulimentado como un gran asiento. Esta disposición escaleriforme tendría que ver con el símbolo "tierra" y, en consecuencia, podría estimarse como altar a Mama Pacha, pero está catalogado sólo como un trono real.
En el Cuzco mismo, uno debe ubicarse por los barrios que componen la ciudad, cada uno con sus edificaciones exclusivas. Así, el Kollkampata o Palacio de Manco Cápac, en una primera época era el gran depósito de alimentos o "kollka" de la imperial ciudad, de donde se abastecía el Inca de los productos de la tierra y de la industria, y el ejército de bagajes y vituallas. En la segunda fundación que hizo el Inka Pachakutec, se destinó este edificio a la parentela del primer monarca Manco Cápac. Desde entonces tomó este palacio el nombre de éste, como hoy se le conoce. Conserva una fachada con once nichos y hacia el interior un lienzo de arquitectura posterior, muy hermosa, con una gran alacena (hoy convertida en puerta) y una ventana. En la actualidad esta es una estancia particular.
El barrio de Chokechaka y los fronterizos de Tokokachi (la cueva de sal, hoy San Blas) y Kantutpata están formados de bellísimos huertos y jardines en terrazas; zona abundante en aguas y defendida de los vientos, debió ser preferida para las residencias de los nobles y personas principales del Imperio. Se puede admirar aún muchos trozos de aparejo, algunas portadas y otros restos de gran valor arqueológico en proceso de rescate. Otros barrios son Munaysenka, la hermosa "cresta", un sector de huertas; Rimajpampa, el llano de las asambleas, el ágora, donde se reunía el pueblo a ocuparse de los negocios públicos; el barrio Pumajchupan, "la cola del león", en el delta formado por la unión de las aguas que pasan por el Cuzco, que cuenta con tres arroyos, siendo el principal uno que pasa por el centro de la ciudad, o Huatanay, llamado en antiguos papeles Purihuaylla ("caminante de la pradera"). Los tres estaban canalizados en toda su extensión, según se puede apreciar todavía. Estaban atravesados de puentes de piedra muy notables; una muestra es el de Santa Teresa, restaurado en el centro de la ciudad, formada también por Kayaukachi, que corresponde a las barriadas de Santiago y Belén; así como Chakilchaka-Picchu, "el pico de montaña", de las tierras de cultivo en terrazas, donde se conservan aún árboles centenarios, los Chachacomos. El barrio de Killi o Killkipata es zona predominantemente agrícola. En el Karmenka, "la paletilla", por la forma que tiene, está hoy asentada la parroquia de Santa Ana. El Wakapunku o "la puerta del santuario", corresponde al barrio de Sapi. Por lo general las calles incásicas eran estrechas; buenos ejemplos tenemos en las de Awajpinta (en el Templo del Sol) y Loreto, que desemboca en la plaza mayor de notable extensión: Aukaypata.
Como es semejante con las viejas ciudades precolombinas, esta que visitamos ha sido construida y reconstruida muchas veces: de ello hay aquí testimonio arqueológico a la vista. Unas estructuras han cubierto a otras, apareciendo superpuestos diferentes estilos. Así puede claramente observarse en algunos monumentos como Jatunrumiyoj y el mismo Sajsawaman. En Cuzco la historia común habla de tres fundaciones que son la de Manco Cápac, la de Pachakutec y la de Pizarro. En algunas calles derrumbadas de las afueras de la ciudad, que dan a precipicios inexplorados de Los Andes, a la vista se puede descubrir muchos muros, restos de edificios de épocas remotas, cubiertos ya para siempre, si no aparece un programa de rescate que ponga a la vista las construcciones anteriores ocultas. Y en algunos casos, francamente utilizadas en sus bases y vueltas a reconstruir, especialmente en los barrios del centro, donde estaban las residencias reales. A diferencia de los conjuntos semi-rurales, que hoy son las parroquias, los barrios urbanos eran todos construidos de piedra de cantera bien labrada y aún pulimentada. De ellos quedan muchos, admirables testimonios. Los principales son:
1) Pukamarka: La manzana formada por las calles de Santa Catalina, San Agustín, Maruri y Kapchi. Era el palacio de Tupaj Inka Yupanki, donde había una capilla dedicada al trueno. A la muerte del rey, lo ocupó el Jatun Ayllu o sea el grupo numeroso de sus mujeres e hijos.
2) Jatuskancha: Entre las calles de Santa Catalina, Triunfo y Herraje. Residió Inka Yupanki y su prole.
3) Amarukancha: La Universidad, Muttuchaca y el Castillo de Huayna Cápac y el ayllu Tumipampa.
4) Kasana: Plaza de Armas, Plateros, Tejsecocha, Procuradores. Fue palacio de Pachakutec y de su ayllu Iñaka Panaka.
5) Kiswarkancha: donde hoy se levanta la Basílica. Residencia de Wirakocha y del ayllu Sujsupanaka.
6) Kora Kora: Plaza de Armas. Procuradores. Ayllu Raurau. Inka Sinchi Roka.
7) Kollkampata: Convertido el primitivo granero en palacio conmemorativo de Manco Cápac y residencia de la parentela de Chima Panaka.
8) Kusipata: En el local del Cabildo. Plaza de este nombre o del Regocijo. 9) El Templo del Sol de Cuzco, el Intiwasi, arquitectónicamente es una de las obras más perfectas de los incas y, por fortuna, una de las pocas que no fue totalmente arruinada por los conquistadores. Erigieron sobre sus admirables muros el Convento de Santo Domingo, pero aún se conservan recintos completos que permiten una reconstitución del gran santuario, que servía de modelo para los templos solares que se edificaban en todos los pueblos que sojuzgaba el poder cuzqueño. Intiwasi estaba construido sobre un promontorio o montículo limitado hacia oriente y poniente por dos de los ríos que atraviesan la ciudad. Una serie de terrazas le dio forma regular y en la amplia plataforma superior fueron ubicadas las capillas del culto al Sol; estas eran la del astro mayor que se levantó hacia el Norte sobre una última terraza no muy alta; a uno y otro costado, en plano inferior, aparecían las de la luna y Venus, al Oeste, y las del rayo, el arco iris y la constelación de Las Pléyadas, al Este. El lado Sur del observatorio solar no presenta edificaciones superpuestas. Este conjunto de las cinco capillas estaba rodeado de un muro corrido en forma curvilínea en el extremo occidental, sirviendo de base al reloj de sol, o "Intiwatana", que tenía una torre de 132 escalones, como asevera el historiador Morúa. En una extensión de nivel inferior, hacia el Sur, se levantaban las habitaciones de los sacerdotes. Coronan esta altitud numerosas terrazas que se pierden en las cumbres y cruzando las distancias, verdaderas macetas donde se cultivaba el maíz. Y cercano, el Ajllawasi, literalmente, en keswa, significa la Casa de las Escogidas: era un vasto edificio que albergaba a centenares de mujeres seleccionadas en todas las provincias del Imperio que ofrecían este tributo extraordinario al Sol y al Rey del Cuzco. Las más bellas eran aquí educadas desde niñas en todas las labores femeninas: tejido, preparación de comidas y bebidas, culto, atención doméstica. Entre ellas existían categorías, desde las Vírgenes del Sol, consagradas exclusivamente a su culto y a quienes ni el Inca osaba mirar, hasta las que eran encargadas del servicio de la corte, como ayudantes de la emperatriz o como asistentes de su real esposo. En Ajllawasi había numerosos compartimentos, jardines, huertos, fuentes. Se criaban toda suerte de animales domésticos, inclusive cachorros de fieras. Todavía se conserva casi íntegro el muro occidental de este edificio y algunos otros lienzos exteriores e interiores. El Korikancha o Barrio sacerdotal era todo un conjunto de edificios dedicados al culto divino y estaba limitado dentro de la ciudad imperial, por eso su nombre que significa el "cercado de oro" porque existe el testimonio histórico de que el ornamento de estos grandes edificios consistía en planchas del precioso metal. Los españoles alcanzaron a recoger algo de este considerable tesoro que, según la tradición, alcanzó a ser escondido en gran parte y hoy forma parte del llamado “tesoro oculto de los incas”.
En su obra "De Descripción de las Indias Occidentales", el cronista español Antonio de Herrera escribe -en 1730- la impresión que del sitio se tenía entonces: "La gran ciudad de Cuzco, asiento real del Inca, y cabeza de su Imperio, y ahora de los reinos del Perú por título que de ello tiene de los reyes de Castilla y de León está en 13 grados y medio de altura, 78 de longitud, 125 leguas de la Ciudad de los Reyes, al sudeste, de mas de mil vecinos castellanos; la fundó el marqués D. Francisco Pizarro; tiene ocho parroquias y cuatro monasterios de las cuatro órdenes, de Santo Domingo, San Francisco, San Agustín, La Merced y La Compañía, y uno de monjas; aquí reside la Catedral, dependiente del Arzobispado de los Reyes... Salen, desde el tiempo de los incas, de la plaza de esta ciudad, cuatro caminos reales para las cuatro partes del mundo, que llaman Chinchasuyo, al norte para los llanos y provincia de el Quito; otro que llaman Condesuyo, al Poniente, para la mar; otro que llaman Finalsuyo, al Sur y Chile en el confín de la Tierra; y el cuarto al Oriente, que dicen Andesuyo, que va a los Andes y faldas de la sierra. Está Cuzco en comarca de buen temple, fresco moderadamente y sano, libre de todas sabandijas venenosas y fértil de todas cosas, con mil maneras de frutas de Castilla y hierbas y flores olorosas en todos tiempos, que son de gran deleite; están en jurisdicción el valle Toyma y otros de mucha granjería de coca, y muestras de minas de oro, plata y azogue, y habrá en su jurisdicción cien mil indios tributarios; en todas partes de estas Indias tienen los naturales gran gusto en traer en la boca, de ordinario, raíces, ramos o hierbas, y lo que mas usan en Perú es la coca, porque según dicen sienten poco la hambre y se hallan con gran vigor mascándola siempre, aunque mas parece costumbre o vicio heredado; esta coca se planta y da pequeños árboles que se cultivan, y regalan, y dan la hoja como arrayán, y seca en cestos se lleva a vender..."
Esta era la situación en la ciudad a principios del siglo XVIII, y las cosas poco han cambiado. Anuncia tres sitios sagrados de la América antigua: a tres kilómetros se halla Sacsahuaman, obra maestra de las fortificaciones incas, y a treinta kilómetros, Pisac, las ruinas de la ciudad Inca más próspera, y hacia el sol, a 112 kilómetros y a 2300 metros de altura, la ciudadela de Machu-Picchu; trenes y auto-vagones de turismo hacen servicio todos los días, así como trenes regulares de pasajeros y carga que van hasta el terminal de Chaullay. Cuzco está construido en un terreno desigual, en medio de una llanura extensa y fértil, regada por el río de Guatanay que casi siempre está seco, excepto en tres meses del año. Su mayor fuente de agua proviene del cielo mismo, pues llueve en cualquier momento. Según algunos escritos, la ciudad fue fundada en el año 1043 por Manco Cápac, el primero de los incas, y dividida por él en ciudad alta y baja. Su nombre significa centro, y agregan las antiguas crónicas que era el único lugar de 105 dominios incásicos que tenía aspecto de ciudad.
Ahora, al caminar por sus calles, uno se sorprende al ver a un mismo tiempo la grandeza y magnificencia de sus edificios y el vergonzoso abandono en que algunos yacen: parece que hasta sus imponentes vestigios están destinados a hundirse en el tiempo. La Fortaleza y el Templo del sol, este capitolio y coliseo de la Roma peruana, causaron la admiración de los españoles cuando -en 1534- Pizarro se apropia de la ciudad. Solo algunas murallas de la inexpugnable fortaleza, situadas en una alta colina un poco hacia el norte del sitio, se ven hoy en un buen estado de conservación. Están construidas de piedras enormes, poliangulares, de diferentes dimensiones pero no inferiores a dos metros de diámetro, colocadas una sobre otra sin cimiento, tan perfectamente unidas que no podría introducirse por entre dos de ellas una aguja. En Cuzco, como en Machu-Picchu, se ignora con que operaciones mecánicas pudieron transportar y levantar estas masas, para lo que parece necesario la fuerza de los cíclopes por su tan precioso ajuste.
La Plaza de Armas de este Cuzco cargado de piedras milenarias, fue otrora Huaccapyta, centro litúrgico del Imperio Inca, en el que se celebraban todas las ceremonias y fiestas importantes; concebida por Manco Cápac, estuvo rodeada por los que fueron algunos de los más famosos edificios del Imperio, como el Quishuarcancha (el palacio de Viracocha), en los terrenos que hoy ocupa la catedral. Edificada sobre un antiguo palacio Inca, el Amarucancha, se encuentra la Iglesia de la Compañía de Jesús, cuya fachada es uno de los más bellos exponentes del barroco en América. El convento de Santo Domingo se edificó sobre los muros del Templo del Sol, el Coricancha, donde estaba según la tradición el gran disco de oro radiante de luz dorada. El altar mayor lo construyeron en el lugar mismo donde estaba la imagen redonda de oro sólido del destronado dios tutelar; los frailes ocupaban -incluso en la actualidad- las celdas que habitaban las vírgenes: que eran las mas hermosas doncellas traídas desde todos los confines en que gobierna el Imperio de los Incas. Los regios jardines y cercados, que según la tradición estaban enriquecidos con estatuas y flores gigantescas de oro y plata, han sido reemplazados por campos de alfalfa y trigo. Unidos a los restos de muchas casas antiguas respetadas por los años a causa de su solidez, de su masa y su buen trabajo. Se divisan las ruinas de lo que fue la gran carretera construida por los incas y que llevaba hasta Lima; desde la parte alta se ven los vestigios de antiguos caminos que desembocan en extrañas pasadas subterráneas, antiquísimas. Desconcierta ver tantos caminos cortados, por donde antes transitaban los hijos del sol.
Me cuenta Fray Jorge Armando, en el Convento de la Merced, que un día los peruanos intentaron incendiar las toscas fortificaciones que los españoles habían construido sobre sus templos sagrados, pero que, en el mismo instante en que las llamas comenzaban a propagarse, la Virgen María bajó en una nube, apagó el fuego y concedió la victoria a los propagadores de su fe. El sitio donde ocurrió el hecho ahora se ve coronado con una capilla dedicada a nuestra Señora del Triunfo. De los edificios construidos desde el siglo XVI, es preciso hacer mención de los conventos de San Agustín y éste de la Merced, que son magníficos. La custodia de La Merced tiene una altura de 1.30 metros. Y pesa 22 kilos 200 gramos de oro; nos cuenta que fue construida en dos épocas, la primera, en 1720, es de estilo barroco y fue realizada por el orfebre español José de Olmos; el pedestal es neoclásico francés y fue tallado en 1804 por el orfebre cuzqueño Juan de la Piedra; contiene 1.518 diamantes y brillantes más 6.115 perlas, incrustaciones de rubíes, topacios y esmeraldas; en el centro tiene dos perlas que dan forma a una sirena: la primera su cola y la segunda el busto con la cabeza de oro; en la base se ve el Cordero Pascual, el libro de los Siete Sellos y el Pelícano (símbolo eucarístico), además vemos el escudo de la Orden de la Merced con diamantes negros y perlas. En el Santísimo, vemos una imagen de la virgen de las mercedes en oro esmaltado y rubíes que pesa 18 kilos. Con Fray Jorge Armando vemos pergaminos de música gregoriana del siglo XVII fabricados en piel de chivo, y hacemos sonar la campana que despidió a Pedro de Valdivia cuando desde Cuzco salió a la conquista de Chile.
Cuzco tenia la reputación de ser la segunda ciudad de Perú, y según las crónicas tenía en 1825 más de 40.000 habitantes, cuyos descendientes preservaron las fiestas prohibidas por los españoles, cuyo culto -aún hoy- es semejante al que históricamente realizaban los mismos Incas. Aunque vetadas por la cultura oficial, estas fiestas se practican todavía con toda su magia ancestral, y tienen un denominador común: largas procesiones a la hora del crepúsculo de la mañana y del lucero de la tarde, vestidos exóticos, rostros enmascarados, la frente guarnecida por tocados de plumas de avestruz y, contrastando con el carácter triste de su música y bailes, sus instrumentos suelen ser los de más alegre sonido: flautas, tamboriles, tambores, cornetas, matracas... es el Inti Raymi.
La adoración al sol tiene su origen en el pasado prehispánico de Sudamérica. Siempre que el tiempo lo permite, la fiesta al astro se celebra este primer día del calendario solar inca, y es un acontecimiento esperado por todos los descendientes de esta formidable civilización. A través de los siglos, unas 50.000 personas se reúnen anualmente aquí, vienen de todas las provincias peruanas, y muchos arriban vistiendo la ropa tradicional de su lugar de origen. Se bebe mucha cerveza, pero la bebida tradicional es la chicha de jora, fermentada del maíz, que emplean desde antaño en sus sacrificios al sol; también la chicha morada que se prepara con maíz morado, trozos pequeños de fruta fresca y se sirve helada. El pisco sour aquí tiene su fórmula coctelera: dos partes de pisco, una de jarabe, el jugo de medio limón, una clara de huevo y hielo picado, bien batida se sirve con gotas de angostura. Toda la comida es típica: el cebiche (pescado fresco macerado en limón), el chupe de camarones (que lleva papas originarias de la zona, leche, camarones de río, huevo, queso y ajo), los tamales (una pasta de choclo amarillo y blanco que se muele con maní tostado y manteca de cerdo, al que se agregan trozos de pollo o cerdo, aceitunas, huevos y ajo, envueltos en hojas de plátano). Los postres son deliciosos: como la mazamorra morada (harina de camote, maíz morado y trozos de fruta fresca), y los picarones (harina, huevos, manteca y miel de caña), que se acompañan con jugos de frutas de sabor inigualable.
Durante la culminación de una semana de festividades en la que hay música, bailes y encuentros sagrados, se realiza una ofrenda al dios Inti (el sol). El Inca llega a la explanada de la antigua fortaleza de Sacsayhuaman en una litera ceremonial (la tiana), que sostienen en su hombro los bravos rukkanas (guerreros). La cara del Inca está cubierta por la mascaipacha (máscara de oro), símbolo de poder y estirpe real. En su mano lleva el thupaoyauri, símbolo de supremacía sobre las cuatro regiones del imperio. Escoltado por los caballeros, los generales, el sumo sacerdote, los príncipes invitados y los portadores de las ofrendas al Inti, el Inca va a la cabeza de la comitiva.
Cuando el cortejo imperial llega al centro exacto de la explanada, comienza la ceremonia con el sacrificio de una llama, a la que el sacerdote mata y extrae el corazón y los pulmones. Si el corazón sale todavía latiendo es buena señal, de lo contrario significa que no habrá buenas cosechas y de luchas contra el Imperio. Cuando estuve allí por primera vez, en 1978, durante ese viaje memorable el corazón salió vivo, por eso, el sacerdote luego nos ofreció a todos chicha (la bebida original fermentada de uva), que previamente había sido ofrendada al sol y pasado alrededor de la comitiva real. Ahora ha sucedido igual. Luego, con una misa al aire libre termina la celebración popular, para los profanos, pues aunque pagano en sus orígenes, aparentemente se ha combinado con ciertas ceremonias cristianas. Como sucede en toda Latinoamérica, hoy día la iglesia, los políticos y el ejército suelen estar presentes en este tipo de eventos prehispánicos, que en sí siempre tienen una extensión en la que se vive otra experiencia, y en un sitio distinto: las mismas ruinas de Machu-Picchu.
De la magnífica ciudad de Cuzco hemos subido caminando a Ollantaytambo, que se extiende a la vista por la enorme hoya Amazónica, perdiéndose en la selva. Caminos, acueductos, gigantescas terrazas y torres labradas en los bordes de los precipicios andinos, canalización de millares de terrazas, bastiones, verdaderas fortalezas, miradores o sitios de observación, crecido número de pequeños pueblos y ciudades sepultadas por la maraña del bosque, son testimonios convincentes de que la región de Cuzco fue capital de una densa civilización.
El cañón natural de Ollantaytambo es colosal: visto desde lo alto a la distancia unos 30 kilómetros río abajo, comienza a estrecharse el valle hasta formar un imponente callejón de elevadas murallas, verdaderos acantilados que cierran el horizonte y lo contornean con sus agudas alturas. Abajo, las aguas del Wilkamayu, en estrecho y profundo cauce, rebota en sus graníticas orillas y se deshace en espuma llenando de estruendos el espacio. La vegetación vecina del trópico cubre de verdes ropajes la montaña; el bosque trepa hasta las cimas, no importa lo abrupto, lo escarpado del macizo andino. El río serpentea y las cordilleras también, en un proceso de ajustamiento y equilibrio cósmico. En este paisaje ultra terreno, encaramada en una de sus altas murallas, tallada en la roca cordillerana es que aparece Machu-Picchu: razón había de que la ignoraran los conquistadores y sus cronistas, porque está ubicada estratégicamente.



Derecha: Waldemar Verdugo, Cuzco, Perú.

© Waldemar Verdugo Fuentes.

Publicado en VOGUE-México.

EN LA SAGRADA MACHUPICCHU.


Por Waldemar Verdugo Fuentes.
(Diario de Viaje por tierra a Lima)
Derecha: Waldemar en MachuPicchu).

EN LA CIUDADELA SAGRADA DE MACHU PICCHU.
De Cuzco, al amanecer hemos subido a Machu-Picchu. Aquí el tiempo, lento, está al margen de la Historia o es la Historia misma. Nadie sabe el verdadero nombre de la ciudadela montada peligrosamente sobre el lomo de la cordillera entre dos picachos escarpados de los Andes peruanos; un nombre que quedó sepultado con los huesos de sus últimos habitantes, pero tradicionalmente se la llama Machu-Picchu o Picacho Grande, en honor de las altas montañas que la guardan. El sitio irradia una magia tan sobrecogedora y emocionante, que uno podría agotar el idioma en busca de frases, imágenes y palabras capaces de describir lo que ahí se siente. La piedra trabajada en cubos colosales hoy forma parte de la naturaleza misma del lugar, que al visitante entrega una sensación que no cabe en experiencias cotidianas. Hablar del sitio requiere de un idioma especial, de sonidos sagrados que se usan sólo para ciertos lugares, de verbos ocultos cuyo significado no salga de sus piedras, de algo más que palabras. Requiere del lenguaje de los poetas. Por eso, recurrimos al idioma de Pablo Neruda como entrada; luego nos limitaremos a describir el viaje y lo que se ve, anotando algunos textos de los cronistas como apoyo de esta arquitectura necesariamente secreta.

"Sube conmigo amor americano.
Besa las piedras secretas conmigo.
La plata torrencial del Urubamba
hace volar el polen a su copa amarilla."

En un día marcado, el tren sale desde Cuzco hacia Machu-Picchu a las siete de la mañana, y poco a poco va adentrándose en el cañón labrado por el río Urubamba que corre apurado hacia el Amazonas, abriéndose paso entre masas de cordillera. A medida que se avanza, la vegetación se pone cada vez más exuberante, hules gigantescos, helechos, bananos, y la tierra alta más escarpada que pueda uno ver. En una hora, ascendemos por un desfiladero rodeado de paredes verticales de roca que suben de golpe sus mil a dos mil metros, obligando al tren a seguir en zigzag, adelantando y retrocediendo para volver a adelantar. En Ollantaytambo el tren se hunde en la espesura, comienza la selva impenetrable, el rumor de la jungla, a la que se une el tumulto de los rápidos embravecidos por los deshielos. Donde se produce una conjunción entre las vueltas azules del Urubamba, los picachos más imponentes que produjo la cordillera de Los Andes y la selva amazónica, ahí justo para el tren, en la estación Punta Ruinas, después de pasar la Central Hidroeléctrica, al fondo del valle. Desde este punto recorreremos en bus aún ocho kilómetros cordillera arriba, hasta el albergue de turistas, que está a menos de veinte metros de la entrada a la ciudadela.

"Vuela el vacío de la enredadera.
La planta pétrea, la guirnalda dura
sobre el silencio del cajón serrano.
Ven minúscula vida, entre las alas
de la tierra..."

La superioridad de la urbe resucitada en los altos Andes peruanos reside primero en el efecto espectacular y sorprendente de la que surge como palpitando de la nada misma; paradojalmente viva y muerta, fascinante. Está encerrada entre agujas que apuntan al cielo, rocas cónicas, precipicios y derrumbaderos pavorosos. Veo flores extrañas, maravillosas, que parecen arrancar del alma misma de las piedras enormes, brotando de la roca viva. Toda la escenografía refleja orden y razón en la naturaleza caótica andina, que hace ver la ciudadela como un sueño realizado, como una urbe en donde se hicieron reales los anhelos metafísicos, en donde un pueblo pronto a su extinción se diría que predijo su destino. Van subiendo y cubriendo de selva las montañas, sacándola del mundo, y entonces se entiende que ni los españoles en 400 años ni los peruanos en apariencia hayan podido dar con la ciudad secreta, hasta que un arqueólogo, el profesor de la Universidad de Yale Hiram Bingham la descubrió en 1911, luego de buscarla durante ocho años. En los siglos que antecedieron a su descubrimiento, la selva, los bejucos y detritos vegetales escondieron los templos de piedra granítica, los acueductos, las fuentes, las tumbas, las terrazas y principales calles con forma de escaleras (hay despejadas más de cien), los lugares para ver las estrellas, el reloj de Sol... no hay dos piedras iguales; cada una fue tallada para ocupar determinado sitio, con ángulos caprichosos y protuberancias meticulosamente labradas para encajar en las contiguas, como si se tratara de las piezas de un rompecabezas. En la construcción no se empleó mortero o argamasa, y sin embargo es exacto el empalme entre las moles de piedra. En esta arquitectura ningún elemento decorativo interrumpe la línea austera de los muros. Nos hallamos lejos de los frisos esculpidos, de los bajo-relieves o de las grandes máscaras que se multiplican en los monumentos mayas o aztecas. Aquí todo tiene la belleza de lo simple.
Todos los dioses del universo Inca están en Machu-Picchu, inconmovibles y eternos. Se hallan plasmados arquitectónicamente los diferentes elementos que figuran en el cuadro cosmogónico. El Sol, que se adoraba en el templo circular y que se atrapó en un reloj de piedra. La Luna, que tuvo su altar en las estribaciones del Wayna-Picchu, el pico enhiesto. El Agua, que se veneraba en las fuentes, por donde aquella bajaba como una boa con anillos musicales. La Lluvia, que alimentaba los andenes, por donde descendía con mil pies en los meses de invierno. El Viento, que recibía culto en las plataformas abiertas, girando en torno de las piedras sagradas. Y también las estrellas Matutina y Vespertina, las estaciones del año, las nubes, el Arcoiris, el Granizo, el Rayo, el trueno y la roca salvaje. La Naturaleza es como otra divinidad presente en toda la vegetación de la que parece brotar la ciudadela, su airosa arquitectura, sus acrobáticos andenes, sus viejas parcelas de hierba verde sembradas por el tiempo. A unos pasos del Ayakamayoq Wasi, la casa del cuidador del paso de la vida a la muerte, desde donde se puede vigilar la entrada y salida de Machu-Picchu, sobre un tupido tapiz de la hierba, está la roca con forma de barca, con su proa orientada hacia el sol. Por los escalones tallados en la piedra funeraria subían los sacerdotes para desear un viaje favorable a las regiones celestes.
Ciudadela de piedra, con ventanas que abren al infinito, es una urbe suspendida entre el cielo y la tierra, en cuyos costados crecen los abismos y por cuyas aristas se descuelgan las nieblas altas. Su posición geográfica fue su mejor defensa para permanecer oculta por siglos, defensa reforzada por el arquitecto Inca que completó su obra colocándole un cinturón de piedra: muros de cinco metros de altura y un metro ochenta de espesor resguardan sus calles milenarias y sus barrios sagrados. Mientras el caudaloso Willkamayu o Vilcanota, río dios de los incas, cuyas aguas vienen de las nieves eternas, forma una muralla de espumas que oculta zarpas de agua a los pies alrededor de Machu-Picchu, como otro muro infranqueable. Es la eternidad de la piedra desafiando naturalmente al tiempo. La magia del paisaje que la rodea acrecienta su belleza: por un lado, la frondosa vegetación de los fértiles valles del Kollpani que emergen entre nubes azules. Por el Norte, el Wayna-Picchu, la montaña alta que esconde santuarios en su interior. Por el Este, el Putukusi con su cima coronada de verde. Por el Sur, el Kutija y sus majestuosas montañas. Hasta hoy no se sabe cómo vadeó la piedra el río, desde las canteras, y ascendió los precipicios para vencer la cumbre. Los días de su construcción debieron ser grandiosos, porque trabajaban guiados bajo otra influencia cósmica, la de vencer las leyes de la gravedad y la inercia; mitad a pulso de hombre y mitad don de los dioses, que revelaron a sus sacerdotes, en señal de aquiescencia, la planta de poderes mágicos, la "koka akulli", que disipa el cansancio, que renueva las fuerzas, quita el hambre y fortalece el corazón. La verdadera historia de su perímetro de cinco kilómetros nunca será descifrada y cuanto se diga de sus altares dispuestos en toda la ciudadela será siempre poco, en relación a lo que pensaba el arquitecto Inca mientras talló la aguja del Intiwatana, el reloj de piedra, donde se enhebra el sol desde la primera aurora.
Según otra tradición, el primero de los gobernantes incas, Manco Cápac, llegó al Cuzco proveniente de una legendaria tierra en las estrellas alrededor del año 1000 de la era cristiana, cuando ya Machu-Picchu había sido abandonada por sus incógnitos constructores. Algunos siglos después, Viracocha, octavo en la línea dinástica, perseguido por otros indios enemigos que le atacaban, huyó del Cuzco hacia un invulnerable valuarte en la cresta de una montaña, refugio que se identifica con Machu-Picchu. El hijo de Viracocha, Pachacuti, coronado hacia 1438, fue quien llegó a gobernar la mayor extensión del Imperio, que abarcaría la mayor parte de los actuales territorios de Perú y Ecuador, llegando a extenderse hasta parte de Colombia, Argentina, Bolivia y Chile. Alrededor de 1471, Topa Inka fue erigido emperador; murió en 1493, al tiempo que Cristóbal Colón retornaba de su hazaña descubridora. Topa Inca fue sucedido por su hijo Huayna Cápac, el último de los grandes Incas, a quien sucedieron sus hijos Huascar, en el Cuzco y Atahualpa, en Quito. Atahualpa derrocó a Huascar sólo para caer víctima de los españoles en 1532. El último sucesor de Manco Cápac, Tupac Amaru, fue asesinado por los conquistadores en 1571, cuando acaba la dinastía.
No obstante de las muchas ruinas encontradas y descritas por los conquistadores españoles desde su arribo a América del Sur, Machu-Picchu, que siempre fue nombrada con respeto por los naturales, no fue nunca encontrada, quizás si porque creían leyenda la historia del sitio legendario en que sus habitantes habían sobrevivido a la masacre de la Conquista para morir muchos años más tarde, dejando la ciudad sagrada envuelta en el silencio y las nieves de las tierras altas andinas.
El origen específico de la cultura incaica es incierto. Parecen haber irradiado de las tierras andinas centrales del Perú; la inusitada estabilidad y el buen estado de conservación de muchas estructuras pétreas atestiguan un alto grado de maestría y espíritu de empresa. Los cazadores de tesoros, que suelen inutilizar los sitios arqueológicos para la investigación científica, parecen no haber excavado nunca en Machu-Picchu, y los que lograron saquear lo hicieron sin dañar. En 1911, cuando es descubierta por la expedición Bingham, y 1912, cuando se hacen los primeros estudios de excavación por los miembros de la misma expedición de Yale, con la ayuda de la Sociedad Geográfica Americana y el Gobierno de Perú, logran abrir 110 tumbas. El contenido de remanentes óseos fue debidamente empacado y se halla hoy día en el Museo Peabody de New Haven, USA. Los resultados científicos son muy interesantes. En primer lugar, las tumbas parecen haber permanecido intactas por lo menos durante cuatrocientos años, desde que el último de los habitantes incas fuera sorprendido por la muerte. A través de los años, el contenido de las sepulturas, las enfermedades de los esqueletos, los utensilios de aquellas gentes y características de su cultura, representada por cerámicas, bronces, momias, arquitectura y armas, nos hablan de un fascinante pasado. A los estudios del propio Bingham, han accedido a los restos equipos científicos de la Fundación Wenner Gren, en 1940; luego, el eminente arqueólogo peruano Julio C. Tello continuó excavaciones en otros sitios; valiosos análisis ha aportado también J.H. Rowe, del Proyecto del Sur Peruano del Instituto de Investigaciones Andinas. Los pobladores de la ciudadela, adaptados a la enrarecida atmósfera, cultivaron sus muchas terrazas, maíz, calabacines y patatas; dotaron de regadío sus jardines y criaron rebaños de llamas; ha sido difícil identificar el número de viviendas, pero es obvio que fueron numerosas
De las 110 sepulturas abiertas por el equipo de Bingham, el osteólogo de la expedición, George F. Eaton originalmente registró 20 esqueletos masculinos y 55 femeninos, correspondientes a jóvenes mujeres (excavados en el lugar identificado como Torre de las Vírgenes del Sol); también registra una excavación en un cementerio cerca de las puertas de la ciudad, con unos 300 fragmentos de esqueletos, 170 de los cuales corresponden también a mujeres. Numerosos cráneos tienen deliberada deformación occipitofrontal, que Eaton atribuyó a los incas originales, en tanto que los no-deformados a miembros de otras tribus que habitaban en la ciudadela, especialmente costeños. Los incas unieron con extensas redes de caminos todo su vasto imperio de cordilleras nevadas, inhóspitos desiertos y selvas impenetrables; su sistema de correo o chasquis estaba tan bien organizado que narra la tradición que la comunidad podía disponer cada día de pescado fresco transportado desde las costas del Pacífico. Según el mismo Eaton, la estatura media de los hombres alcanza a 1,61 mts. y en las mujeres, a 1,49 mts. Los cálculos de Charles W. Goff, que estudió los restos funerarios en 1966, dieron los mismos resultados. Fueron hallados numerosos artefactos, martillos de piedra, herramientas para trabajo de cantería, utensilios de tejer e instrumentos de cortar, hechos de obsidiana y bronce; también delgadas láminas de hierro o cobre de hojas de cuchillo, y algunos abalorios vidriosos, "perdidos probablemente por el único ladrón de tumbas que parecía haber merodeado por aquellos sitios dentro de los últimos cien años", dijo Bingham, "que parece indicio de alguien que se ocupó cuidadosamente de no dañar los restos, sin que se encontrara ofrenda en oro o piedras preciosas. Escaso es el número de joyas que hemos recuperado, constituido en su mayoría por pequeños pendientes de piedras de colores, y numerosos, en cambio, los broches de bronce y artículos de tocador o aseo. De una vasija de barro fueron desenterrados artefactos rituales de un sacerdote de alta jerarquía. En los confines de la ciudadela se encontraron fichas de piedra parecidas a las piezas del juego de damas...", que Bingham sugiere que eran utilizadas para el registro de cuentas: "Asimismo hay fragmentos de envoltorios de momias, restos de piel y de cabellos y hasta una máscara momificada en buen estado de conservación... las edades oscilan entre los pocos meses y los cincuenta años. Ninguno más viejo. En las piezas dentales se observaron pocas caries."
Charles W. Goff afirma que los restos más interesante entre los encontrados en Machu-Picchu que se conservan en el Museo Peabody, son los registrados bajo el número 26, encontrado entre las tumbas de mujeres: "es una mujer con una edad ósea de unos cuarenta años, índice craneal de 79,0 centímetros, deformación occipitofrontal... fue considerada por Bingham como el esqueleto de Mama-cuna o priora mayor del convento, según la tradición oral. Sabemos en efecto, que una Inca de la nobleza debía supervisar tal especie de escuela, donde las vírgenes elegidas se albergaban y recibían instrucción religiosa para los ritos del Templo del Sol. La tumba estaba en una terraza protegida por rocas, a casi 30 metros sobre la ciudad. Sobre ella se levantaba una torre de piedras, con el piso y los escalones de acceso muy bien construidos. Junto al casi completo esqueleto femenino se hallaban dos bellos jarros modelados con rostros humanos, un cacharro de cocina, alguna pedrería y el esqueleto de un perrito. Asimismo se hallaron dos grandes broches de bronce para el chal, pinzas del mismo metal, agujas de coser hechas de espinas vegetales, un diminuto peine de bronce, una cuchara para el cítrico que liberaba el zumo de la coca y un espejo de mano, también de bronce..." Bingham especuló sobre el uso del espejo por la Mama-cuna. La tradición cuenta que esta sacerdotisa hacía arder en ciertas ocasiones ceremoniales, una mota de algodón mediante la concentración de los rayos solares en un espejo cóncavo de bronce, como forma de manifestar ante el pueblo la presencia del dios Sol.
W.W. Howells pone especial énfasis en el tamaño de la población de Machu-Picchu. Los cálculos basados en el remanente de esqueletos son de carácter muy subjetivo, y, consecuentemente, defectuosos. Además del número de sepulturas encontradas, se sabe que no son todas las existentes. Sin embargo, se llevó a cabo una estimación tomando como factores del cálculo la cantidad de tumbas halladas más la extensión del área destinada al cultivo y capaz de suplir de alimentos a la población de la ciudadela. El espacio habitable dentro y aledaño al asentamiento, así como el número de obreros necesarios para construir este, son datos que también fueron utilizados, definiéndose que el número de habitantes era de unos ocho mil individuos con una característica: se estima que allí vivían seis mujeres por hombre. La razón de este hecho es conjetural. Tal vez Bingham se hallaba en lo cierto cuando supuso que Machu-Picchu era una ciudad de sacerdotes, princesas y Vírgenes del Sol, las ñustas imperiales que languidecieron de pena con el tiempo, que se les fue sin dejarse sentir en la bella ciudadela, suspirando por su rey, el Inca Hijo del Sol asesinado en Cuzco.
¿Cuánto queda aún oculto en la región? En el sitio, una atmósfera de misterio encerrado es algo palpable para el visitante. Desde la pequeña estación en que nos ha dejado el tren, somos trasladados en una camioneta hasta una meseta en que hay un hotelito. Ya ahí; el lugar solo emociona: la cordillera se ve como una sucesión de espolones verdes, inacabables, que se van encaramando en las nubes. La atmósfera es una sorpresa, ahí está el sol, luego lo cruzan nubes que vuelven todo del color de las violetas, se oyen truenos y un vapor comienza a expandirse desde el corazón del valle, allá abajo. En un instante, la niebla cubre todo de misterio y sólo ecos de imágenes nos rodean hasta que el sol vuelve a disipar y toda esta atmósfera se abre súbitamente, en un proceso de minutos. De ahí uno debe ir caminando a las ruinas, quietas, majestuosas...

"Entonces en la escala de la tierra he subido
entre la atroz maraña de las selvas perdidas
hasta ti, Machu-Picchu.
Alta ciudad de piedras escalares.
por fin morada del que lo terrestre
no escondió en las dormidas vestiduras.
En ti como dos líneas paralelas,
la cuna del relámpago y del hombre
se mecían como en un viento de espinas".

En su conjunto, la ciudad derruida tiene un aspecto mítico, que inspira un sentimiento de veneración a lo más profundo de uno mismo. En Machu-Picchu se presiente un arquitecto secreto, que hizo su obra en una cumbre inexpugnable de los Andes, en su centro exacto, el centro del aire, de los ríos y la selva. Es toda de piedra de acero y con un diseño que pocas veces cabe en la mente humana, por lo grandioso.
Algunos sospechan una influencia especial del cielo para tener una ciudad cerca de él. Para recorrerla bastan unas horas, para conocerla no han sido suficientes los últimos siglos. Los rayos de luz entre la niebla, el canto del río, el rítmico movimiento de las cercanas nubes, las olas del aire y el relámpago súbito que parece caer sobre las alas de las águilas y cóndores que surcan el cielo, acompañan los grandes templos de piedra callada, los tallados ceremoniales, las escalinatas rituales, miles de ellas formando caminos que llevaban quién sabe dónde, quizás a los palacios destruidos o a las explanadas en que se realizaban ritos encerrados por muros de solidez sobrehumana. La ausencia de vida humana que se aprecia en la total inexistencia de construcciones de tipo doméstico que hoy se ve, acentúa ese ambiente sagrado que siempre se cita.

"Piedra en la piedra, el hombre ¿dónde estuvo?
Aire en el aire el hombre ¿dónde estuvo?
Tiempo en el tiempo, el hombre ¿dónde estuvo?”

Quizás Machu-Picchu fue siempre un centro ceremonial, y en esta intención en el corazón también la visitamos a pie. Tuvimos el alto honor de vivir un secreto del Inti Raymi, la fiesta del sol en este día 21 de junio, solsticio de invierno, cuando el sol se encuentra muy lejos de la Tierra, que entra en un periodo de descanso para comenzar una renovación: todo lo malo se va del universo terrenal y ocurre un reciclaje de energías en la naturaleza humana. La procesión, de no más de veinte personas, salimos a la hora del crepúsculo del amanecer caminando el día séptimo de iniciado el evento en Cuzco. Nueve horas a pie masticando la planta sagrada, según es tradición. Hasta llegar a la ladera oriental del monte Huaina-Picchu, frente a la ciudadela, desde donde enfilamos por un camino subterráneo, antiguo y ventilado, hasta llegar a través de una de sus innumerables bifurcaciones a aparecer justo frente al reloj de Sol de piedra, enclavado en la parte más alta de Machu-Picchu.
En la Piedra del Sol se reafirma la antigua cultura, de adoración al astro-Rey, en una realidad más tangible y mágica a la vez, que la simbólica puesta en escena del evento que habíamos visto en Cuzco mismo. Allí se oyen cantos en olvidadas lenguas repitiendo enigmáticos y sonoros mantras viendo un punto exacto en las estrellas, que casi se pueden tocar, y una luna enorme, cuya luz es la única que ilumina la ceremonia que culmina con la llegada del sol, cuando la noche comienza a irse en jirones, develada.
Entonces, toda la atmósfera se impregna de sutiles aromas que escapan de las plantas medicinales, hierbas y flores que crecen y de noche se despiertan en estas alturas. Poco a poco, el sol va devolviendo sus formas a la piedra trabajada por el hombre en Machu-Picchu, que en ciertos días señalados toma contacto con fuerzas que vienen del cielo, ahí cerca. Porque esa es la gracia del lugar: es un sitio mágico creado por hombres comunes de antes que nosotros. Pero todo muy real: Desde el torreón, de forma circular, se divisan aún otros caminos que salen de Cuzco y que se abren trepando la cordillera andina del Sur, caminos incas que llevan a otras ciudades perdidas: Wiñay Wayna ("joven eterna"), Phuyupatamarka ("ciudad encima de las nubes"), Sayaqmarka ("ciudad centinela")... la tradición que se pensó no había quedado registrada en escritura alguna.
Durante siglos se creyó que los incas no tenían escritura, y esta contradicción había perpetuado otro enigma: si los incas fueron capaces de construir un Imperio, trazar largos caminos de piedra que unían gran parte de Sudamérica (algunos hoy son modernas carreteras), construir puentes colgantes y elaborar sofisticados sistemas de irrigación, ¿cómo explicar su carencia de escritura? Se había establecido que los conocimientos y la tradición fueron perpetuados entre ellos boca a oído, de generación en generación. Solamente en 1970, el científico Thomas S. Barthel, director del Instituto Etnográfico de la Universidad de Tuebingen, Alemania, informó a los participantes del 39º Congreso Internacional de Americanistas, en Lima, que constituía un error garrafal, de etnógrafos, arqueólogos e historiadores haber afirmado hasta entonces que los incas no conocían la escritura. Lo que sucedía es que había permanecido ignorada; enseñando la traducción de los primeros 25 símbolos incas.
El profesor Barthel, que había trabajado en Chile a partir de 1958, descifrando parte de las "tabletas parlantes", escritura de los antiguos chilenos de RapaNui la Isla de Pascua, que lo ubicaron como autoridad mundial en su materia, afirmó luego que de existir una escritura en la vieja civilización incásica, ella debía estar contenida o escondida en los múltiples diseños geométricos (tocapus) preservados en los restos de vestiduras sacerdotales o vasos ceremoniales. Desde entonces, con ayuda de la arqueóloga peruana Victoria de la Jara, el profesor se zambulló durante años en el estudio de los restos incas brotados de Machu-Picchu y otras zonas que abarcó el Imperio. Notó que muchos de estos restos, además de tocapus, preservaban pinturas y dibujos. Declaró entonces que el primer tocapu que calzó registraba un acto de idéntica adoración divina; al establecer aquella relación y confirmarla con algunas piezas de tocapus de notable valor (como los conservados en la "Bliss Collection" de Washington D.C.) estaba en disposición de afirmar que existe una escritura Inca, notando que varios signos se asemejaban a objetos reales, como los pictogramas chinos. Esto le permitió determinar los símbolos empleados para configurar la palabra que nombra al supremo dios de los incas: Kon Ticsi Viracocha (conocido tradicionalmente como Kon-Tiki) cuya representación consiste en el tocapu de calor ("kon") y en dos bases de pirámide ("ticsi"), que juntos significan "fundación" y "tierra"; una columna entera de tocapus traducida dice: "Kon Ticsi Viracocha es el hijo del sol, el calor, el maestro de la tierra, el sacerdote, el origen de la luz, el Señor del Sol". Dijo en 1970 el profesor Barthel:
-Los tocapus más interesantes para un desciframiento datan de la época inka-tardío e inka-colonial; que se encuentran tanto en tejidos como en "keros" (los vasos ceremoniales, cilíndricos, con la boca ligeramente ensanchada)... los tocapus o signos geométricos de la época tardía son frecuentemente acompañados por escenas figurativas, grabadas en la madera o piedra de los vasos, mientras que los textos más antiguos carecen de ilustración por dibujos. Los "keros" los he dividido en tres bandas ornamentales o registros. El registro medio se compone de tocapus y la banda superior, alrededor de la boca del vaso, demuestra los dibujos figurativos correspondientes. Muchos de los signos se encuentran también en tejidos de la época tardía, pero entra aquí otro simbolismo importante que es el elemento color. A la manera de los desciframientos que se hicieron en las pirámides de Teotihuacán, México, y los restos arqueológicos de la zona Maya que se extiende hasta Guatemala y Honduras, altos personajes de la corte de Cuzco y Machu-Picchu o miembros de la familia real usaban túnicas de colores rojo y amarillo, y los ciudadanos de menos rango en color azul y café”.
La antropóloga Ingeborg Lindberg, de la Academia Chilena de Ciencias Naturales, comentó: “-Mucho me llamó la atención que algunos de los primeros signos descifrados por Barthel, por ejemplo el signo para "Mama o Pachamama"; otro que significa "el camino del Sol"; otro "Apu o Gran Personaje"; se repiten también en petroglifos del Norte Grande de Chile. Por lo tanto es totalmente posible que el desciframiento de los tocapus, una vez terminada la investigación que se realiza aún, arroje luz sobre el significado de numerosos y hasta ahora enigmáticos petroglifos de la época precolonial tardía en nuestro territorio chileno. Es interesante recordar el gran número de palabras que usamos diariamente y que entraron a Chile recorriendo el Camino del Inca que cruzaba hasta las riberas del río Maule. Recordemos algunos nombres geográficos como "Illapel" (de illapa esto es relámpago), "Chuquicamata" (lecho aurífero), "Chacabuco" (puente en tierra cultivada), "Quillota" (valle risueño y angosto), "Huelén" (tristeza), también "Talagante", "Vitacura", "Macul", "Copiapó"... otros términos corrientes en Chile de origen Inca son: guagua, choclo, camanchaca, quisco, chuico, guaso, humita, charqui, quincha, chirimoya, chaucha, ojota, yuyo, palta, huincha, pucho, cuncuna, poroto, hallulla, zapallo, chupalla, cueca, guacho, chuchoca, chacra, coronta, callampa, combo, copucha, cochayuyo (que quiere decir "yerba del lago")... palabras que nos quedaron del tiempo en que el Imperio incásico incluía entre sus dominios parte del norte de Chili ("confín helado"). Sin dudas que un glosario tan amplio, sólo de lo que se preservó en el lenguaje chileno, es congruente con la existencia de una caligrafía Inca”.
Declaró también entonces el profesor Barthel que la principal dificultad que deberá enfrentar quien siga desarrollando su trabajo de desciframiento (como ha sucedido) es que los tocapus, dibujos y colores a menudo contienen un significado doble, triple e incluso cuádruple. Explicando esta multitud de significados, quizás al esfuerzo de los sacerdotes y la nobleza incas para mantener su escritura fuera del alcance de los extranjeros. El hallazgo representó según científicos europeos, el primer hito que puede esclarecer un misterio histórico en América: el súbito derrumbe de una poderosa civilización a manos de un puñado de conquistadores incultos.
Descansamos y comemos en un mirador de piedra rodeado de flores y pasto fresco todo el año que se aparta un poco de la ruta de visita. Descienden los anchos andenes y las breves escalinatas por el laberinto de pasadizos de piedra que es Machu-Picchu. Se ven edificios de piedra blanca andina en línea sobre planos de armónicos niveles. En cada grupo surge algún templo, algún palacio que preside y aglutina las viviendas comunes. La ciudadela descansa, como por obra mágica de equilibrio, sobre las breves superficies de las terrazas andinas. En el más extenso espacio, como el corazón del cuerpo, se ve el templo central. Coronando el templo que sigue el crecimiento natural de la roca, se yergue al Noroeste una roca que recorta el cielo sin estorbar: allí se perfila el Reloj de sol donde osamos ser fotografiados. Más cerca del Observatorio, emerge del laberinto arquitectural el Torreón, que impresiona por su equilibrio y belleza. Sobre una enorme roca ha sido levantado con precisión astronómica, como cada edificio en la ciudadela. La construcción sigue las irregularidades de la roca cordillerana y va curvándose a manera de herradura. Presenta en la parte curvilínea dos ventanas trapeciales decoradas exteriormente con una forma de marco, en cuyas esquinas surgen las protuberancias tan frecuentes en el Cuzco y muy raras en Machu-Picchu. En la sección rectilínea, hay una puerta-ventana excepcional por su forma: lejos de presentar la base el umbral sencillo de los vanos incaicos, termina en doble escalinata lateral con cada peldaño atravesado por canaletas y perforaciones.
Hacia el interior, el torreón tiene seis nichos en la semi elipse y doce en los muros rectilíneos. Parece que este recinto nunca fue cubierto; no ofrece huellas de techo, y es entre los de Machu-Picchu el mejor conservado. Posiblemente su techo era de paja ligera que simplemente era repuesta cada temporada. Toda la técnica en la piedra es de poliedros regulares pulimentados, muy semejantes a los de Cuzco. Bajo el torreón, y en oquedad natural está construida una cámara con nicho de tamaño considerable. Digamos ahora que caminar en la ciudadela es suficiente para vivir cierta sensación de bienestar, quizás por el sortilegio del clima. Y por el agua que corre enmarcando las estructuras que unidas a los vaivenes del viento aportan un sonido excepcional que brota de entre las piedras. El agua viene de las lejanas cumbres. Baja por acueductos horadados en la roca, saltando de una terraza a otra, y cuando se acerca al Palacio se encauza por canales que unen diecisiete piletas cada una en sucesivas terrazas. El barrio central tiene fuentes muy trabajadas en la piedra misma. Bien se ha dicho que Machu-Picchu es la ciudad de las escalinatas; tres mil peldaños contó uno de los pacientes exploradores de la expedición del descubridor Hiram Bingham. Sirven de comunicación a unos andenes con otros, facilitan el acceso a plazas y palacios, a templos y adoratorios, a viviendas, sepulcros y piscinas. Unas veces son labrados en la misma roca, otras las forman pulidos sillares, en algunos casos son clavos salientes para escalar o saltar con ligereza. Escaleras que trepan por rocas enormes, se deslizan por senderos misteriosos, bajan decididas al murmullo de las aguas bordeando abismos y las sigue por el costado entrando en las rocas. Las escalinatas en Machu-Picchu están vivas. Recorren uniendo los tres sectores de la ciudadela: el sagrado, donde se encuentran el Intihuatana, el Templo del Sol, una cámara, llamada por Bingham- de “las tres ventanas”, el barrio de los sacerdotes y la nobleza y el barrio común. Por todas partes, los impresionantes paisajes andinos sirven de digno marco a esta obra de titanes que es Machu-Picchu: la visitamos en Inti Raymi y dejamos una ofrenda en la piedra.
© Waldemar Verdugo Fuentes.

EN LIMA, LA CIUDAD DE LOS REYES.

EN LIMA, LA CIUDAD DE LOS REYES.
Por Waldemar Verdugo Fuentes.

(Derecha) Balcones de Lima.


Nos despedimos de esta ciudadela sagrada de MachuPicchu y seguimos en nuestra ruta a Lima bajando la cordillera hasta Huancayo: finalmente decidimos realizar el traslado en un viaje aéreo de treinta minutos: en Cuzco hay líneas aéreas oficiales con conexiones a todo el mundo; son muy económicos los taxis-aéreos para trasladarse en Los Andes, pues son pequeñas compañías privadas, generalmente de mineros, agricultores o ganaderos de la zona, que ocupan sus aviones particulares para transportar turistas, a un precio notoriamente bajo.
Sin contratiempos bajamos las cordilleras del cóndor. Aterrizamos en una pista a orillas del pueblo de Huancayo, en circunstancias que jamás vimos desde el aire donde íbamos a bajar. Es la misma sensación que se tiene al aterrizar en el aeropuerto de Santiago de Chile, que surge de pronto entre las enormes alturas de Los Andes. Huancayo es la capital del departamento de Junín, y está situada sobre los 3271 metros sobre el nivel del mar, en pleno Valle del Mantaro y en la margen izquierda del río del mismo nombre. Durante el viaje, observando por el puro placer de ver a través de las ventanillas del pequeño aeroplano uno se encuentra con sorpresas como el color que toma la cordillera, que puede pasar del blanco profundo al rojo en una fracción de tiempo. Todo parece estar suspendido entre las cumbres, con cóndores mirándonos desde las rocas junto a nosotros, y caseríos que parecen vivir elevados en el mismo aire: es una experiencia fantástica. Es cierto que es posible llegar desde Cuzco a Lima en 70 minutos, pero no es lo mismo. Valen estas bifurcaciones de caminos que hay que cruzar para ver el atractivo valle de Jauja en la zona de Huancayo.
Una vez instalados en Huancayo con tres días para ver, nuestra primera salida comenzó con una visita a la Capilla de la Merced, considerada Monumento Histórico de Perú, por ser uno de los pocos vestigios de la colonia que se conserva en la zona. En su interior puede apreciarse una gran colección de pintura de la escuela cuzqueña. Subimos al Cerrito de la Libertad, un mirador natural desde donde se tiene una visión panorámica de la ciudad. Tiene un zoológico de sitio. A un kilómetro del Cerrito de la Libertad está Torre-Torre, un conjunto geológico de enormes torres de tierra arcillosa, moldeadas por acción del viento y de las lluvias. El Convento de Santa Rosa de Ocopa, a 25 kilómetros de la ciudad, fue construido en el siglo XVII con la misión de evangelizar a los pobladores de la amazonia. Su biblioteca tiene más de 25 mil volúmenes, guardando ejemplares que datan desde el siglo XV. También tiene un museo natural y una iglesia reconstruida en 1905 que conserva retablos esculpidos en madera. En la Feria dominical de Huancayo, que se ubica en la avenida Huancavelica, semana a semana se expenden productos artesanales, industriales y agropecuarios de los pueblos de esta área andina peruana. Se consiguen excepcionales tejidos de lana a muy bajo precio. Estuvimos en Ingenio, un bello lugar natural donde se encuentra el criadero de truchas y pueden degustarse al aire libre. Se pueden visitar también en las cercanías el Observatorio Geofísico de Huayao, a 17 kilómetros de Huancayo, que es un centro dedicado a registrar los movimientos sísmicos que se producen en la zona andina peruana. Y el Santuario de Warivilca, levantado durante el imperio Wari, en un tiempo impreciso. Guarda construcciones y el árbol sagrado del Molle. Tienen un museo en el sitio. En general llama la atención en los mercados y comercios un oficio que tuvo importancia durante la época colonial y hoy es famoso en Junín: el tallado de filigrana en plata, metal abundante en la zona que es una artesanía muy bella y no cara.
Al amanecer iniciamos la bajada a Lima desde la estación ferrocarrilera de Huancayo. Las filas para sacar billetes en el tren son muy ordenadas. En ellas hay una gran mezcla de nacionalidades: españoles, peruanos, indios andinos y turistas que hablan en las más diversas lenguas. Cinco coches pintados de color naranja y amarillo con diseños ingleses esperan junto a la plataforma. Al principio del tren hay un carrito que hace las veces de vagón de equipajes donde los viajeros confiados dejan sus pertenencias, en que se ven animales amarrados en sus patas, cajas de frutas y bultos. En la cabecera, una máquina Alco diesel se agita impaciente, y, en medio de la confusión, inesperadamente se oye la bocina de la locomotora, que con un largo pitido anuncia a las 7,40 horas la inminente salida a Lima.
La línea férrea del Ferrocarril Central que va desde Huancayo hasta la estación de Desamparados en Lima, en un viaje que dura todo el día, cruza más de 50 puentes y túneles y alcanza su punto más álgido al pasar por el túnel de Galera que, a 4781 metros sobre el nivel del mar anuncia Ticlio a 4818 metros, que es la estación de trenes más alta del planeta. Aquí se pueden observar, según anoté, 26 estaciones ferroviarias, 61 puentes, 67 túneles y 9 descensos en zig zag hasta dejar atrás el Valle del Mantaro. Entramos, el tren baja una pendiente de 4.5 por ciento, algo casi único en el mundo, a través de 19 “V” o zig-zag. El tren, como una carretera, debería poder dar la vuelta, pero como no puede negociar curvas cerradas, ya que tiene un radio de curvatura mínimo, la solución es que vaya haciendo como un zigzag, en vez de dar la vuelta, retrocede y sigue bajando en el otro sentido. Es decir, en un momento, la locomotora hala y en otro empuja los vagones, tal cual lo vimos subiendo hacia Cuzco por el ferrocarril del Sur. En general, los trenes que corren en estas líneas andinas son muy cómodos. Todos tienen una clase económica y un carro Pullman con confortables movibles, que permiten admirar el paisaje a ambos lados de la línea; hay también en ciertos recorridos un carro observatorio que se anexa cuyo recorrido se debe consultar, así como se recomienda consultar siempre los horarios porque en temporada de lluvias y cambio de estación los trenes pueden dejar de funcionar y adecuan sus horarios.
En el viaje por el Ferrocarril Central a Lima, nuestro encuentro con el músico tradicional Luis Henríquez se desprendió de una circunstancia conmovedora: en peligro de vida o muerte, debía realizarse una intervención quirúrgica que solamente en Lima era posible, y que lo traía complicado aunque nadie lo diría hablando con él, fuerte y animado siempre, uno de los hombres sabios de esos que hablan las tradiciones y que suelen cruzar los caminos y aparecerse sin que uno los busque. Porque el maestro Henríquez además de ser un intérprete de guitarra y cantar, ha investigado toda su vida la música tradicional “sagrada” peruana, “lo que no quiere decir que toda la música no sea sagrada. Lo que sucede con la canción peruana es que desde hace más de diez mil años se la ha utilizado para transmitir, además, la imagen y semejanza de nuestros sueños”, nos dice. Quizás nuestra juventud y entusiasmo de exploradores en Lima conmovió al anciano patriarca que hizo lo posible por trasladar a nuestro entendimiento la admiración que sentía por la cultura de su pueblo, conversando largamente con nosotros y permitiéndome tomar notas dictando si es necesario para que escribiera bien una palabra autóctona, y francamente cantando. Siempre apoyó su memoria y encontró respuesta a sus preguntas en la voluntariosa ayuda de su hijo que lo acompañaba, Luis Henríquez Segundo, tan enamorado de sus tradiciones como el viejo músico y, sin ninguna duda, heredero de su dinastía.

CANTOS Y RECITACIONES DE LOS ANDES PERUANOS.

Nos dice el maestro Luis Henríquez que son muy ricas las fiestas y conmemoraciones en especial en el departamento de Junín, en cuya capital, Huancayo, hemos abordado: “En cada distrito están organizadas por las Cofradías correspondientes. Las de Huancayo comienzan la primera semana de enero, cuando se celebra La Huanconada, una fiesta que parodia la justicia en el pueblo de Mito, en el valle del Mantaro. Al compás de huaynos, los asistentes y turistas bailan y recorren todo el pueblo. Los Carnavales de Junín son famosos en Los Andes por su concurrencia y fastuosidad. En cada distrito sus habitantes participan en el tumbamonte, que es un árbol de eucalipto de cuyas ramas cuelgan regalos. Se danza durante varios días. En algunos distritos cada barrio prepara a sus elencos que se enfrentan entre sí para demostrar quién baila mejor. En Semana Santa hay mucha devoción con misas y procesiones. En Tarma es todo un acontecimiento; el santuario del Señor de Muruhuay es muy concurrido y su imagen es sacada en procesión recorriendo la ciudad que ha sido plenamente alfombrada con tapices de flores. La primera semana de Mayo son las festividades por este Señor de Muruhuay, que se nombra como las Cruces de Mayo. Miles de creyentes católicos llegan para rendir su homenaje. Hay misa cantada en quechua y procesión acompañada por bailarines y pandillas de Chonguinadas. El 24 de julio, en todos los pueblos del valle de Mantaro se celebra la Fiesta de Santiago, en homenaje el santo patrón. Todos gozan del baile de Santiago, canciones, comidas y bebidas durante 2 días. El 8 de setiembre se celebra a la Virgen de Cocharcas, en el distrito de Sapallanga, que es una festividad religiosa que dura una semana. En Orcotuna hay corridas de toros con la presencia de toreros limeños; también han corrido toreros mexicanos y españoles. Para beber existe la chicha de jora y el "calientito" para el frío, que ahora le ofrezco” -nos dice, y bebemos aguardiente de la zona mezclado con té negro, que es muy rico y también popular en algunas zonas de Chile, donde el aguardiente siempre se reemplaza por Pisco chileno. Todos acordamos en que es la bebida ideal en cualquier viaje a través de Los Andes. Aquí en Perú el “calientito”, nos dice el maestro Henríquez, también se puede preparar con té verde. En Perú, al igual que en Chile, raramente se prepara esta bebida con café. Los Henríquez cantaron muchas horas para nosotros que parecieron apenas instantes por el universo sin tiempo al que nos introducían. La profunda voz del maestro Henríquez a ratos parecía que era calcada por los montes cordilleranos. Su bagaje son letras y canciones coleccionadas por el maestro Henríquez desde medio siglo atrás. Pudimos compulsar su memoria en el transcurso de la marcha. Nos dice que estuvo siempre cercano a la Iglesia, aprendió a tocar guitarra cuando participaba en las ceremonias como “niño del coro de la iglesia católica”, después se hizo “asistente de música”. Siempre ha mantenido su ligazón con el núcleo católico local, habiendo contribuido con su música “en la construcción de casa parroquial, mobiliario y techo del templo”. Otra labor que “lo hace a uno sentir orgulloso” son sus tres hijos: “dos maestras de escuela y el Henríquez Segundo”, músico como él. Su ocupación central ha estado centrada en las propias festividades de su pueblo, “en las que he intentado, nada más, conservar la tradición de nuestros mayores. Por eso sabemos de canciones antiguas y músicas que acompañan las danzas, ceremonias y expresiones festivas, de acatamiento e incluso rebeldía de los hombres andinos a sus dioses”. No ha sido tarea fácil la de los Henríquez: la Cofradía Canto del Inca, formada por este maestro requirió superar pruebas; los presuntos actores, danzantes y músicos, en su inmensa mayoría analfabetos, habían reproducido hasta entonces una tradición oral en ciertas fechas marcadas que estaba integrada a la vida comunal; lo que él hizo primero, allá por 1924 cuando el cura lo nombró, fue pedirles que memorizaran y repitieran canciones que estaban escritas en la memoria del pueblo, y las aprendió él mismo, y les pidió que memorizaran y aprendieran canciones que estaban en los códices rescatados, que se ciñeran a un guión establecido a cada fiesta encargada a la Cofradía, y muchas otras cosas, es decir, que asumiesen el comportamiento de lo que él entendía como un conjunto teatral moderno, que él mismo había visto en sus viajes a Lima en sus coliseos, y donde llevó a su hijo en la primera visita juntos a la capital: “creo que desde entonces el Henríquez Segundo se interesó por la Cofradía, desde niño se hizo mi caporal más fiel. Ahora las fiestas dan trabajo a mucha gente y son un vehículo de expresión genuino del pueblo”, nos dice, y agrega: “un vehículo que debe ser mejor guiado por las autoridades. En general en Perú tenemos poco respeto por nuestras fiestas tradicionales, que son un fuerte foco de atracción para los turistas, y, por lo tanto, una fuente importante de ingresos para la localidad. En nuestros pueblos andinos, las fiestas son plenas de riqueza histórica, pero están muriendo por la falta de recursos, porque es muy difícil para un campesino gastar en un traje de fiesta o en una guitarra pues con duras penas gana para alimentarse. Yo pude comprar mi casa luego de una larga experiencia como administrador de una empresa comercial, y mis hijos tienen la suya porque se las heredó su madre. Tengo más de setenta años y le puedo decir que un músico casi no puede sobrevivir ahora en nuestro pueblo”.
No son los Henríquez una situación excepcional en las provincias peruanas. Estamos seguros que cada pueblo de los Andes cuenta varios de estos sabios locales que logran sintetizar en su trabajo y rescatar aspectos centrales del alma popular andina. Marginados del régimen formalizado de la educación, se nutren también de los aspectos de ella que alcanzan a llegar a sus manos. Actúan así como traductores culturales que reprocesan conocimientos. Nos dice el maestro Henríquez: “El trabajo de organizar las fiestas, conocer sus danzas, rescatar versos y canciones es un ejercicio registrado desde las crónicas incaicas más tempranas. En algunas letras que se han conservado en las fiestas impacta el aliento imperial de quienes animaban a las tropas cuzqueñas en el avance que extendió los límites del Inca:

"Beberemos con la calavera del enemigo,
nos pondremos por collares sus dientes,
tocaremos la flauta con sus huesos,
el tambor con su pellejo y así bailaremos."
“Claro que la arrogancia Inca que transmiten las líneas anteriores no siempre pudo ser ejercida sobre los reinos o confederaciones de rango similar, como ocurrió en Chile, donde se limitaron a realizar uniones con los poderes reinantes y celebrar estrategias comunes. Hubo estas ocasiones en las que un convenio pudo evitar una confrontación dudosa. De los versos que siguen se desprende lo que parece ser un pedido de alianza de uno de los poderosos reinos lacustres del altiplano cuya relación con los Incas hizo posible una cierta autonomía:

"Tú el poderoso del Cuzco
yo el poderoso del Collao
bebamos,
comamos,
y convengamos
que ninguno de nosotros padezca.
Yo aferrado a la plata
Tú aferrado al oro;
Tú adorador de Huiracocha
el conservador del mundo.
Yo el adorador del Sol."

“En una fiesta son comunes las llamadas Recitaciones de Adoración. Una muy popular es la siguiente:

"Oh, Huiracocha, Huiracocha del principio del Mundo. Hacedor perfecto. El que crea. El que provee. Al hombre que colocaste y creaste en este mundo bajo, diciendo "que coma, que beba", la comida lo haga proliferar. La papa, el maíz y todo género de comestibles los tenga. Y acrecienta para que no padezca y no padeciéndola crea en Ti. A cumplir lo ofrecido. Que no se hiele, que no se haga daño. En paz consérvalo."

Sigue el maestro Luis Henríquez: “En el material que hemos rescatado, debemos destacar lo que parece ser el tema fundamental en la producción de los escritores poshispánicos: la nostalgia del Tahuantinsuyo, y un lamento de la condición en que ha quedado la nación indígena, cuidándose en general de no criticar la administración colonial. Pero de la que espera salir cuando el Inca cumpla con su largamente anunciada promesa de retorno, que generalmente termina con la letanía "Ven a vivir con nosotros". Por supuesto, nuestro rescate esencial es a través de la tradición oral; contrariamente a las canciones que quedaron en Códices y Crónicas escritas, que es el producto individual de un esfuerzo de creación literaria; la tradición oral es el resultado de una función colectiva y anónima. No pertenece a tal o cual autor, ni siquiera a quienes la transmiten, sino a comunidades, a pueblos enteros que a lo largo del tiempo han ido decantándola. En el pensamiento quechua-inca-andino, la tradición oral está constituida especialmente por mitos y leyendas, y configura el universo simbólico andino. Aquí es una tradición viva, y los cuentos, leyendas, mitos y relatos de la antigüedad se siguen transmitiendo de padres a hijos, principalmente en los idiomas nativos: Quechua y Aymara”.
Nos dice Henríquez Segundo: “Uno de los cuentos más arraigados en el mundo andino es el Mito de Inkari. La leyenda cuenta que cuando el último Inca fue ejecutado por los españoles, los miembros arrancados de su cuerpo fueron sepultados en diferentes zonas del Perú. Así, por ejemplo, la cabeza del Inca yace enterrada bajo el Palacio de Gobierno en Lima, sus extremidades superiores en Waqaypata o Plaza del Llanto en Cuzco, y sus extremidades inferiores en Ayacucho. Un día, cuando los miembros fragmentados del Inca se fusionen nuevamente a su cuerpo; es decir, cuando la cabeza se junte con las manos y los pies, entonces el Inca volverá resucitado y habrá terminado para siempre el sistema opresor. Otro muy popular es el “Yawar Mayu” o “Río de sangre”: Dicen que al morir, nuestra alma emprende un largo camino hacia el más allá. Cuando ha recorrido grandes distancias, y ya cerca del límite entre el cielo y el infierno, el alma llega penosamente al río de sangre o Yawar Mayu que es custodiado por unos perros negros. Frente al río, nuestra alma llora desconsoladamente porque no puede atravesarlo de un lado al otro. Entonces pide ayuda a los perros negros que recostados en la playa del río, conversan sobre los pecados y los excesos cometidos en vida por los hombres. "He caminado sin fin por senderos de lodo y mierda. Por favor ayúdame a cruzar el río" le pide a uno de los perros y este, con lástima, le conduce hasta la otra orilla cargándole en su lomo. Esto ocurre cuando el hombre fue bueno en vida. Si ha sido malo, perverso, los perros -que saben todo- se niegan a prestarle ayuda, y entonces el alma se queda a deambular para siempre”.
Una de las canciones más populares andinas es El Cóndor Pasa, de la cual conocemos innumerables versiones musicalizadas. En lengua Quechua, de acuerdo al maestro Henríquez, los primeros versos son los siguientes (versión en español de Luis Henríquez Segundo):

“Yau kuntur llaqtay orgopy tiyaq
Maymantam gawamuhuakchianqui, kuntur kuntur
Apayllahuay llaqtanchikman, wasinchikman chay chiri orgupy,
Kutiytam munany kuntur kuntur”.
Fuga.
“Kuzco llaqtapyn plazachallampyn suyaykamullaway,
Machupicchupy Huaynapicchupy purikunanchiqpaq”.
(En Español)
Oh majestuoso Cóndor de los andes,
llévame, a mi hogar, en los Andes, Oh Cóndor.
Quiero volver a mi tierra querida y vivir con mis hermanos incas,
que es lo que más añoro oh Cóndor.
Fuga.
Espérame en Cuzco, en la plaza principal,
para que vayamos a pasearnos a Machu-Picchu y Huayna-Picchu.

EN LIMA, LA CIUDAD DE LOS REYES
La Estación de Ferrocarriles Desamparados de Lima fue construida por el arquitecto Rafael Marquina en 1912. En el siglo XVII los predios pertenecían a la orden de los jesuitas. Los terrenos fueron adquiridos por el Estado peruano para el ferrocarril en 1869. El edificio de la primera estación del ferrocarril central se construyó en 1870. Destinada a servir como lugar de llegada y partida de los trenes que iban y venían del centro del país, la Estación de Desamparados fue desde 1912 uno de los principales puntos de acceso a Lima: se encuentra detrás del Palacio Presidencial; situada al final de la calle Pescadería, sus vecinos son el edificio de Palacio de Gobierno y el legendario bar Cordano. El río Rímac resguarda detrás, casi silente, las vías. Su fachada, presidida por un enorme reloj, tiene el aire inconfundible del estilo colonial español. En la década de 1980, cuando llegué a la Estación, es cierto, necesitaba con urgencia ayuda merecida. Debo decir que en 2003, luego de un tiempo de indiferencia que la llevó incluso a suspender el tramo Lima-Huancayo, pasó a ser uno de los principales centros de difusión de la cultura peruana. Al igual que lo realizado en Santiago con la Estación Mapocho de Ferrocarriles de Chile, en Lima, se la nombró Estación Cultural de Desamparados, con un proyecto inicial de instalar una exposición al año dedicada temáticamente a una cultura oriunda del Perú. Otro objetivo es que esta Estación cultural se convierta en otro atractivo del circuito turístico ya delineado en el Centro Histórico de Lima, en donde figuran la Catedral, la Alameda Chabuca Granda, la iglesia y convento de San Francisco y el Parque de la Muralla, todavía en construcción en la ribera del río Rímac.
Nos dice la maestra Lucy de Canto, del Centro Histórico de la Ciudad: “Con la llegada de los conquistadores españoles a Lima, los dominios incaicos experimentan una transformación radical. Los templos erigidos en honor al Sol son sustituidos por iglesias católicas; los palacios del Inca son destruidos y sobre sus ruinas se erigen suntuosas mansiones señoriales. Las creencias, las costumbres, la legislación, el sistema social de los vencedores les es impuesto rápidamente, a menudo por la fuerza, a los vencidos. La Plaza de Armas fue otrora Huaccapyta, centro litúrgico del Imperio Inca, en el que se celebraban todas las ceremonias y fiestas importantes; concebida, según la tradición, por Manco Cápac, estuvo rodeada por los que fueron algunos de los famosos edificios del Imperio, como el Quishuarcancha (palacio de Viracocha), en los terrenos que hoy ocupa la Catedral. Edificada sobre un antiguo palacio Inca, el Amarucancha, se encuentra la iglesia de la Compañía de Jesús, cuya fachada está considerada como uno de los más bellos exponentes del barroco en América. También el Convento de Santo Domingo se eleva sobre las ruinas de otro famoso palacio, el de Coricancha, donde estaba el legendario Templo del Sol”.
El 18 de enero de 1535 los conquistadores españoles del Perú fundaron la ciudad de Lima, atendiendo a la necesidad de disponer de una población que por su situación central entre los sitios colonizados ya en esa época, permitiera dirigir el gobierno de las dilatadas zonas conquistadas por España, desde los límites de la actual Colombia hasta los de la hoy República Argentina. La importancia de la ciudad de Lima, que comenzó por ser la capital del Virreinato del Perú y que es hoy la capital de la República, ha sido enorme y sin comparación en la vida de América durante los cuatro siglos de la dominación española. Fue la única ciudad importante de Indias, como se denominaba entonces a los territorios españoles en Sudamérica. En su momento, Lima monopolizó el comercio con España y fue el mercado de abastecimiento para toda América del Sur. Las grandes fortunas de oro que se explotaban permitieron que la vida se deslizara con gran riqueza. Nos dice la maestra Lucy: “La Universidad de San Marcos, la primera que se fundó en América, fue el centro de cultura de todos los americanos y se equiparaba por su fama a las de Europa. Las mansiones particulares atesoraron valiosísimas obras de arte en muebles y pinturas, de las que hasta la fecha se conservan espléndidas muestras en los museos y en algunos domicilios de descendientes de la antigua nobleza. Especialmente en los templos, porque Lima se ha distinguido siempre por el fervor católico de sus habitantes. Aún después de la Independencia de España y la constitución de la República del Perú, Lima era una gran urbe cuando otras grandes capitales actuales eran embriones de ciudad”.
Otro motivo para la admiración del viajero es la fuerte personalidad en flora y fauna de esta ciudad, parques públicos y casas del centro de Lima, veo cactus, magueyes, árbol del caucho, de la quinina y la palmera carnauba, de tan múltiples usos que Humboldt la llamó el “árbol de la vida”. Lima es bonita y española. En la capital peruana destacan elegantes teatros y salas de cine y un comercio floreciente. Llegó a ser la capital de la frivolidad del siglo XVIII, en la que, a pesar de los frailes, las mujeres tapadas con gran elegancia, tras de sus abanicos y celosías, jugaban con los españoles o criollos, al juego eterno alegre del amor. Entrar en Lima, la ciudad de los Reyes, es dar un salto en el tiempo para volver a épocas monaguescas. Desde el primer momento, la sensación que embarga al viajero es la de enfrentarse con la quintaesencia de todo lo que se puede encontrar en el resto del legendario Perú. Es sin duda una ciudad de encanto y misterio, donde el pasado se mantiene vivo en sus casonas antiguas y las numerosas iglesias y palacios que, como verdaderos cofres, encierran incalculables tesoros del arte religioso colonial: retablos e imágenes recubiertos en oro y plata, y los cuadros de la singular "escuela cuzqueña" se exponen para deleite del visitante. De la fusión de las dos culturas -española e incaica- surgió un estilo muy particular de arquitectura, pero, también en Lima, como toda ciudad que vive en el presente, los modernos hoteles, las autopistas y las zonas residenciales y elegantes, marcan el contraste.
De la antigua Lima quedan aún interesantes monumentos como la Catedral, en la que se conserva en una urna de cristal el cuerpo de Francisco Pizarro, Conquistador del Perú, y en una de sus paredes marco macabro para un lienzo de Millares: la Inquisición, siniestra, pero con carácter. Se deben ver las iglesias de San Marcelo, Magdalena Vieja y San Francisco; casonas señoriales, como el Palacio de Torre Tagle, donde funciona el Ministerio de Relaciones Exteriores, la Quinta de Presa que tiene cierta reminiscencia versallesca y estas residencias de viejas familias que conservan rico mobiliario y artístico menaje donde suelen recibir con visitas guiadas, a muy módicos precios.
Cuenta Lima, además de la Universidad Mayor de San Marcos, con importantes centros de cultura como la Biblioteca Nacional, el Archivo y sobre todo los grandes museos. Así como una constelación de bellos balnearios como La Punta, San Miguel, Barranco, Chorrillos, Ancón, entre los que se destaca como ciudad-jardín Miraflores, centro de residencias modernas. Con un poco de suerte, habrá corrida de toros en la Plaza de Acho, tan renombrada como las de las Ventas o la Maestranza; si no, siempre se puede sacar entrada para las peleas de gallos, que para uno que viene de Chile, donde se prohíben las peleas de animales, son toda una novedad. La noche limeña tiene un sabor especial, hemos visto en un club cantar a la artista Alicia Maguiña, con toda la gracia, desplante y calidez de una voz única, y fue una velada magnífica. Una mañana recorrimos sus librerías, emparentadas con las librerías de los otros países sudamericanos que son verdaderas custodias de la historia escrita que brota cada día en nuestra región: entre los libros trajimos uno de mi amiga Cecilia Bustamante, Premio Nacional de Poesía de Perú y una de las voces femeninas luchadoras señeras de su generación americana.
Estando en esta singular Lima, fusión de tiempos y de razas, nos preguntamos si podríamos pretender tener una visión por lo menos parcial y ordenada de las históricas culturas de este país milenario, y por cierto dudamos, pero debemos decir que es posible en Lima conocer mucho del pasado y presente peruanos recorriendo sus famosos museos, de los mejores de América. Quince de ellos, los más importantes sin contar los particulares, exhiben las colecciones de cerámicas, tejidos, obras pictóricas, joyas en oro, plata, turquesas y todos los utensilios de las culturas que florecieron en el Antiguo Imperio, desde la Vicus a la Inca, pasando por la Paracas, la Mochica y la Nazca. Vimos museos como el de Arte, Antropológico y Arqueológico, de la República, de la Cultura, del Pan de Azúcar, Virreinal, de Arte Italiano, de Historia Militar, y el Museo Larco Herrera, donde se preserva una colección singular de piezas arqueológicas incásicas, que incluyen su colección de objetos de connotación sexual.
El Museo Arqueológico Rafael Larco Herrera es único. Ubicado en una bellísima casa colonial, rodeada de un verde y frondoso parque, construida hace unos 300 años, es uno de los que encierra piezas singulares y casi desconocidas del arte precolombino. Atravesando las magníficas rejas de acceso, descubrimos en el patio principal y colocada en su centro, una gran piedra tallada en forma de falo. Las habitaciones que lo rodean están repletas de momias y tapices. Pero también hay cerámica, textiles, orfebrería, joyas, ídolos... es una enorme colección que reúne muestras de todas las culturas que florecieron desde la época de la pre-cerámica hasta la conquista española, una sala especial guarda, plasmadas en los más increíbles huacos, las costumbres eróticas de los primitivos habitantes peruanos. Los arqueólogos del país llaman "huaco" a las vasijas y cántaros pertenecientes a las culturas precolombinas, trabajados en barro de las más diversas formas y tamaños. Estos recipientes, algunos de los cuales presentan en su superficie bellísimos dibujos policromados, eran los utilizados en la vida doméstica por el hombre de estas tierras antes de que llegaran los españoles. En ellos se cocinaba, se guardaba el agua, las semillas y los distintos potajes. Algunos aparecen con formas que semejan botellas, otros panzones y con asas, otros más imitando pájaros, felinos o seres humanos o dioses antropomorfos y, en todos ellos vemos claramente expresada la habilidad artística del hombre que desarrolló una vasta cultura sin contacto con el europeo. Y si estos seres, tan imaginativos y creadores, artistas geniales, intentaron dejar plasmadas en la cerámica su forma de vida y concepción del mundo, no puede faltar en ella por tanto, su particular idea acerca del sexo. Bajando por una pequeña escalera exterior hacia la planta baja encontramos la diminuta puerta de acceso a la sala especial de los huacos eróticos. Un cartel colocado sobre ella nos advierte "Prohibida la entrada a menores de 18 años". Y el guardián muy atento nos observa para evitar que, subrepticiamente intentemos introducir la cámara fotográfica, que en eso son muy estrictos: está prohibido filmar o fotografíar. Traspuesto ese umbral, podemos comenzar el viaje al mundo fantasioso del erotismo prehispánico. En una placa de identificación escriben los arqueólogos que en sus "búsquedas y excavaciones por el Perú los huacos eróticos siempre se han hecho presentes” y se animan a afirmar que éstos son los más antiguos del mundo. Plasmada en estas piezas está la rica imaginación que para estas prácticas desarrollaron las culturas primitivas. Al respecto, el insigne investigador de estos temas, Larco Herrera, sostiene: "desde muy temprano se desbordaron en sus relaciones sexuales". Y parece que supieron tomar el sexo con humor, pues los vasos humorísticos son los que más abundan: miembros viriles desmesurados, vaginas inmensas que cubren todo el recipiente, posiciones sofisticadas; vasijas cuyo mango es un falo, o donde la forma es la de los testículos y del que se bebe por el miembro. Se ven representadas las diversas posiciones sexuales famosas que circulan en impresos antiguos de las culturas Hindú y de China: lo singular es que acá son utilizados para la representación los utensilios diarios del hombre, en cuyas formas no faltan las formas de animales domésticos durante el apareamiento o la hermafrodita realizando el acto amatorio per anum, y las prácticas contra natura, que están expuestas con todo detalle. Este singular museo está en la Avenida Bolívar 1515, Puerto Libre. Sus horarios son de lunes a sábado de 9 a 13 y de 15 a l8 horas.
En el sur de América el verano es de diciembre a marzo, pero en Lima, la temperatura es agradable durante todo el año. Varía entre los 14 grados (mes más frío) y 24 grados (mes más cálido). Esto permite que en cualquier temporada puede disfrutarse del "circuito de playas" que rodean la ciudad, como uno más de sus atractivos. Si bien cada mes tiene sus propias festividades, sin duda octubre es el más importante para los limeños. Está dedicado al Señor de los Milagros, el patrono de la ciudad: una multitudinaria procesión acompaña durante una semana al Cristo milagroso, cuya tradición arranca del año 1650. Octubre también es el mes de la temporada de toros.
Por supuesto que es imposible en una breve visión narrar todo lo que es posible encontrar en las cercanías de Lima para visitar, sin embargo debo aquí anotar que hemos ido a ver las esculturas pétreas en la meseta de Marcahuasi, a cuatro mil metros de altura y ochenta kilómetros de Lima, que es una zona de misterios de la Humanidad. Son impresionantes rocas que semejan gigantescas esculturas labradas en la montaña mirando a los pocos viajeros que logran llegar hasta ellas. Perfiles humanos, figuras de animales inexistentes en la región y siluetas de extraños personajes, semejantes a astronautas o dioses mitológicos, que aparecen esculpidos en las rocas o reflejados en fenomenales juegos de luz y sombra según las diferentes horas del día. ¿Qué significan estas extrañas conformaciones rocosas? ¿Son sólo un juego de cataclismos y devastadores vientos que casualmente les han dado esas formas? ¿Son símbolos dejados hace milenios por antiquísimas civilizaciones que no alcanzamos a descifrar? Las interrogantes ponen a prueba la imaginación de cada uno, ya que hasta el momento no se ha obtenido ninguna clave científica de su origen. Pero el misterio existe. Están ahí, a tres horas del pueblo más cercano, San Pedro de Casta, subiendo por un escarpado sendero, única ruta para llegar. Una de las hipótesis más difundidas acerca del origen de las ciclópeas figuras es la del escritor peruano Daniel Ruzo, a quien conocimos en Tepoztlán, México, donde se pueden observar también semejantes esculturas ciclópeas. El afirma: “Las figuras de Marcahuasi fueron construidas hace 86 siglos por una desaparecida civilización y señalan el plano secreto de la entrada a las gigantescas cavernas donde fue salvada la semilla humana al producirse el diluvio universal. En esas mismas cavernas deberá protegerse nuevamente el hombre cuando, el año 2137, un terrible cataclismo destruya la Humanidad actual, como está escrito en los libros sagrados”.
El profesor Daniel Ruzo plantea además que en nuestro planeta existen en total siete montañas sagradas que, al igual que Marcahuasi y Tepoztlán, guardan el secreto de sus respectivas cavernas que llevan al Reino Interior oculto a todos los hombres, hasta ese año futuro en que acogerán a nuestra civilización destruida. Otra explicación postula que las gigantescas esculturas de piedra fueron construidas hace muchos milenios por los atlantes, cuando el hundimiento del continente perdido era un hecho inminente. Sin embargo, un gran terremoto destruyó también la colonia atlante de Marcahuasi, dejando en pie sólo las más grandes esculturas y borrando todos los demás vestigios de la legendaria Atlántida. A la hipótesis anterior se suma la sustentada por el grupo de estudios extraterrestres “Rama” y otros varios grupos esotéricos. Ellos plantean que las esculturas de piedra de esta meseta sudamericana constituyen mensajes dejados allí por visitantes extraterrestres en una época remota y cuyos contenidos esperan aún ser revelados. Como prueba exponen innumerables gráficos antiguos y modernos, grabados, dibujos, fotos, videos, en que se ven extrañas luces “entrando y saliendo” de la zona de Marcahuasi, así como algunas de estas luces “aterrizadas” sobre las mismas esculturas. Un caso especialmente documentado ocurrió en la década de 1980 y fue difundido ampliamente por la prensa peruana e internacional. En la revista peruana "Oiga", entonces, se publicó la foto tomada en un paraje de Marcahuasi por una estudiante. En ella se aprecia, en lo alto de una gran roca, lo que pareciera un extraño ser humanoide, con el brazo derecho levantado a modo de saludo. Sin embargo, lo misterioso es que la joven no vio a nadie sobre la roca en el momento de tomar la fotografía, y sólo se percató de la presencia del extraño al revelarla. El ingeniero Jorge Coloma de Las Casas, director general de la Comisión Nacional de Investigación y Desarrollo Aeroespacial del Perú, analizó los negativos y comprobó su autenticidad, constatando la imposibilidad de un trucaje. Hoy el caso es clásico en la ufología internacional. De todas las esculturas, la más impresionante es la que Ruzo llama "Monumento a la Humanidad" y que es conocida en la región como "La Cabeza del Inca". Es una roca de 25 metros por lado en que pueden observarse los perfiles y rostros, de acuerdo al punto de vista y la posición del sol, de decenas de diferentes tipos de personas, representando a las razas que pueblan la Tierra: lo hicimos en el sitio y lo comprobamos.
"Se trata -dice el profesor Ruzo- de un monumento a la Humanidad, erigido por una civilización superior a nosotros que hace miles de años sabía la existencia de todas las razas que pueblan nuestro planeta: cualquiera puede ver inmediatamente según la hora del día, cabezas humanas de razas diferentes. Sus escultores tenían conocimientos insospechados y dejaron su marca en la roca natural en tiempos tan antiguos que su recuerdo ha sido olvidado". Nosotros al respecto sólo anotaremos aquí que lo realmente fantástico es que un monumento pétreo tan singular fuera realizado por artesanos comunes y corrientes. Declarado por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad, el centro histórico de Lima, hoy se esfuerza en recuperar el esplendor que tuviera antaño, a pesar que ya ha habido un avance en ese sentido en los últimos años. Evidentemente no se puede esperar que vuelva a ser el centro que una vez fuera el más importante, grande y ostentoso de Sudamérica, pero sí adaptarlo a las nuevas necesidades de hoy en el comienzo del nuevo milenio. Permítaseme recordar para finalizar este apunte de viaje el óleo en tela “La Plaza Mayor de Lima” (1843), una de las obras maestras del pintor Mauricio Rugendas. Muestra el lugar de encuentro obligado tanto de los forasteros como de los limeños que convergen allí para comentar los sucesos del día. Se trata de una escena de gran movimiento y de muchos personajes distintivos de diversas clases sociales. Participan damas de alta alcurnia, acompañadas de sus maridos, hombres elegantes de levita y chistera, esclavos, algunos sacerdotes, militares y hombres del pueblo con sus ponchos y sombreros de paja. Discretamente, Rugendas se autorretrata hacia la izquierda tomando del brazo al joven uniformado en rojo y azul. A la izquierda de Rugendas aparece un vendedor de lotería con alto sombrero de copa beige y que anota en su libreta los números de los billetes. También se destaca la mirada coqueta de la mujer tapada de manto verde que observa al caballero de levita y chistera gris que está más a su derecha. En un detalle que es un verdadero testimonio cultural de su trabajo, Rugendas pinta sobre la arcada de la izquierda, bajo el balcón verde, el afiche que anuncia la función de la ópera Romeo y Julieta de Bellini que representaba en 1843 la Compañía lírica italiana. Se destacan al fondo del cuadro las fachadas de la catedral y de la capilla del Sagrario que enmarcan la escena, que rescata una calidez de la ciudad de Lima que es imposible no sentir para quien la visita alguna vez. Porque Lima es muy amable, cordial y educada.


© Waldemar Verdugo Fuentes
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